Al igual que Alfred Hitchcock, M. Night Shyamalan siempre se reserva un pequeño papel en sus películas. A diferencia de la unanimidad con las que eran saludadas las películas del maestro inglés, las de este director nacido en India y criado en Pennsylvania, son recibidas con recelo crítico.

Eso no ha impedido que Shyamalan tenga una carrera prolífica y, en muchos casos, exitosa. Se prevé, por ejemplo, que Llaman a la puerta, que en Uruguay también se estrenó esta semana, desbanque a Avatar: El camino del agua del liderazgo de la taquilla estadounidense. Y eso que, como para no perder la costumbre las críticas han sido, en algunos casos lapidarias.

Y un poco injustas, Llaman a la puerta no está mal: aunque adolece de las mismas inconsistencias de muchas de sus películas (que tienen un nudo argumental muy interesante pero que le resulta difícil desatar), lo cierto es que mantiene el suspenso y no es aburrida. Es una matiné bien hecha.

Esa ha sido la característica de Shyamalan que deslumbró al mundo con Sexto Sentido, lo mejor y más exitosoque ha hecho. Se coló, además, en el imaginario cinematográfico de toda una generación e instaló la marca personal de un impactante giro final

Desde entonces ha sido irregularísimo y sus películas son más que nada grandes ideas con buenos momentos. Una favorita personal es La aldea pero hay quienes prefieren la trilogía que integran El protegido, Fragmentado y Glass. Viejos, a pesar de sufrir del mal crónico (idea interesante y resolución rara) de las películas de Shyamalan no estaba mal.

Es un director independiente. De hecho, Llaman a la puerta -que es su décimoquinto estreno- es una de sus películas más baratas: es una factura de 10 millones de dólares que pagó de su bolsillo. Se prevé que en este primer fin de semana recupere la inversión.

En una cabaña remota (en la que no hay señal de teléfono, ¿a quién se le ocurre?), dos papás y su nena reciben, de prepo, a cuatro desconocidos con una propuesta rarísima: la familia debe decir a quién sacrificar para evitar nada menos que el apocalipsis. Mientras lo piensan, toman algunas medidas para alentar la respuesta afirmativa.

Los recién son llegados son corteses y considerados y están encabezados por el improbable profesor de liceo que interpreta Dave Bautista, quien pasó de ser uno de los guardianes de la galaxia a ser uno de los jinetes del Apocalipsis. En el comienzo es el monstruo de Frankestein y su presencia es intimidante pero tierna.

“Sé qué espera la gente de mí, y es una herramienta maravillosa, porque puedo jugar con sus percepciones y sus expectativas”, le dijo Shyamalan a El País español. “Va a mi favor. En este caso, lo que pudiera parecer una partida de ajedrez es arrasada por las emociones. Porque para mí esta película es una historia de amor. Pero en mi carrera, esencialmente, yo trafico con el misterio. Tengo que plantearme cómo lo muestro, en qué momento enseño la respuesta, y cómo abro y cierro sus ramificaciones”.

Algunas de esas ramificaciones en Llaman a la puerta, que es una adaptación de una novela de Paul G. Tremblay, se cierran de una manera algo precipitada, como si con tantos frentes abiertos se le hubiera olvidado algún detalle. Pero mientras tanto entretiene a una parcialidad dispuesta a dejarse llevar por el planteo.

Algunas cuestiones (la familia está formada por dos hombres, por ejemplo) permitirían algunas lecturas que Shyamalan no deja muy claras. Ese es otro de sus inconvenientes.

Leyendas y apocalipsis han estado desde siempre en su cine. Algunos encontrarán algunas ideas que ya estaban por ejemplo en El fin de los tiempos (2008) aunque acá no cae gente del cielo, sino aviones.

Shyamalan vuelve a hacer lo que quiere: es el maestro popular del cine. A los críticos no les gusta y el público desconfía, pero cada una de sus películas es esperada con ansiedad.