"Capicúa 1, capicúa 2, capicúa 3”. Seguramente a más de una persona que haya visto Anina, le haya quedado grabada con simpatía la frase repetida por su protagonista cada vez que se encuentra con un número o nombre palíndromo —es decir, que se lee igual de izquierda a derecha y de derecha a izquierda— al igual que el suyo.

La película que se ganó el corazón de muchos, estableció un marco en el cine infantil uruguayo al ser la primera producción animada con elementos culturales del país y rodó festivales por el mundo, cumple 10 años. Basada en la novela Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, lanzada en 2003, Anina cuenta la historia de una niña que vive acomplejada por tener nombre y apellidos capicúa; plantea con especial belleza reflexiones sobre la amistad, la familia y la escuela y cuestiona en alguna medida un modelo de educación basado en el miedo.

En estos años, la producción cosechó diversos logros: fue exhibida en más de 50 países de Europa, Asia, África y las Américas, se ganó diversas menciones en festivales como el Festival Internacional de Cine de Berlín y el de Cartagena de Indias en Colombia, y fue premiada como mejor film extranjero en el Festival de Cine de Buenos Aires y se llevó el Premio ICAU en el Festival Internacional de Cine de Punta del Este. Además, fue adquirida por Netflix y HBO para ser exhibida en Estados Unidos y por el canal de TV a cable brasileño, Canal Brasil. En Uruguay, actualmente se puede ver por la plataforma de cine latinoamericano Retina Latina.

Ahora, en su décimo aniversario, Anina, que cautivó y emocionó a niños y adultos con su mundo de fantasía, vuelve a exhibirse este sábado en Cinemateca Uruguaya, en el marco del 32° Festival Internacional de Cine para Niñas y Niños, Divercine.

“Hay una parte de sorpresa en cuanto a todo lo lindo que pasó con Anina, en cómo ha sido recibida por personas dentro y fuera del país”, comenta a El País Alfredo Soderguit, director de la película e ilustrador especializado en literatura infantil. “Por otro lado es algo que lo sentimos natural porque en el proceso de realización nos enfocamos en contar una historia linda, entrañable, y pusimos tanto esfuerzo y cariño que fue acompañado por todos los miembros del equipo con un compromiso increíble”, prosigue.

Foto: Archivo

La historia de la niña de pelo rojo y salvaje sucede en un contexto familiar y de escuela en un barrio tranquilo, que parece Montevideano y trae elementos típicamente rioplatenses como la túnica escolar con la moña azul, la torta frita a la hora de la merienda, las expresiones y el acento. Todo eso, generó identificación por parte del público, pero no solamente uruguayo.

“La película representa un espacio cultural específico, entonces uruguayos, argentinos y posiblemente alguien del sur de Brasil, se sienten identificados. Sin embargo, pasó por Chile, México, Estados Unidos, Rusia, Francia y tuvo una reflexión enorme por parte del público, en Marruecos y Corea, estuvimos acompañando proyecciones y los niños preguntaban las mismas cosas que los niños de acá, entonces ahí hay un factor a nivel de representación del comportamiento de la gente, de la profundización en los personajes de su lado humano que es bastante universal”, afirma el director.

Cristina Morán, César Troncoso, Guillermina Pardo, María Mendive, Petru Valenski, Florencia Zabaleta y Roberto Suárez son algunos de los actores que prestan sus voces para los personajes de esta aventura animada. A su vez Anina, la valiente protagonista, fue interpretada por Federica Lacaño, quién tenía 11 años en la época. Tener la voz de una niña de edad aproximada y que coincidiera con los detalles que querían dar a la protagonista era uno de los elementos imprescindibles. En esa búsqueda, encontrar la voz de Lacaño (hija de María Mendive, quien interpreta la madre de Anina) ocasionó que ambas fueran madre e hija también en la ficción. “Federica tenía todas las características de la voz que estábamos buscando porque le habíamos hecho a María una descripción formal de cómo queríamos que fuera. Le dimos varios detalles y coincidió todo”, recuerda.

Sobre haber sido una de las primeras películas de animación infantil del país, —Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe (2012) fue la primera, pero en Stop Motion— Soderguit entiende que el hito en realidad marca un aprendizaje y la apertura de camino para otras producciones.

“Muchas personas del equipo se formaron trabajando en Anina, fue un proceso largo en el que tuvimos que generar estrategias de asociación entre colegas para poder aprender a hacer todas las partes que no sabíamos. Que haya sido proyectada en varias partes del mundo nos abrió puertas y el saber que éramos capaces de hacer algo así”, dice.

“Además fue una película hecha con los apoyos que da el Estado a través de políticas culturales y un enorme esfuerzo de los realizadores. Creo que es un buen ejemplo de cómo esa combinación de factores da resultados”, concluye Soderguit.

Pasados diez años, Anina, la historia de la niña capicúa que cautivó con su ternura a chicos y grandes, sigue vigente. Encanta, cuestiona, divierte y deja lecciones que no prescriben tales como “las cosas importantes de la vida, son de ida y vuelta”.