Hay un momento en el que Ida Vitale, parada frente al closet de una impersonal habitación de hotel, pasa la mano por la hilera de perchas vacías y espera que bailen, pero solo consigue un movimiento torpe, balbuceante. “No bailan. No bailan”, dice, como si estuviera repitiendo un mecanismo conocido, ya ensayado en la intimidad. Después se da vuelta, mira a la cámara por encima del hombro y repite: “No bailaron. No bailaron, qué le vamos a hacer”. Sale del cuadro y quedan ahí, las perchas y sus sombras como si fueran un pequeño oleaje de río, pero de repente todo ha cambiado.
Si Ida Vitale, 99 años, una de las autoras más importantes de la literatura uruguaya, ganadora del Premio Cervantes y poeta clave de Iberoamérica, no hubiera esperado que esas perchas bailaran, entonces hubieran sido para siempre un objeto inanimado, tantas veces un símbolo de muerte. La poesía puede transformarlo todo.
“Tiene un poder del que no sé ni si es consciente; te hace entrar al túnel de su mirada y pasás a fijarte en los detalles, a conectar con lo que te rodea. Es pura presencia, tiene esa característica del poder de estar”, dice a El País María Arrillaga, directora de Ida Vitale, el documental que tras preestrenarse en DocMontevideo 2022 a sala llena en el Teatro Solís, y luego de pasar con éxito por el Festival de Cine de Málaga, por Barcelona y Buenos Aires, se estrena hoy en diferentes salas del Uruguay.
Se lo podrá ver, desde esta tardecita, en Cinemateca, Life y Sala B. Esta noche, además, tendrá una función especial con entrada libre en el Centro Cultural Florencio Sánchez del Cerro. En agosto, será acompañado de tres tertulias diferentes: una en Cinemateca el 9, otra en Escaramuza el 17 y una última en Life Cultural Alfabeta el 23. Entre setiembre y octubre girará por el país.
Ida Vitale, la película, es una suerte de retrato en movimiento de la poeta, y también es un poema en verso libre. Construida de modo fragmentario, toma una hoja de intención del libro Léxico de afinidades de la propia Vitale, para sujetarse a un (des)orden alfabético que es apenas un impulso para las acciones.
Filmada entre 2019 y 2022, intenta mostrar a la autora en el mundo: su forma de mirar, de vincularse, de tararear, de reír, de decir, de contemplar, en situaciones que van de Maldonado a Madrid.
Es un abordaje a través de la sutileza, que aquí funciona como parámetro de las decisiones principales: el uso de la música de Sylvia Meyer, el trabajo gráfico de Gabriela Costoya y Martín Batallés y, sobre todo, el lente, un Leica antiguo que parece cubrir las cosas de un velo de otro tiempo.
María Arrillaga, que entrega con este documental su ópera prima, es nieta de los escritores Carlos Maggi y María Inés Silva Vila, dos integrantes de la Generación del 45 que tiene como única sobreviviente a Vitale, que el 2 de noviembre cumplirá 100 años. Su vínculo con la protagonista es histórico, cercano, familiar.
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“Ella se volvió a vivir a Uruguay y nos empezamos a ver más seguido”, dice Arrillaga sobre la decisión que Vitale ejecutó en 2017, tras la muerte de su marido Enrique Fierro y luego de casi 30 años radicada en Estados Unidos. “Me acuerdo de estar en un almuerzo familiar en la casa de Ana María, mi madre; Ida estaba particularmente radiante, o vi por primera vez ese esplendor, esa conexión. La vi ir al piano, mirarlo, tocar las teclas. Y fue como: ‘Ida, vamos a hacer una película juntas’. Ella se rió, dijo: ‘qué vas a filmar a esta vieja, no tiene sentido. Pensémoslo un poco’. Me acuerdo que eso dijo: ‘Pensémoslo un poco’”.
Cuando en 2018 Vitale se convirtió en la quinta mujer en ganar el Premio Cervantes, Arrillaga supo que había que dejar registro de aquel momento y allá fue, con su historia, su cámara, sus intenciones. La película empezó a suceder.
“La cámara no interrumpió ni el vínculo ni el compartir”, dice Arrillaga a El País. “Todas las escenas se dieron sin guion, sin armado. Fue como intentar fluir, como ir con ella en su andar. Viviendo con ella el azar interviene, y pasan cosas mágicas”.