Se estrenó la película más esperada de Cannes: críticas divididas y su director habló de política

Francis Ford Coppola presentó "Megalopolis", su demorado proyecto que tuvo que autofinanciar y en la que compara la caída del Imperio Romano con Estados Unidos y que fue recibida con algunos señalamientos.

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Adam Driver y Francis Ford Coppola en la presentación de "Megalopolis" en Cannes

Con información de Cannes
Aunque Megalopolis, su demorado proyecto y su regreso al festival que le dio, dos veces, su premio mayor, fue recibido tibiamente, Francis Ford Coppolasigue siendo la estrella de Cannes.

La mayoría de la crítica tímidamente la calificó como pretenciosa y tirando a mala aunque complació a los incondicionales del maestro. Todos acordaron es que es extravagante y en que está lejos de las mejores obras del director y eso incluye la saga de El Padrino y sus dos Palmas de Oro, La conversación y Apocalypse Now.

Por algunas de esas cuestiones, la rueda de prensa con Coppola y el elenco de la película se convirtió en uno de los eventos del festival.

Allí, Coppola aseguró que cuando inició el proyecto, hace 40 años, no imaginó que pudiera terminar tan conectado con su tiempo. “Lo que pasa hoy en la política americana”, dijo, “es como los romanos perdieron su República”.

Compartiendo escenario con Adam Driver, Giancarlo Esposito, Aubrey Plaza y otros miembros del equipo, Coppola reflexionó sobre la idea original que tuvo a finales de los 70, cuando rodaba Apocalypse Now, y que empezó a escribir en los ochenta: hacer una historia épica romana, pero que suceda en el Estados Unidos moderno.

“Pero no sabía que la política de hoy la haría tan relevante”, opinó.

La tendencia en el mundo actual, argumentó Coppola, es la de ir hacia a una “neoderecha”, incluso “fascista”, y eso es algo que “da miedo”.

“Cualquiera que estuviera vivo en la Segunda Guerra Mundial y vio los horrores que ocurrieron no quiere que se repitan”, recalcó.

Él siempre tuvo claro el paralelismo entre la era de los romanos y su país -que precisamente es el argumento central de Megalópolis-, ya que los Estados Unidos están basados en “la idea de República de los romanos”. Al igual que ellos, los padres fundadores estadounidenses no querían un rey y se inventaron una nueva forma de gobierno.

En su búsqueda de las similitudes con la antigua Roma, en esta historia de traiciones, poder y amantes que construyó, Coppola decidió utilizar conocidos nombres de personajes romanos -Craso, Julia, Vesta-, lo que contribuye aún más a la confusión.

En ese contexto, para Coppola, el papel de los artistas es “iluminar lo que está pasando” y permitir a la gente verlo. Y eso puede ser así incluso colaborando con personas que tienen ideologías opuestas.

La película es una fábula futurista sobre la visión utópica que el idolatrado arquitecto Caesar Catalina (Driver) quiere para su ciudad -llamada Nueva Roma aunque es, en realidad, Nueva York-, a fin de evitar el colapso social en un mundo en absoluta decadencia.

Pero sus ideas colisionan con la postura más pragmática del político sin escrúpulos Franklyn Cicero, al que interpreta Giancarlo Esposito.

Con unos decorados grandiosos, un vestuario extravagantemente romano y un despilfarro de talento, Megalópolis bien podría convertirse en una película de culto en el futuro, aunque por el momento apunta más a un gran desastre económico para Coppola como el que vivió con Golpe al corazón, la película que lo fundió en 1981.

Las casi dos horas y media de metraje tienen destellos del genio de Coppola pero no los suficientes para mantener el interés en una historia con muchos altibajos y que solo cobra fuerza en la recta final.

Megalópolis era, de lejos, la película más esperada de la 77 edición del Festival de Cannes. Ser de Coppola ya hubiera sido suficiente para elevar la expectación, pese a que sus trabajos desde hace más de dos décadas no han estado a la altura de su obra. Quizás su última gran película es Drácula de Bram Stoker que es de 1992.

Pero a eso se añadió que, ante la imposibilidad de encontrar productor, el realizador decidió costear personalmente los 120 millones de dólares de presupuesto, con la venta de vino, según los medios estadounidenses. Y, por si fuera poco, tras finalizarla y antes de llegar a Cannes, ni siquiera había encontrado distribuidor en Estados Unidos.

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