Crítica
Es la historia de Herman Mankiewicz, el guionista de "El ciudadano", el clásico de Orson Welles; llega con aspiraciones a Oscar
A fines de la década de 1930, Orson Welles, que por entonces era un veinteañero, era el genio de la cultura estadounidense. Había revolucionado el teatro neoyorquino, junto con su compañía Mercury, con una versión vudú de Macbeth y asustado a medio pueblo con su legendario radioteatro sobre La guerra de los mundos. En cualquiera de esos ejemplos había demostrado un interés por romper los límites de las plataformas, un ego importante y una capacidad de trabajo enfermiza. Y una genialidad absoluta.
Eso es lo que le interesó a RKO, el más pobre de los grandes estudios, cuando lo contrató para que hiciera, con todos esos atributos, una película. Tanto lo querían fichar que se atrevieron a agregar una cláusula inédita: Welles tendría control absoluto de lo que se le ocurriera filmar. Causó tantos problemas que nunca más un estudio de cine concedió tanto.
Consciente de sus límites ante un medio que desconocía, contactó para el guion a Herman J. Mankiewicz, el Mank que da título a la nueva película de David Fincher que ayer estrenó Netflix.
Mankiewicz (que interpreta Gary Oldman con el mismo brío con el que fue Winston Churchill) era también todo un personaje. Guionista con fama de enfant terrible y más nombre que curriculum, era un alcohólico crónico que tendía a hacer el alma de las fiestas del Hollywood de la época. Algunas de ellas las organizaban el hombre más poderoso de aquel tiempo, William Randolph Hearst (Charles Dance) y su novia, Marion Davies (Amanda Seyfried), una actriz con quien Mankiewicz armaría una amistad a primera vista.
Cuando fue expulsado de San Simeón, la mansión de Hearst que en El Ciudadano se llama Xanadu, y de ese entorno por su impertinencia alcohólica, se cruzó con Welles quien quería filmar una historia con un personaje a la altura de su autoestima. Lo que le entregó Mankiewicz, con sus referencias poco veladas a Hearst y Davies, podría ser visto como una venganza contra sus antiguos amigos. El magnate se dio cuenta e hizo todo lo posible para frenar la película, un asunto que acá es mencionado y que no surtió efecto: El Ciudadano es considerada por muchos (entre los que se incluye este cronista) como una de las grandes de la historia del cine.
Pero primero había que escribirla y controlar los demonios alcohólicos de Mankiewicz. Para cumplir esos dos objetivos, Welles y su socio John Houseman lo mandaron a un rancho del desierto de Mojave lejos de las tentaciones y las botellas. La lejanía, descubrirían rápidamente no lo frenaba a Mankiewicz cuando andaba necesitado de un trago.
Ahí empieza Mank, que aunque pareció anunciarse para ese lado, no es necesariamente la historia de la disputa por la autoría del libreto de El ciudadano en la que se enfrascaron Welles y Mankiewicz. La película toma partido, todo indica, por este último quien es mostrado aun en su brutalidad con simpatía.
Pero ese no es necesariamente el centro de Mank. A Fincher -quien acá trabaja sobre un guion que escribió su finado padre, Jack Fincher- le interesan otras cosas.
“No es un largometraje sobre Welles o sobre la autoría de El Ciudadano”, le dijo Fincher a El País español. “Eso fue lo que me propuso mi padre [guionista del filme], pero no me interesaba ese arbitraje póstumo: Mank no habla de una disputa. Habla de un hombre, un profesional y del vuelco que dio su vida cuando conoció a un joven genio”.
En la lista de asuntos que también trata la película está la reconstrucción del universo del cine clásico americano representado por Louis B. Mayer e Irving Thalberg, su talentoso jefe de producción. También está el vínculo de los estudios con la política dedicando una buena parte de la historia a las elecciones para gobernador de California en 1934 en las que casi gana el escritor socialista Upton Sinclair.
Como muchas películas de Fincher, Mank no es perfecta (todo ese tema político se roba demasiado tiempo y uno esperaba más Welles) pero está claro que está hecha para seducir cinéfilos. El blanco y negro y la profundidad de campo de la fotografía de Erik Messerschmidt, las referencias estéticas a El Ciudadano, la mención de nombres ilustres (David O. Selznick, Ben Hecht, Cedric Gibbons) son una forma de encantar que el director maneja con conocimiento de causa.
Y en esa reconstrucción y ese amor al cine, junto con Oldman, está lo mejor de Mank, una película importante que tiene pretensiones, justificadas, de un montón de Oscar. No es necesariamente, una película sobre la creación de una obra maestra pero sí sobre un hombre y un tiempo que hoy se ven tan románticamente viejos.