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El actor pasó de clásicos como "Pulp Fiction" o "Duro de matar" a filmar 39 películas en los últimos cinco años, un record que aportó poca calidad a su filmografía pero ingresos interesantes
En definitiva, todas las inquietudes contemporáneas se limitan a tres preguntas: ¿cuándo termina la pandemia?, ¿existe algo después que nos morimos? y ¿qué le pasó a la carrera de Bruce Willis?
Ninguna de las tres tiene una respuesta directa, certera o comprensible, cierto, pero lo de Willis es imposible de descifrar: después de convertirse en una de las grandes estrellas de la historia del cine, ha pasado los últimos lustros dándole cara a productos a los que incluso la denominación clase B les queda grande.
Por ejemplo de 2015 hasta el año pasado, participó en 39 películas de las que apenas tuvieron distribución internacional poquísimas: solo cinco se estrenaron en Uruguay. Allí están sus películas más importantes de las recientes como Glassy Deseo de matar, la remake prescindible de El vengador de anónimo, aquella de Charles Bronson.
El resto de este período está cargado de películas de las que antes iban directo al video club y ahora ni eso. Ni siquiera queda claro dónde se pueden ver y su principal vidriera parecen ser los sitios de descarga ilegales. Allí los comentarios burlones hacia las películas de Willis han superado a los de las de Nicolas Cage, otro actor que parece haber abandonado el respeto a su oficio pero que dos por tres hace una interesante y es un gran actor.
Eso no pasa necesariamente con Willis, cuyo secreto estaba en una combinación de carisma y proyectos interesantes. Así su carrera se ha impulsado gracias a su seductora presencia en como Duro de matar, Sexto sentido, El quinto elemento, Doce monos, Pulp Fiction o Sin City. De esas últimamente, nada.
O sea un desastre así obliga a esa pregunta existencial: ¿qué demonios le pasó al viejo Bruce? ¿Por qué actúa como si en determinado momento todo le empezó a importar un comino?
Una de las razones, quizás, sea su lucrativa asociación con el productor Randall Emmett, con quien ha trabajado en más de 25 proyectos en los últimos años.
Emmet tiene 123 créditos como productor entre los que están El irlandés y Silencio de Martin Scorsese o En la mira, aquella con Jake Gyllenhaal pero que básicamente su filmografía está plagada de películas como esas en las que alardea de tener a Willis.
Son películas de género, básicamente policiales de novelita barata, en las que la participación de Willis se limita a un personaje secundario y a una foto en un poster. Su presencia en pantalla, muchas veces, no excede el cuarto de hora.
Por ese escaso compromiso, Willis cobraría, según cálculos periodísticos, un millón de dólares, lo que sería ser el mayor rubro de producción. El elenco lo encabezan estrellas menores como Neal McDonnough, Jesse Metcalfe, Hayden Christensen, Chad Michael Murray.
Considerando que entre el año pasado y este tiene estrenados o anunciados 22 películas y el caché que cobra, hay un dinero importante en las decisiones artísticas de Willis: incluso así es uno de los actores más cotizados de Hollywood.
La razón para traer el tema a colación es que Netflix acaba de incluir en su grilla, Mercancia peligrosa, que algunos consideran lo mejor de todo este lote. Es de 2016, la produce Emmett y es un resumen de su estilo autoral: es corta, violenta y tirando a machista.
Willis interpreta a mafioso psicópata que quiere hacerse con el botín que se le quedó una de sus empleadas . Hay un robo de joyas, muchos tiros y varias inconsistencias en el guion. Es un policial a la vieja usanza.
El modelo se repite en otras que están en Netflix o en otros servicios de streaming (no hay tantas) y que son para quienes confían en que Willis puede, en una de ellas, dar un volantazo en su carrera. Por ahora eso no estaría sucediendo.