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La nueva de Aaron Sorkin, el oscarizado guionista de "La red social", es un drama histórico, político y jurídico sobre incidentes en la Convención Demócrata de Chicago de 1968
El juicio de los 7 de Chicago, sin quererle aguar la ansiedad a nadie, va a ser lo más cerca de una superproducción de Hollywood que vamos a estar de acá a mucho tiempo. Es una película clásica americana de esas que, cada año, tienen fundadas aspiraciones de figurar en los Oscar.
Que haya sido estrenada ayer en Netflix, solo confirma ese mal augurio: la película es una producción de Paramount pensada para un estreno en cines. Eso, está claro, no iba a ser posible en esta temporada.
En ese sentido, El juicio de los 7 de Chicago es una película cinematográficamente ambiciosa en todos sus rubros. Es, por ejemplo, lo nuevo de Aaron Sorkin, quien ganó un Oscar por el guion de La red social y creó series como The West Wing y The Newsroom, y la gustan los diálogos y los discursos importantes. Esta es la segunda película escrita y dirigida por Sorkin (la anterior fue Apuesta maestra con Jessica Chastain) y es un proyecto que intentó concretar durante 14 años a partir de una iniciativa de Steven Spielberg.
Además tiene un elenco de estrellas entre las que están Sacha Baron Coen, Eddie Redmayne, Mark Rylance, Joseph Gordon-Levitt, Frank Langella y John Carroll Lynch, y expertos en las áreas técnicas, entre los que están el fotógrafo Phedon Papamichael (nominado al Oscar por Nebraska) y la edición de Alan Baumgarten, que aspiró a un Oscar por Escándalo americano y que aporta una buena parte del atractivo de El juicio a los 7 de Chicago.
Es una película de época sobre un incidente político/jurídico de fines de la década de 1960 que, como deja claro en una consigna que cierra la historia, está hablando de cosas de ahora. Es una película política cercana a las cruzadas de Todos los hombres del presidente: Sorkin es un patriota y en sus películas hay una exaltación de un heroísmo estadounidense que es capaz de enfrentar a los poderosos y salir más o menos ilesos del asunto.
“Escribo de manera optimista, idealista y romántica y eso es porque me gusta escribir sobre héroes que no llevan capas, que no tienen superpoderes: sobre la bondad de la que somos capaces hombres y mujeres”, le dijo Sorkin a la agencia EFE.
La película cuenta el juicio, que empezó en septiembre de 1969 y duró casi un año, de ocho radicales. Entre los acusados estaban Tom Hayden, uno de los fundadores de Estudiantes por una Sociedad Democrática (y con el tiempo congresista y marido de Jane Fonda), los notorios yippies Abbie Hoffman y Jerry Rubin (quienes acá funcionan como los Cheech y Chong del activismo), y Bobby Seale, líder del Partido de los Panteras Negras.
Los ocho fueron acusados de conspirar para provocar disturbios en la Convención Nacional Demócrata de 1968 en Chicago. Son los siete de Chigago porque a Seale le retiraron los cargos antes del final.
Es, con todo el protocolo, una película de tribunal, con un juez errático y caprichoso, un fiscal con principios y un abogada algo hippie. La película hace mención, a veces con material de archivo, a los asesinatos de Martin Luther King Jr. y Robert F. Kennedy y siempre destaca a las bajas estadounidenses en Vietnam.
Sorkin, además, hace pasar mucho del conflicto por el enfrentamiento de egos de Hoffman (Baron Coen) y Hayden (Redmayne), quienes enfrentan la situación desde dos ángulos diferentes.
Con todo lo teatral que tiene una película que transcurre en un juicio, Sorkin construye algunas escenas bastante contundentes (las reconstrucciones de dos batallas entre activistas y las fuerzas del orden, por ejemplo) en una película en la que, como es costumbre en el director y guionista, los personajes se pasan hablando. Son 129 minutos que se pasan más ágiles de lo que aparentan.
“La película no pretende ser una lección de historia, no pretende ser un ejercicio de nostalgia, y no pretende ser sobre 1968, trata sobre el hoy”, le dijo Sorkin a Entetainment Weekly. “Por eso me alejé de la iconografía de los 60 en la película. Obviamente, los decorados y el vestuario son de época, pero me mantuve alejado de la estética alucinógena, los signos de la paz, ese tipo de cosas. Y la música es toda la banda sonora original, no es esa banda sonora de protesta de los 60 que esperas en una película como esta, porque no quería que hubiera nada entre la historia y una audiencia contemporánea”.
Ese es uno de los méritos de El juicio de los 7 Chicago. La polarización enfervorizada, el capricho de un gobierno, las dudas sobre los modales de la ley, son dramatizados, sí, y ubicados a fines de la década de 1960, sí, pero parecen estar hablando de intolerancias, necedades y miedos que marcan tiempos muchísimo más recientes.