por Fernán Cisnero
*
Eran, originalmente, unos fanáticos del tunning y ladrones dedicados a las picadas cuyas aventuras parecían destinadas al nicho de mercado de los “fierreros”. La primera de la saga, la más cercana a una buena película, es una relectura de Punto de quiebra, aquella de Keanu Reeves, Patrick Swayze y una banda de surfistas.
Desde entonces, a medida que el éxito ha inflado presupuestos, los del tunning se han vuelto agentes internacionales de una organización aparentemente apátrida (“la Agencia”) pero que habla con el acento de los burócratas de Washington. Se manejan con tanto desdén a las normas internacionales de diplomacia y convivencia que sin duda están respaldados por una institución poderosa.
Pelean contra enemigos que son un mash up de los villanos de James Bond, Misión Imposible y Batman. Lo que quieren es conquistar el mundo, aunque algunos han personalizado su causa en destruir a los héroes de la saga, los Toretto, una tribu que incluye también amigos y compinches. La gran mayoría están desde el primer capítulo y aun Paul Walker, quien interpretaba al líder carilindo y murió a la altura de Rápidos y furiosos 6, aunque sigue apareciendo: en la décima, que se estrena hoy en Uruguay, tiene una participación fugaz.
Los Toretto son un clan latino, cristiano y muy familiero, del que uno de los hijos varones, Dominic, es el líder impoluto e invencible. Lo interpreta Vin Diesel, el dueño de una franquicia que hasta ahora lleva recaudados seis mil millones de dólares. Cada generación tiene los héroes que puede.
Es un buen negocio para sólo limitarse a premisas infantiles como excusa de mostrar persecuciones y autos enchulados a nivel supersónico. Y chicas en hot pants al ritmo “Gasolina”, como para avisar que este el mismo modelo al que han venido enchulando.
En Rápidos y furiosos X el villano se llama, simbólicamente, Dante, y su misión es hacer sufrir a los Toretto, quienes, en una persecución en la quinta entrega (en la que arrastraban una caja fuerte gigante por Río de Janeiro), le mataron a su padre, un mafioso local.
Se incluye la escena original aunque con inserts deJason Momoa, que interpreta a Dante como un Ricardo Fort brasileño. Momoa (Aquaman) confunde amaneramiento con gracia, un recurso que muchos han encontrado muy divertido. No yo. Es exagerado e innecesario aunque esas dos características están en el ADN de Rápidos y furiosos.
El bizarro de Dante quiere dañar a todos los integrantes de la familia, principalmente al pequeño hijo de Dominic, que tiene ocho años y es un as del volante como demuestra en unas piruetas que solo un padre negligente podría permitirle hacer.
Para una saga tan preocupada por la tradición cristiana y familiar, Rápidos y furiosos se ha mostrado bastante displicente con la vida humana: la cantidad de muertos, mutilados, heridos, víctimas de estrés postraumático que dejan sus persecuciones se cuentan de a miles. Son impunes y todo es un escenario para sus caprichos; el resto, apenas mortales testigos y víctimas.
Para concretar su venganza, Dante no escatima en gastos y la película es una seguidilla de demoliciones y muertes en masa ya sea en Roma, Londres, Portugal o la Antártida. Destruye, por ejemplo, El Vaticano con una bomba de historieta que recorre todo Roma en un camino de demolición patrimonial sobre el que la Unesco debería hacer algo.
Para hacer más llevadero aparecen innecesariamente algunos viejos conocidos de la saga como Charlize Theron, Helen Mirren y Jason Statham. Tienen un par de escenas que funcionan mejor como guiños a los seguidores dada su limitada incidencia anecdótica. Debe haber un montón de autocitas que escapan al recién llegado al invento.
Se suma, sí otra ganadora del Oscar, Brie Larson, como una agente libre que se integra a los siempre en expansión Toretto.
Rápidos y furiosos X es, aparentemente, la primera parte de una trilogía final. De hecho, a la usanza de los viejos seriales del cine de los 40, termina con el héroe en medio de una situación de peligro. Aquellas aventuras son influencia directa en una película tan simplona, inverosímil, exagerada e innecesaria.
Con muchos de esos atributos y defectos, el francés Louis Leterrier armó toda una carrera: dirigió parientes más o menos cercanos pero siempre más pobres de esta fórmula como El transportador (con Statham), la de Hulk con Edward Norton y Furia de titanes. No es material de Oscar.
Su estilo es impersonal: rutinarias escenas de persecución o peleas mostradas como si por el cine de acción no hubiera pasado John Wick.
Muchas cosas atrasan acá.
En todo caso, los defectos son los de toda esta saga, a la que, seguro, no hay que tomarse tan en serio. Con lo que tiene ofrece el entretenimiento que su público va a buscar.