Ciclo
Cinemateca Uruguay está ofreciendo un ciclo sobre la carrera del director estadounidense y algunos en las redes sociales salieron a criticarlo debido a las acusaciones en su contra
No está bueno escribir de Woody Allen. Y menos para alguien que prefiere evitar cualquier clase de conflicto. En todo caso, enfrenta a quien se atreva a eso a la constatación de que cualquier acercamiento crítico a su obra, está marcado por la mala reputación que le dejaron las acusaciones de abusar de una de sus hijas cuando era una niña.
Ese antecedente —recordado en una reciente miniserie de trascendencia global en la que la víctima confirmaba su testimonio; se puede ver en HBO Max— es rechazado por el propio Allen, quien fue absuelto en un proceso judicial. Sin embargo, principalmente en la última década, la continuidad de su obra se ha visto repetidamente amenazada por esas suspicacias.
Allen ha dedicado un libro (A propósito de nada, disponible en Uruguay) y varias entrevistas a hacer sus descargos, negando las acusaciones. Adjudica la desagradable situación a un proceso de distanciamiento, divorcio y resentimiento entre él y Mia Farrow, la actriz con la que hizo algunas de sus películas más importantes. Estuvieron ocho años juntos y tienen un hijo biológico en común, Ronan Farrow, uno de los principales impulsores de las denuncias contra su padre.
La pareja entró en crisis cuando Allen inició una relación con una de las hijas de Farrow, Soon Yi Previn.
La onda expansiva de todo eso alcanzó, claro, a la consideración de la obra del director. Y si a eso se suma una notoria irregularidad creativa, la carrera de Allen ha venido languideciendo en el interés popular. Su última película, Rifkin’s Festival, es una evidencia de ese deterioro. No sólo no se pudo distribuir regularmente por culpa del escándalo sino que además no está buena.
La pregunta es ¿cómo desprender la obra de los hechos aberrantes de los que se acusa a un artista? O, y también es válida, ¿por qué hay que vincular una obra con los hechos aberrantes de los que se acusa a su creador?
La celebración que se le rinde a la obra de Allen (o a la de Roman Polanski, quien es un violador confeso), parecen certificar una cierta tendencia a la tolerancia.
Es difícil escribir de Woody Allen. Y eso que es uno de los grandes directores de la historia del cine, con una obra fecunda y destacada en la que sintetiza varias tendencias culturales de su tiempo de una forma personal e imaginativa.
Por un lado, es un escritor en la tradición de Chejov y Dostoievski, dos referencias inevitables, a los que adereza con la sal y pimienta de un comediante de stand up, humor judío y una mirada distante hacia sus personajes. Su cine abreva tanto de lo clásico americano, los hermanos Marx, Ingmar Bergman y Federico Fellini, en un corpus que deriva en dramas, comedias o comedias dramáticas, todo de (en sus mejores momentos) una fineza irrepetible.
Todo eso ha sido saludado con premios Oscar y una pleitesía hacia su obra celebrada en festivales, retrospectivas y análisis críticos. Tiene las excentricidades imprescindibles para ser una estrella y se ha mostrado siempre esquivo o algo distante con respecto a los valores de su propia obra.
Esto viene a cuento porque Cinemateca Uruguaya le está dedicando un breve ciclo a algunos hitos de su trayectoria. El anuncio generó previsiblemente irritación en las redes. Allí, se señalan con cierta razón, que no existe ningún razón o efeméride que justifique la inclusión en la grilla.
En declaraciones a Fácil desviarse, el programa de Del Sol, la coordinadora de Cinemateca Uruguaya justificó la decisión. “Nos hubiera gustado que esas críticas sean más conocedoras de lo que ha hecho históricamente la Cinemateca: programar películas por sus valores estéticos independientemente de cualquier consideración”, dijo María José Santacreu.
Como ejemplos citó la inclusión, alguna vez en su programación, de la obra de Leni Riefenstahl, la cineasta del nazismo, y de El último tango en París de Bernardo Bertolucci, a pesar de que la actriz María Schneider habló de maltrato sexual durante el rodaje. También mencionó la intención de estrenar J’Accuse, la película de Polanski sobre el caso Dreyfuss. Igual, dijo Santacreu, “entendemos que haya una dimensión en la cual se discuta asuntos extra cinematográficos”.
Muchas películas de Allen, además, incluyen historias de hombres mayores con mujeres muy jóvenes. En Manhattan, su personaje está de novio con una liceal y en Maridos y esposas, el profesor (interpretado por el propio Allen) se enamora de una de sus alumnas.
El ciclo, que se llama “Woody”, incluye esas y otros grandes momentos del neoyorquino. Allí están Interiores, Hannah y sus hermanas, Dos extraños amantes, Broadway Danny Rose, La otra mujer y Los secretos de Harry. Son, más allá de toda polémica, tremendas películas.
Y es esa dualidad entre una tendencia inevitable a la cancelación y un culto a una figura única en la historia de su arte, la que hace que no esté bueno escribir sobre Woody Allen. Pero uno siempre termina haciéndolo.