Ovnis, periodismo y años 80: Leonardo Sbaraglia habla de su nueva película, una caso real que estrena Netflix

En "El hombre que amaba los platos voladores", el actor argentino interpreta a José de Zer, un reportero de la televisión argentina que construyó una ficción con extraterrestres en las sierras de Córdoba

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Leo Sbaraglia en El Hombre Que Amaba Los Platos Voladores.
Foto: Federico Romero / Netflix

Marcelo Stiletano, La Nación/GDA
Lo primero que me aparece es esto. Estar rodando una toma, mirar al cielo y comprobar que en algún lugar hubo magia. Alguien nos está hablando acá”. Leonardo Sbaraglia se activa con el primer recuerdo del rodaje de b. Como si en el gesto quisiera abarcar con su cuerpo un espacio cada vez más grande para no dejar nada afuera.

Ese movimiento es la representación perfecta de una expresión a la que volverá varias veces durante el diálogo. “Tenés que expandirte. Hay personajes, estén donde estén, que empiezan a instalarse al lado tuyo y adentro tuyo”, dice. Uno de ellos es José De Zer (en la foto acá al lado) una figura convertida en mito desde la TV argentina de los 80, sobre todo como artífice de crónicas mediáticas sobre “fenómenos extraterrestres”.

Aquellos relatos recurrían a monumentales dosis de fantasía para presentar la realidad de otra manera y convertirla en noticia televisada en la pantalla del viejo Nuevediario. Con ese mismo espíritu, moviéndose todo el tiempo entre lo verosímil y la imaginación, Sbaraglia lleva al cine el momento cumbre de la carrera de De Zer, aquel revelador viaje a las sierras de Córdoba tras la pista de los ovnis.

De eso habla El hombre que amaba los platos voladores, dirigida por Diego Lerman (El suplente) que se estrena hoy en Netflix e.

Sbaraglia está convencido de que todo lo que rodea a esta película parece formar parte de una gira mágica y misteriosa. “Debuté en el cine con La noche de los lápices, que habla de aquellos hechos trágicos de 1986. Es el mismo año en el que transcurren los hechos que vive José De Zer en esta película. Y el preestreno de El hombre que amaba los platos voladores fue el 16 de setiembre, aniversario de la Noche de los Lápices. Es reloco todo”, detalla Sbaraglia, mate en mano y con gesto de asombro.

-Coincidencias que en el fondo no parecen tales.

-Hay algo en este caso que no sabemos muy bien dónde está, que no conocemos y que encierra un misterio. Una trama que no terminamos de comprender hasta que de pronto todo empieza a cruzarse. Un mes antes de empezar esta película estaba filmando la serie de Menem y ahí viví una serie de situaciones afortunadas que también se dieron acá.

-¿Recordás alguna?

-Un día estábamos rodando una escena que, al final, no quedó en la película. Yo tenía que salir desnudo, desesperado y loco, totalmente obsesionado con esa montaña de la que supuestamente emanaba el misterio. Eran las seis de la tarde, el cielo encapotado, se estaba largando a llover. Y en el momento exacto de la toma, atrás mío, empiezan a caer rayos que parecían efectos especiales. Todos nos quedamos con la misma sensación.

-¿Cuál?

-Que hay cosas que uno puede imaginar y tienen de entrada un sentido mágico. Y que la ciencia quizás pueda explicar dentro de 300 o 3000 años. Como la lluvia que devuelve el agua a la tierra y de allí nace el trigo para que un pueblo entero se alimente. Esas cosas al principio se atribuían a algún sentido mágico y mucho después empezó a entenderse que forman parte en realidad de un sistema que antes era desconocido para el hombre. Misterioso.

-Tenés 54 años y 40 de carrera. Y llegaste, por lo que venís contando, a una etapa de tu vida en la que reconocés que hay cosas que están fuera de tu entendimiento y no sabrías explicar.

-Cuando ya pasaste la cima de la montaña y empezás a bajar, vislumbrando algún tipo de final, empezás a hacerte otras preguntas. Ese es el tema de la película, y por qué no, el de toda la humanidad. Frente a la mortalidad uno empieza a encontrar respuestas vitales.

-¿Y qué tipo de respuestas salieron a buscar Lerman y vos en esta película?

-Un año antes del rodaje, Diego me dio el primer guion, muy diferente al que quedó. Ahí ya me dijo que quería contar la historia de una persona que empezaba a perder el contacto con los ejes de la realidad. Después se sumaron otras versiones, más lo que fuimos improvisando y agregando mientras filmábamos. Hacer esta película fue algo muy fuerte, que se relaciona con las etapas de la vida que nos toca atravesar. Nuevos lugares en los que uno se va parando. Por eso no puedo separar a esta película de lo que me pasó el año pasado cuando me tocó hacer de Carlos Menem.

-¿Cómo fue eso?

-Menem y De Zer son personajes que te obligan a expandirte. Empiezan a estar al lado tuyo, adentro tuyo, en la imaginación o energéticamente.

-¿Será porque se trata de personas reales y no seres de ficción?

-Seguramente. Yo dejé entrar en mi vida a José De Zer. Hay videos suyos, que debo haber visto 1553 veces. Los ves, los ves, los ves, los ves y no parás. Y con cada visión entendés algo nuevo. Lo que al principio es nada más que una cáscara, se va metiendo adentro tuyo y empezás a viajar con el personaje adentro. Con una persona de la vida real, a la que hay que rendirle respeto.

-¿Recordás cómo veías a José De Zer en 1986?

-Tenía 16 años, laburaba todo el día. Todo el mundo decía que era un tipo muy gracioso. Yo veía una televisión amarillista que buscaba el efecto y el rating. Pero el tiempo te cambia la perspectiva. Nosotros hicimos mucha investigación para esta película. Fuimos a Canal 9, hablamos con productores y editores que trabajaron con él. Todos respondían lo mismo. ¿De Zer? Un capo. Un tipo que te sacaba una historia completa de una piedra. Hay que tener mucha imaginación, inteligencia y capacidad lúdica para conseguirlo.

-¿Qué encontraste, como actor, al meterte en la piel de este personaje? Sobre todo porque nunca dejamos de verte a vos detrás de la personificación. No imitás a José de Zer, se te reconoce detrás de esa máscara.

-Me identifiqué con cosas nuevas y accedí a lugares a los que nunca antes me animé a entrar. A veces esas cosas te llegan cuando no estás preparado. Y a veces pasan de largo. Pero en mi caso aparecieron en un momento de madurez, crecimiento, experiencia. En este momento yo me siento muy maleable como actor. Me siento mucho más plástico, menos rígido. Cuando estás más seguro, ya no te aferrás tanto al ego. Y salgo como en este caso junto al director a descubrir la historia y conocer al personaje. No hice este viaje solo, sino con la persona que en este caso manejó el avión, el auto, el cohete o el plato volador, lo que se te ocurra.

-En los últimos años te volcaste mucho a la comedia, especialmente en las películas que hiciste con Ariel Winograd, como Hoy se arregla el mundo, El gerente y la serie de Menem. Veo al expresidente y a José De Zer también en esa cuerda, pero al mismo tiempo son personajes con misterio, llenos de secretos, enigmas y alguna oscuridad. ¿Estás buscando este tipo de roles deliberadamente?

-Seguramente algunos dicen, “¡che, qué bien que está eligiendo Sbaraglia!”. Pero no es tan así. Estoy en un lugar en el que, por suerte, me llegan y me ofrecen algunas de las mejores cosas que se producen acá. Las más interesantes. Tengo el privilegio de sumarme a ellas.

-¿Te sentís hoy parte de lo que llamamos el star sistem argentino? ¿Pensás que la gente hoy está diciendo “vamos a ver la última de Sbaraglia”?

-Ojalá. Es muy linda esta comunicación directa con el público. Hay quienes me siguen desde que empecé, hace 40 años, y crecieron conmigo. Y nuevas generaciones que recién empiezan a verme. Nunca hasta ahora tuve una relación tan “popular” con el cine como la de hoy, solo me había pasado algo así con la tele. Tuve una experiencia cercana en los 90, con Caballos salvajes y Plata quemada. Pero ahora, desde Relatos salvajes, vuelvo a sentir ese reconocimiento. Igual, en mi caso, siempre jugué con un pie adentro y otro afuera.

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