Como se ha repetido tras la noticia de su muerte el sábado, a los 77 años, el eje temático del cine del británico Terence Davies, era la memoria. La personal y la colectiva.
Esa idea la desplegó en una carrera que abarcó casi 50 años, una decena de películas y una consideración crítica que lo ha encumbrado como un maestro. La difusión de su obra siempre fue limitada aunque celebrada en festivales y balances críticos. En Uruguay, se lo vio casi exclusivamente en Cinemateca; Una serena pasión, su semblanza de la poeta estadounidense, Emily Dickinson también se estrenó en Alfabeta.
Su filmografía está partida en dos y el tramo más importante está cruzado por lo autobiográfico. Va de Children que es de 1976 (y un tercio de la llamada Trilogía Terence Davies) al documental Del tiempo y la ciudad de 2008 está marcada por lo autoreferencial, tomando como universo su infancia de niño pobre en un barrio obrero de Liverpool y con un padre violento y represor.
Así, en ese cine autobiográfico, Davies ha retratado no solo el ambiente opresivo de su casa y de su clase social, sino el descubrimiento de su ateísmo y su homosexualidad, algo que vivió con culpa durante toda su vida y atraviesa toda su obra; Davies se declaraba célibe.
Su infancia sufrida pero con momentos reconfortantes como el cine, el amor de una madre y las canciones entonadas en fiestas familiares es el material de otra trilogía, la que incluye Voces distantes, vidas quietas, El largo día acaba y, llegando a lo universal a través de lo personal, el documental Del tiempo y la ciudad sobre Liverpool
Los ambientes deprimentes, lo vinculan con el realismo social del nuevo cine británico de la década de 1960, pero Davies tiene un alcance poético que lo vincula con los directores del cine arte europeo. Hay referencias, por ejemplo, a Ingmar Bergman.
En su cine, la memoria -como enseñó T.S. Eliot, una referencia inevitable en Davies- es un cruce de presente y pasado, en donde los fantasmas de nuestras vidas, sus voces, su presencia, nos rodean. Muchas de sus películas comienzan en ambientes derruidos en el que se despliegan sus historias.
Esa idea está marcada en su insistencia en los encuadres en ventanas y de los reflejos como si un velo siempre se interpusiera ante la realidad.
Conservador y nostalgioso, las películas de Davies están llenas de canciones desde Nat King Cole y aquellas tonadas populares coreadas en familia. Su infancia fue dura pero también es un refugio ante un mundo moderno que no se entiende.
Su carrera tuvo todo otro lado, en el que abundan las adaptaciones literarias. Hay, por ejemplo, dos adaptaciones de escritores estadounidenses (La biblia de Neón sobre novela de John Kennedy Toole y La casa de la felicidad sobre Edith Wharton) realizadas en la década de 1990, dramas de época que mostraba con elegancia.
Más cerca, adaptó una obra de teatro de Terence Rattigan (El mar y profundo y azul, un gran drama con Kate Winslet y Tom Hiddleton) y Sunset Song sobre novela de Lewis Grassic Gibbon, que bien podría ser una relectura ajena y escocesa de la historia de su infancia aunque centrada en la historia de una muchacha rural.
El último tramo de su carrera estuvo, también marcado por lo literario. Una serena pasión es una semblanza de la poeta estadounidense Emily Dickinson, interpretada por Cynthia Nixon y Benediction, de 2021, un drama romántico sobre la vida de Siegfried Sassoon, el combatiente de la primera guerra mundial que se volvió el gran poeta pacifista británico. Hay ahí, también, algunos apuntes que refieren al propio Davies.
Esa insistencia en lo personal, afianzó un estilo, unos modales y una forma de contar que se vio como repetitiva. Nada que ver.
“El cine inglés no ha dado grandes maestros o por lo menos pensaba eso hasta que vi Voces distantes, vidas quietas”, se dice dijo Jean Luc Godard que nunca fue de regalar muchos elogios. Y esta vez tenía razón: Terence Davies fue el gran maestro británico.