Opinión
Este lunes en los complejos Movie de Portones y Montevideo Shopping se exhibe, para celebrar el Día de los enamorados la historia de amor entre Julia Roberts y Hugh Grant
Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
Hay que ser —dicho con todo respeto— de una reciedumbre de alta gama para no emocionarse cuando, casi al final de Un lugar llamado Notting Hill, Julia Roberts le espeta un “solo soy una chica, de pie frente a un chico, pidiéndole que la ame” al pánfilo de Hugh Grant para no sentir un estruje (¿existe esa palabra?) en el corazón. O al final mismo, cuando él le retruca declarándole su amor irrumpiendo en una rueda de prensa y ella le manda un vale cuatro con la sonrisa más linda del mundo.
A esos dos momentos, cada uno podría sumar alguno favorito personal. Hay tantos: el jardín secreto londinense, la entrevista por la película, la cena con los amigos, cualquier cosa que incluya a Spike (como cuando está en boxers frente a la prensa mundial, gran escena). Como alguna de esas escasas cosas buenas de la vida, tiene de todo y en su lugar apropiado.
Podría decirse que eso explica la permanencia de Un lugar llamado Notting Hill en el imaginario colectivo. Eso se evidenciaría en que aparece en el cable, que está en el streaming y que aparezca como una cita de día de San Valentín perfecta como la propone el Movie este lunes 14. Para los enamorados con presupuesto suena como un buen complemento de una cena romántica, si se disculpa esta cosa de celestina que ganó el párrafo.
Conviene igual aclarar que lo de la permanencia no es una regla fija: hay cosas que tenían todo en su lugar y de las que nadie se acuerda, y verdaderas porquerías que hay quienes las consideran clásicos.
Un lugar llamado Notting Hill —el nombre con el que se la estrenó en Uruguay se estrenó en julio de 1999 en los cines Trocadero y MovieCenter Portones— no tiene nada en particular y es una tradicional rom-com (abreviatura del anglicismo romantic comedy) que en los 90 tenían un aire británico, la cara de Hugh Grant y la simpatía de Julia Roberts o Andie McDowell. Algunas de esas historia son de Richard Curtis, quien modernizó el viejo modelo clásico, le dio una tonalidad londinense y, en el camino, entregó algunas de las películas favoritas del último entresiglos con Cuatro bodas y un funeral, Un lugar llamado Notting Hill, El diario de Bridget Jones y Realmente amor.
Se basan, como corresponde, en los desencuentros amorosos de una pareja despareja, rodeada del entorno de camaradería comprensiva de un grupo de amigos, un personaje gracioso, un par de malos entendidos y un beso final. Nada más simple y a la vez encantador.
Escrita por Curtis y dirigida por Roger Mitchell, en Un lugar llamado Notting Hill está William Thacker (Grant), un muchacho buenote, algo dañado por una relación mal cerrada, que convive con el peor compañero de cuarto (Rhys Ifans como el divino de Spike) y que tiene una librería de libros de viaje en el pintoresco barrio londinense que aporta el título a la película.
Un día entra al local Anna Scott, una estrella de Hollywood armada con autoreferencias por la propia Roberts. A él, le parece encantadora, algo que ya le había pasado al público cuando en los créditos la vimos sobre la versión de “She” que hace Elvis Costello, clásico que debe haber acompañado incontables bailes de los novios en fiestas de casamiento de todo el mundo.
A ella, él le resulta tan simpático, tan lejos de su mundo y tan diferente a su novio actor (Alec Baldwin) que se atreve a vivir un romance de esos de película. Los paparazzi y un malentendido hacen temblar la relación, pero tras la tormenta vienen uno de los finales más felices de la historia de cine.
Roberts y Grant son una pareja cinematográfica perfecta. La comedia romántica era la especialidad de ella, quien por entonces (y se hace mención a eso en Un lugar llamado Notting Hill) era la actriz mejor paga del mundo. Había estado en algunos de los mejores ejemplos del género en la década de 1990 incluyendo Mujer bonita y La boda de mi mejor amigo. El mismo año que Un lugar llamado Notting Hill estrenó Novia fugitiva, aquella con Richard Gere que queda un poco relegada comparada con esas, pero me dieron ganas de verla.
Grant venía construyendo su personaje estandar, el de un torpe enamorado como lo mostró en Cuatro bodas y un funeral. Acá repite algunas torpezas y se le ve, la verdad, encantador.
Con un material así de eficaz, la dirección de Mitchell puede resultar algo rutinaria, pero sabe manejarse en los terrenos que necesita una comedia popular. Apenas un montaje de tiempo atravesando la feria del barrio y el travelling del final se hacen notar, pero son buenas escenas tradicionales.
Pero uno no va a ver planos inteligentes en una película como Un lugar llamado Notting Hill. Lo único que quiere ver es una historia de amor. De esas que son pura fantasía pero que pueden servir para apretar la mano del acompañante (el de la velada, el de la vida), darle una sonrisa y dejarse llevar por la verdadera magia del cine: regalarnos un montón de momentos inolvidables.
Y en eso sí que no hay quien le gane.