La fundacional película uruguaya con Onetti, Baltasar Brum y un Zeppelin y que casi tiene a Juliette Binoche

En julio se cumplieron 30 años del estreno de El dirigible, que marcó el debate cultural de su tiempo y es un hito del cine nacional; para conocer su historia El País charló con su director, Pablo Dotta y su productora, Mariela Besuievsky

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EL DIRIGIBLE
Marcelo Buquet en "El dirigible".
Foto: Archivo

Bastante después del estreno de El dirigible coincidieron en un taxi, Pablo Dotta, su director y Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, los de 25 Watts y Whisky. Allí Rebella y Stoll le confesaron tímidamente que ellos habían sido los del graffiti aquel de “Yo entendí El Dirigible...José Feliciano”, una de las críticas cinematográficas más feroces que se escribieron en Uruguay. Quedó estampada en un muro de Río Negro y Soriano aunque hay quienes la recuerdan frente a Sala Cinemateca.

La anécdota, contada por uno de sus protagonistas, revela hasta que punto fue divisivo y polarizado el debate alrededor de El dirigible. No era fácil ser ambicioso y temerario en un país sin cine.

Hubo muchos que le destacaron sus valores técnicos y narrativos —que los tiene y ahora, no sé, se notan más— pero también por admiración y respeto a su interés en indagar cinematográficamente la identidad nacional, ese asunto tan esquivo y presente.

Los que la rechazaron usaron algunos de esos argumentos por la contraria, achacándole pretenciosidad, snobismo y hermetismo. La utilizaron como argumento para endilgarle morosidad y depresión al cine uruguayo.

Sin ser perfecta —era, después de todo, la ópera prima de sus creadores y de una nueva forma de hacer cine en Uruguay— es mucho mejor de lo que algunos vieron entonces. Y no tiene culpa de nada.

Este año se cumplieron 30 años del estreno de El dirigible, fue el 22 de julio de 1994 en el Cine Libertad, una sala pequeña que estaba en Rondeau y Colonia.

Es una película fundacional del nuevo cine uruguayo junto con Pepita, la pistolera de Beatriz Flores Silva que se estrenó un año antes y fue el primer éxito de taquilla uruguayo. Era otra cosa.

Ambas fueron consecuencia de una generación que se formó en el extranjero (por ejemplo, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba) y que volvió a Uruguay con ganas y herramientas para hacer películas.

Dotta había estudiado en Cuba (de donde también egresó su socia y productora, Mariela Besuievsky) y para entonces ya habían estrenado dos proyectos. El último, un mediometraje experimental, nuevaolero y generacional, Tahiti, ganó premios nacionales e internacionales incluyendo el Coral a mejor película y mejor música original (de Fernando Cabrera) en La Habana.

Ese impulso permitió atreverse a algo así como El dirigible.

Era un proyecto tirando a loco: necesitaba dinero, subsidios, permisos, certificaciones de una burocracia que aún no sabía de los atajos de institutos de cine y fondos de cooperación.

“No había experiencia pero la fuimos sorteando con ganas y creatividad”, dice Besuievsky desde el set en Bilbao de su nueva producción. “Había que buscarle la vuelta a lo que no existía y esa es una de las premisas que utilizo en mi carera”.

“El proceso fue bastante largo y lo empezamos buscando formas de financiarlo”, dice. Apareció el británico Channel Four que estaba tras proyectos en América Latina. El de ellos fue uno de los 10 seleccionados.

Eso permitió, por ejemplo, la llegada de fondos. El dirigible es una coproducción de la local Nubes, Channel 4 y el Instituto Cubano de las Artes y las Industrias Cinematográficas (el Icaic) que puso cámaras y equipos de sonido. El Centro de Capacitación Cinematográfica mexicano y la Universidad de Guadalajara aportaron a la posproducción.

Además, se consiguieron, gracias a vínculos e insistencia, ayuda oficial a través del Banco de Seguros, Ancap y UTE y varios apoyos ministeriales. También hubo una participación argentina con un director de fotografía (Miguel Abal) y el ayuntamiento de Porto Alegre puso parte de las luces. “Las trajo en camioneta el propio director de Cultura de la ciudad, dice Besuievsky. “Era poner el hombro en una cosa épica muy linda y cada cosita que se conseguía, era un triunfo”.

Cuando fueron seleccionados para la prestigiosa Semana de la crítica de Cannes -a donde Besuiviesky fue con las latas en el avión y hasta se perdió una (apareció) en el camino- se encontraron con el inconveniente de que no había manera de certificar su nacionalidad. Eso lo tenía que expedir un organismo publico uruguayo y acá, entonces, no existía nada.

“Ahí me fui con el ministro de Educación y Cultura, Antonio Mercader, para que la hiciera uruguaya”, recuerda. Lo hizo y El dirigible fue la primera película nacional en entrar en una sección competitiva en el más prestigioso festival del mundo.

Para tener algo para mostrar, empero, hubo que armar una logística de rodaje inédita y compleja que incluía escenas ambiciosas con decenas de extras y técnicos a los que había que dirigir, alimentar y atender. Y había que tomar por asalto la ciudad aún no acostumbrada a los rodajes para sorpresa de transeúntes y conductores.

No fue fácil, por ejemplo, armar la fellinesca escena de los tiroleses colgados del Salvo. “Nos trajimos a unos acróbatas argentinos que escalaban edificios pero fue todo muy artesanal”, cuenta Besuievsky. “Eran unos rollos de sogas desde el medio de la Plaza Independencia y yo pensando que por favor no se cayera ninguno. ¡Hoy no pasaría el control de seguridad de nadie!”. Una tía de la productora, corredora de seguros, se había encargado de atender cualquier imprevisto. No pasó nada.

Se filmó enteramente en una Montevideo bañada por un pátina de melancolía entre noviembre de 1992 y enero de 1993. Se hizo, estima Dotta con 80.000 dólares.

El director recuerda el rodaje “con bastante angustia y estrés” y “poco apacible por restricciones de tiempo y económicas y unos accidentes que tiraron un poco al traste algunas ideas iniciales. Era tapar problemas todos los días”.

“El arte que me interesa, es el que tiene la capacidad de asociar cosas aparentemente poco asociables”, dice Dotta “Quería compartir el viaje sin asegurarme su destino de antemano”. Ir descubriendo la película a menudo que se hacía. El guion, en ese sentido, era una descripción de imágenes y situaciones y el desafío era dejar que “la película te enseñara a vos cómo se iba a ir haciendo”.

Durante la posproducción mexicana se enfrentó, por ejemplo, a la necesidad de tener que filmar un final.

“Recuerdo con una sensación de enorme alegría y satisfacción volver a Montevideo con una camarita HI8”, dice. “Eramos Lali (Laura Schneider) inventando que ella estaba de incógnito en Montevideo con esa imagen caminando por la Rambla en aquel día frío y que se larga a llorar. Eso no estaba escrito y fue hermoso descubrir que las cosas que importan, no son tanto las que uno imagina sino las que la vida te ofrece. Y que para emocionarte o hacer cine necesitas muy poco: una actriz, poder entregarlo todo y una camarita barata”.

Historia e identidad. El dirigible sería el encuentro de “Traductor” (así figura en los créditos finales el personaje de Marcelo Buquet) que atiende una fotocopiadora de horario extendido en el corredor que atraviesa el Palacio Salvo y “Francesa” (Laura Schneider) que anda buscando la grabación que le robaron de una entrevista en la que Juan Carlos Onetti anunciaba su regreso a Uruguay.

Por ahí anda, también el fotograma perdido de cuando Baltasar Brum se pegó el tiro fatal en 1933 en defensa de la democracia. El título alude a que el camarógrafo se distrajo por el pasaje del Graf Zeppelin sobre Montevideo y así nos deslumbramos con un globo gigante en el instante de un martirio. Se incluyen escenas históricas de ambos momentos.

Todo eso lleva a una suerte de historia de inspiración noir, aires de cine europeo (hay un poster de La doble vida de Verónica de Kieslowski, por ejemplo que funciona como una clave) e imaginación visual que se ve cercana al Fernando Solanas de Sur y Tango; Dotta fue asistente del argentino.

El académico Jorge Rufffinelli la definió como “Experimental/policial”. Hay desnudos y escenas de sexo que aportan un tinte erótico, un detalle aún hoy inusual en el cine uruguayo.

Además del incauto y la femme fatale, andan en la vuelta El Moco (Gonzalo Cardozo, “un chiqulín de la calle”, dice Dotta) como un delincuente juvenil y Ricardo Espalter, como Carrizo un policía que va tras su pista y que siempre tiene un globo en la mano, sugerencia críptica a otros globos que andan en la vuelta. Eduardo Migliónico hace de Julio, veterinario y amigo y su consultorio es una de las grandes construcciones del diseño de producción; la dirección de arte es de Ronaldo Lena.

EL DIRIGIBLE
Laura Schneider en "El dirigible"

Hay una escena de western en playa Ramírez, un plano fijo del Rock & Samba del Parque Rodo con El Moco bailando una coreografía de Carolina Besuievsky con música de Plátano Macho y un Juan Carlos Onetti, legendariamente postrado en su cama madrileña en una entrevista grabada por Besuievsky y Dotta en 1991.

Están Claudio Invernizzi de bombero, Carolina García y Nasario (sic) Sampayo de periodistas, una señora que muere en un banco de plaza después de recitar Delmira Agustini y cuatro “chinos” (así figuran en los créditos) entre ellos uno que tiene un largo parlamento a cámara en chino antiguo. Dotta, quien escribió el guion con colaboración de Pablo Casacuberta y Amanecer Dotta, aún no tiene idea qué dijo.

Entender El Dirigible.

“Era un proyecto ambicioso en el buen sentido: ambicionar una manera de plantearse la creación un poquito más allá de la literalidad de la historia”, cuenta Dotta a El País. “Siempre hubo un espíritu ensayístico quizás porque estábamos descubriendo el mundo, la vida y las posibilidades de expresión en un Uruguay aún muy post dictadura. Y con una historia personal mía, de haber sido hijo del exilio”.

En ese sentido, dice el director, en El dirigible está “latiendo todo el tiempo la idea de un onetiano autoexilio. Y la sensación de imposibilidad de la reconciliación con todos los signos identitarios del Uruguay. Eso era lo que palpitaba en mí ahí queriendo o sin querer y todo este lío que ha marcado mi vida para siempre de qué es Uruguay”.

“Desde un punto de vista cultural el exilio de Onetti me interpelaba tanto como Baltasar Brum como un ideario democrático, de valores éticos frente a la política, capaz de pegarse un tiro antes que renunciar a sus principios. Todo eso despertaba en mí muchas preguntas y está el Zeppelin como esta cosa ominosa, de amenaza latente, este paso de la historia que nos determina sin querer queriendo”. Allí, dice, están los tres ejes de la película. El desafío fue encontrar el mecanismo que las uniera.

Más allá de los debates, los elogios y las críticas respetuosas y de las otras El dirigible fue un éxito. De acuerdo al sitio Cinestrenos fue vista por 13.100 espectadores, la décima más taquillera de su año. Generó debates en bares y en la prensa, un graffiti cruel pero ocurrente y la idea de que, sí, se podía hacer cine en Uruguay. Es pila.

Una diva francesa en la mira

Uno de las vacantes más difíciles de llenar del elenco de El dirigible fue el de la francesa. En un momento del proceso iba a hacerlo Juliette Binoche, que por entonces tenía al mundo deslumbrado por Mala sangre de Leos Carax. “Hablé con ella y por supuesto no se dio porque no había plata para pagarle”, dice Dotta. La francesa, sí, fue la inspiración del personaje. Se le hizo casting a Soledad Villamíl y a Cecilia Roth. Ahí apareció Laura Schneider, que venía del modelaje.

“Yo estaba trabajando en otro lado y además la verdad es que era como bastante impensable que fuera a aceptarlo”, le contó Schneider a El País. “Cuando volví, seguían buscando y fui”. Quedó.

Scheneider aporta una belleza bien francesa y nouvelle vague y un halo misterioso que redondea uno de los grandes papeles femeninos del cine nacional.

Después del hito.

La película impulsó la carrera de Mariela Besuievsky, quien se radicó en España, como productora de un centenar de películas. En 2009 estuvo en escenario de los Oscar por El secreto de sus ojos. Pablo Dotta se concentró en la publicidad y la fotografía. Un videoclip de “Oración” de Fernando Cabrera es muy bueno. En 2010 se exhibió en un festival de Cinemateca su segundo largo Jamás leí a Onetti.
Laura Schneider siguió con su carrera como actriz. Con Ruben Coletto, presenta hace 10 años Asuntos de familia, una obra de teatro itinerante que tendrá versión cinematográfica. A su vez prepara Una taza de té de Katherine Mansfield.
De Marcelo Buquet se habla acá.

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