Por Fernán Cisnero
Es la que quiero que gane. Y perdón por el exabrupto de primera persona del singular. Pero, eso, quiero que gane Tár.
Llega a la ceremonia de los Oscar con nominaciones en seis categorías. Son merecedísimas: mejor guion, dirección y película (en los tres rubros el responsable es Todd Field, quien figura como productor), mejor fotografía (Florian Hoffmeister, que el sábado ganó en los Spirit Independent Awards) y mejor edición (Monika Willi).
Y, claro, mejor actriz para Cate Blanchett, quien quizás pierda contra la novelería de Michelle Yeoh en Todo en todas partes al mismo tiempo, la película que se perfila como la gran favorita en las categorías principales para el domingo.
En el caso de Tár, y también de la otra, todos los rubros son cubiertos con excelencia.
Y al igual que Todo en todas partes al mismo tiempo, Tár es una crónica de cierta incertidumbre moderna, un espacio de reflexión que le va muy bien al gran cine. Ambas reflejan las travesías individuales de dos mujeres.
Lo que allá es multiverso, en Tár es una serie de capas narrativas y posibles lecturas. Para contarla se recurre a una combinación de ficción, realidad y sueños y a una interesante acumulación de géneros.
Es el riesgo que corre Field, un actor (es el pianista en Ojos bien cerrados, por ejemplo) devenido director que acá llega a su tercera película en 22 años (y la primera desde 2006). Su ópera prima, En el dormitorio, tuvo cinco nominaciones al Oscar en 2001. Ahora se revela como uno de los grandes cineastas contemporáneos.
Tár es, a simple vista, un melodrama sobre la caída en desgracia de una mujer poderosa, madre, lesbiana y directora en una exigente Orquesta Filarmónica de Berlín. Sus méritos son enormes (está en el exclusivo club de los EGOT, los ganadores de Emmy, Grammy, Oscar y Tony), preside una fundación para jóvenes directoras y, dice, es una alumna directa de Leonard Bernstein.
Está, además, por editar sus memorias, uno de los acontecimientos literarios del año y va por completar su ciclo Mahler, ensayando para grabar su quinta sinfonía, un mérito hasta ahora exclusivamente masculino. Una serie de acusaciones van a bajarla de su torre de marfil. Lydia Tár es un personaje ficticio.
La anécdota, aun contada así de lineal, ya es imponente.
Field la utiliza para reflexionar sobre algunos debates coyunturales como los roles de género, la identidad, el avance de las mujeres, el estado de la cultura y, como se subraya varias veces, la cosa esta de la cancelación.
¿Estamos dispuestos a perdernos un genio por lo que hace en su vida privada? Es una pregunta pertinente que Field nos deja que la respondamos nosotros. Es desafiante.
Pero Tár es, también, un estudio de personaje, una línea que queda clara en los 20 minutos de la entrevista inicial que construye una megasestructura alrededor de ella. La entrevista es acompañada con la confección de un traje (de hombre) a medida como para completar el retrato.
En cierto sentido, Tár está cerca de Blue Jasmine, la película de Woody Allen, que le dio a Blanchett su segundo Oscar (el primero había sido por ser Katharine Hepburn en El aviador). En la de Allen, una mujer caía estrepitosamente en la alienación.
Acá Blanchett está exigida y comprometida, una combinación de la que, en casos como ella, solo salen genialidades. En los segundos previos a esa entrevista inicial, no solo vemos a Linda Tár entrando en modo Lydia Tár, sino que también es Blanchett habitando esos personajes.
Y es también una historia de amor, y, ya que estamos, en ese sentido recuerda a Carol, otro papel demandante de Blanchett. En ese melodrama puro dirigido por Todd Haynes era una burguesa madura y depredadora que se enamoraba de una suerte de duende interpretado por Rooney Mara.
Acá, para toda su soberbia, Tár queda prendada de Olga, la millennial violonchelista rusa, a la que ella promueve en uno de sus legendarios caprichos de depredadora que precipitarán su caída y su castigo ejemplar. Con Olga se convierte en una presa y ese salto en la escala alimenticia la descoloca.
A eso se suma un video editado de una charla grosera pero abierta al debate y el suicidio de una ex alumna/amante quizás provocado por su frialdad de cazadora y que también ayudan a su debacle.
Y Tár es -y se siguen sumando cosas- una historia de fantasmas como espectadores atentos pueden advertir en un par de fugaces planos. Es que Field hace un uso abarcativo de la imaginando llenando de detalles y creando el ominoso universo en el que transcurre la historia. A medida que avanza se va llenando de elipsis, derivando en la extrañeza temporal y espacial del cuarto final.
Toda esa combinación (es también un backstage musical y alguna cosa más), la convierten en una película rara que recupera la grandeza del cine para contarnos el mundo.
Tiene, además, una actriz en el tope de su arte, y que se mueve entre tantas capas de realidad, sentimiento y sentido que hacen de su papel una travesía.
Todo eso no garantiza nada y parece, la verdad, poco probable que se lleve el premio mayor. Todo, por ahora, indica que está para Todo en todas partes al mismo tiempo o, quizás Los Fabelman o Los espíritus de la isla, de las que hablaremos en los próximos días. O Sin novedad en el frente de la que ya hemos escrito un montón.
Pero Tár es la película más pertinente del lote y -no paro con el entusiasmo- un espejo cinematográfico sobre miserias e incertidumbres contemporáneas. Y un antídoto para no volvernos ese público que cierra (o no) esta obra mayor del cine actual.
Si gana, quiere decir que no todo está perdido. Si se permite, una vez más, la exageración.