Si llegara a ganar el Oscar a mejor película internacional, dijo el fin de semana Juan Antonio Bayona, dedicaría el reconocimiento de La sociedad de la nieve a España, sí, pero también a Argentina, Chile y Uruguay, donde su película fue abrazada como propia. No es para menos.

Basada en una historia uruguaya y en el libro uruguayo que la reconstruyó, La sociedad de la nieve, un éxito expansivo de Netflix, fue parcialmente hecha en Uruguay y además de aportar un protagonista, Enzo Vogrincic; un director de fotografía (el ganador del Goya, Pedro Luque) y otros actores, le dio 350 nombres al equipo de trabajo. Camino a los Oscar del domingo, cinco integrantes del staff cuentan sus memorias de rodaje a El País.

Gustavo Saffores, actor de renombre de la escena teatral nacional, llegó al proyecto por convocatoria de la argentina María Laura Berch. La directora de casting de La sociedad de la nieve le dijo que Bayona buscaba “una pata local” para asegurarse de tener los costumbrismos, la impronta uruguaya en un elenco juvenil, inexperto y mayormente argentino. Él, así, se volvió un preparador.

Con Saffores, los actores ensayaron en Barcelona y aprendieron a vincularse al punto de ser amigos. “Cuando comenzó el rodaje, en la montaña, la tarea fue otra: acompañarlos y estar atento al acento para que no se nos escapara nada”, dice a El País. “Fue una tarea complicada porque era un grupo muy grande, el 95 por ciento eran chiquilines sin experiencia, y también fue un rodaje complicado. Se filmaba con tres unidades al mismo tiempo, estábamos a 4.000 metros en una montaña inhóspita y con sistemas de seguridad... Hubo un momento en que estábamos filmando y se vino una tormenta de nieve, se empezaron a sentir ruidos y dijimos: ‘Esto realmente puede ser peligroso’. Esa vez me asusté, sentí que quería volver a casa. Fue así, un rodaje exigente desde todo punto de vista, pero muy gratificante”.

Luciana Díaz fue la responsable del departamento de maquillaje en Uruguay, un plantel que, entre otras, integró Ana Suárez. Según cuenta Suárez a El País, las maquilladoras tenían a los personajes de los sobrevivientes asignados, y a cada uno se le dedicaban 45 minutos de trabajo minucioso y diario. Sus “sobrevivientes” eran dos: Pancho Delgado y Moncho Sabella, los actores Valentino Alonso y Rocco Posca.

“Se les hacía la piel con una cantidad de capas que iban en un orden específico, los dientes, labios y pieles rotas con productos especiales, y todo lo que se veía en pantalla”, relata. “Y si bien la mayoría del equipo de maquillaje y arte ya habíamos trabajado en este tipo de proyectos, este superó todo. Y se creó un precedente: acá estamos preparados, desde todo punto de vista, para producciones de este tamaño”.

En las memorias de rodaje, Suárez recuerda la cantidad de pruebas hechas en fase de preproducción, los 30 puestos de trabajo armados para contener el volumen de extras de varias escenas, o cómo Carlitos Páez iba cada día buscando más y más retoques para parecerse a su padre, Carlos Páez Vilaró, a quien interpretó en la pantalla. “Era un compañero más”.

Cuando recuerda lo que hizo para La sociedad de la nieve —un trabajo personal de 140 días de rodaje y 11 meses de entrega—, Gerardo González, director de fotografía de la segunda unidad (la que “peina”, dice, todo lo que la primera no pudo filmar) y quien cubrió al principal Pedro Luque en un período en que estuvo enfermo, habla de las tormentas.

“Un año antes de filmar fuimos a la montaña para entender el lugar y grabar para la preproducción. Fuimos el día del aniversario del accidente, con un campamento muy básico. Estábamos en domos y vino una tormenta de viento que voló un domo; no fue grave, pero hubo un par de lastimados. Increíble: era el mismo día y más o menos la misma hora en la que había ocurrido el accidente. Y después, en el rodaje en España, todos los días era una aventura nueva, porque no sabías lo que iba a pasar, lo que se iba a poder filmar. En ese tiempo llegó una tormenta de África que dejó las montañas cubiertas de tierra y arena. Y hubo que esperar a que nevara muy fuerte para que quedara todo tapado, porque no había forma de limpiar eso”.

Foto: Gentileza "LSDLN"

“Inventaron mi rol para esta película. Se llama rigger de cámara y consiste en tener todas las cámaras preparadas, todo el tiempo, para lo que se precise”, confiesa Lucía Martínez Breccia. “Teníamos dos equipos de cámara completos, un montón de lentes y las cámaras pasaban a grúas, a los cabezales, todo el tiempo eso se iba cambiando. Era como una escribana que se fijaba que todo estuviera bien”.

Martínez trabajó en Uruguay y en la montaña, filmó subida a un glaciar y fue a Chile, a la casa real del arriero que cooperó en el rescate de los uruguayos en 1972. “Fue distinto”, dice del proceso, “y una gran experiencia”.

“En un momento estábamos con la unidad especial en la montaña, sobre una ladera que enfrente tenía otra montaña, y de repente escuchamos un estruendo: enfrente había habido un derrumbe grande. Y se generó un silencio espontáneo, bastante largo, que es algo que no ocurre en los rodajes. Quedamos un minuto conmocionados. Nadie dijo nada. Era la potencia de lo que podía pasar”.

“Fui la cabeza del proyecto en logística en la montaña y en Uruguay. Teníamos un equipo enorme; solo en Uruguay éramos 350. Mi función fue articular a los especialistas de la montaña y al equipo técnico”, se presenta Javier Barboza, el uruguayo que en La sociedad de la nieve fue director de producción en el Cono Sur.

“He trabajado en películas y series, pero esto fue otra escala”, asegura, y resalta lo que significó haber filmado en escenarios reales, algo que “en Hollywood no se hace; se filma en estudios y se completa con efectos visuales. Pero Bayona tenía la película en su cabeza. Sabía lo que quería”.

Para graficar, Barboza cuenta esto: “La segunda vez que fuimos al Valle de las Lágrimas se nos averió el helicóptero, y Bayona me dijo: ‘Arreglemos esto porque sin los planos que vinimos a buscar, no me voy’. De hecho atrasó el estreno de la serie El señor de los anillos porque demoramos cuatro días en reparar el helicóptero; hubo que esperar un repuesto de Francia. Teníamos una presión bárbara con el equipo, pero él se portó muy bien y en la montaña entendió que había un riesgo de vida real. Porque muchas veces quien mandó fue la montaña. Y él se adaptó, pero sabía perfecto lo que quería. No dio el brazo a torcer en ningún plano”.