Los Fabelman, la película autobiográfica deSteven Spielbergque tiene siete nominaciones al Oscar es la consolidación y el cierre de una forma de ver y hacer el cine. De conseguir el premio mayor este domingo, sería un reconocimiento de ese mérito.
Hasta ahora le ha alcanzado para estar en el podio de las favoritas, junto con Todo en todas partes y al mismo tiempo y, quizás, Los espíritus de la isla, entre quienes estaría la ganadora del Oscar a mejor película. Es difícil adelantar pronósticos pero todo en este momento parece estar para Todo en todas partes al mismo tiempo, quien es la que tiene más nominaciones y arrasa con los reconocimientos en esta última etapa de la temporada de premios.
En la oferta de candidatas, Los Fabelman viene de otro mundo, uno desaparecido del que Spielberg certificar su despedida. Un mundo suburbano, de ascenso social, de suntuosidad burguesa reflejada en una celebración de la familia y marcada por la experiencia del cine. De eso queda poco.
No es casual —y ahí planta bandera— que la película comience con una escena de Cecil B. de Mille, el más espectacular de los cineastas de Hollywood y termine con un consejo de John Ford, el director que prendió y apagó la luz del cine clásico americano. Spielberg se coloca ahí en el medio y Los Fabelman es una celebración de ese cine, sino también una crónica de un mundo menos cínico, más inocente.
Ser tan tradicionalista termina siendo contracultural pero no todos pueden coincidir con esa sentencia. El Oscar podría reconocerle la virtud de celebrar así de bien, la razón por la estamos acá: las películas.
Es la historia de Samy Fabelman (Gabriel LaBelle), el único varón entre tres hermanas de una familia estandar salida del corazón del sueño americano de la década de 1950. Dividido, ya desde la primera toma, entre el lirismo de artista materno (Michelle Williams) y el pragmatismo de ingeniero de su padre (Paul Dano), Samy descubre la imparable necesidad de hacer películas.
El divorcio de sus padres -un evento trascedental en la biografía de Spielberg- acompaña ese descubrimiento hasta la desolación que solo puede revertir un intrusivo movimiento de cámara. Ese final bastaría para darle un Oscar.
Hay para elegir cuál. Está nominada a mejor película, dirección, partitura (John Williams, una vez más), guion original (de Spielberg y Tony Kushner, habitual compinche desde Munich), diseño de producción (los ya oscarizados Rick Carter y Karen O’Hara), actriz principal (Michelle Williams) y actor secundario para Judd Hirsch por los 10 minutos de su tío Boris, una viñeta encantadora de una película llena de viñetas encantadoras.
Son categorías fuertemente competitivas y en las que están algunos de los pesos fuertes de este año. John Williams, sí, podría llevarse su sexto Oscar; cinco de los que tiene son por películas de Spielberg.
Pero Michelle Williams tiene que remontarla contra Michelle Yeoh y Cate Blanchett y lo de Hirsch (que estuvo nominado fue en 1980 por Gente como uno) debería ser tomado como un homenaje.
Spielberg es como el rival de Los Daniels, los directores de Todo en todas partes al mismo tiempo que la van de favoritos. Les ganó en los Globos de Oro.
Los Fabelman -que es una gran película y de las más amables de Spielberg- recupera un par de sus temas recurrentes.
Uno es el de siempre: la familia y las figuras paternas están en el centro de casi toda una filmografía que se remonta a la década de 1960. Es una parte crucial, para entendernos, de E.T., el extraterrestre la historia de dos niños que se sienten lejos de casa. El hogar de Elliot, el protagonista humano, es suburbano y monoparental.
También está en películas más impensadas como Agarrame si puedes sobre estafador que quiere enorgullecer a su papá. Hay padres, madres, familias y niños perdidos en casi toda su obra.
El otro asunto es más reciente y tiene que ver con una nostalgia que ha ganado su cine y quizás se explique con el hecho de que Spielberg tiene 76 años. Esa nostalgia está reflejada en The Post y West Side Story, homenaje y cierre, otra vez, de un cine que ya no se ve, ni se hace.
Spielberg tiene tres Oscar y uno más solo certificaría lo que ya está claro: su trascendencia en la historia del cine mundial. Los ganó como director por La lista de Schindler y Rescatando al soldado Ryan y la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood lo reconoció en 1987 con el premio Irving Thalberg que no se da siempre y solo reconoce a nombres de su magnitud.
En total estuvo nominado 23 veces y las películas en las que aparece su nombre en algún rubro recaudaron más de 15.000 millones de dólares. Le dio a la industria negocios persistentes y lucrativos.
Todo eso puede ser un buen argumento a favor de las chances de Los Fabelman.
Es, en definitiva, un homenaje a un arte al que le va el autohomenaje. Es sobre la compulsión creativa de aquellos que están expuestos a esa luz mágica que sale del proyector y que, más allá de 24 fotogramas por segundo, es capaz de convertir los sueños en una realidad impoluta, a la que llamamos la magia del cine.
No creo que este panegírico ayude a sus posibilidades y, quizás sea más una película a la que se la ve desde el afecto, no desde esas cuestiones técnicas. El afecto es una de las razones por las que votan los académicos.
No fue un éxito de público y eso no ayuda en tiempos en quese anda buscando respaldo popular. Pero su sola inclusión entre las protagonistas de esta 95 edición del Oscar es un recordatorio de un cine así de claro, así de emotivo, así de clásico.