"Ser actor es lo que me alegra la vida"

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Gérard Depardieu
Gérard Depardieu
Foto: AFP

Cuenta qué ve en Putin, qué lo motiva a hacer cine, por qué no se arrepiente de nada y advierte un nacionalismo riesgoso

El hombre está forjado de contradicciones. El actor es colosal. Quienes lo conocen, confirman: Gérard Depardieu es un ogro que, más que comer, devora la vida alternando entre dos bocados, sorpresivas carcajadas y afirmaciones definitivas, pronunciadas con una conmovedora hesitación en la cadencia. Su bonhomía se frota contra su orgullo hasta producir chispas. Es maestro de lo cómico, de la ironía, de la cólera, de los silencios y de los abismos de tristeza.

Hijo del pueblo, incorrecto, alérgico a la educación, un poco delincuente, heredero de nadie, bocón, actor de Duras, Ferreri, Truffaut, Berri, Godard, Pialat. Depardieu nunca fue un personaje consensual. Estos últimos años, sus declaraciones atronadoras sobre la "imbecilidad" de los dirigentes franceses, las ventajas fiscales de Bélgica o la "grandeza de Vladimir Putin" nos hizo perder de vista la inmensa mesura del intérprete. Ese mismo que, después de 180 films, desde Las cosas por su nombre en 1974, pasando por Cyrano de Bergerac en 1990 o Life of Pi en 2012, continúa haciéndonos vibrar.

A los 68 años, Depardieu sigue embistiendo su arte con la misma bulimia que la existencia. Más que cualquier otro actor de su generación, Gérard Depardieu proyecta su personalidad en todos sus roles. Él es como actúa y actúa como es. Cuando habla, los vanidosos, los idiotas, los avaros y los alucinados cobran vida.

En su equipaje siempre hay varios proyectos a la vez. Por ejemplo, estuvo en el Teatro Colón porteño, donde se pondrá en la piel de sus personajes más emblemáticos, sobre todo de su célebre Cyrano. En octubre había estado en Buenos Aires filmando Sólo se vive una vez, opera prima del hispano-argentino Federico Cueva, junto con Santiago Segura, Peter Lanzani y la China Suárez, entre otros.

Después de casi 200 films y cuatro décadas de actuación, ¿qué lo motiva? ¿Por qué acepta una película y no otra?

—No tengo idea. En realidad no es por el film. Es por la gente con quien voy a trabajar. Por los temas que me van a permitir decir cosas. Por ejemplo, la película que acabo de filmar en Argentina muestra a un ganadero que lucha por mantener la carne libre de productos químicos. Aquí (en Francia) acaba de estrenarse Tour de France, que trata de la relación improbable entre un cantante de rap de origen árabe y un albañil francés y racista. Esas cosas me motivan.

—La cuestión de la identidad cultural parece preocuparlo.

—Mucho. Porque, cuando se pierde o se olvida esa identidad, se abre la puerta a todos los miedos, que llegan de la mano de los nacionalismos. Pero hablando de cultura en Argentina, me sorprendió la mala calidad de la televisión. Creo que es la peor televisión que vi en mi vida. En realidad, no es televisión: es pornografía. En 10 días nunca la pude mirar más de cinco minutos.

—¿Por qué razón dice que cada vez hace menos cine? ¿Se refiere al cine comercial?

—Porque tengo casi 70 años y prefiero ayudar a las nuevas generaciones. El cine es un instrumento apasionante, aunque cada vez exista menos. Está siendo reemplazado por las series.

—Justamente, según usted el cine ha dejado de existir.

—Exacto. En los Estados Unidos hacen reality shows. Cine de efectos especiales. E incluso eso está siendo reemplazado por series, que suelen ser buenas, pero no terminan de convencerme. La mejor que vi hasta ahora es House of Cards. Por esa razón me siento obligado a hacer cine con jóvenes autores que quieren seguir manteniéndolo vivo.

—¿Qué tipo de actor es usted para dirigir?

—Soy muy fácil de dirigir. Cuando se está en una película y se comienza a rodar, no hace falta dar su opinión porque para lo único que sirve es para perder el tiempo. El cine es como cuando se sube a un taxi. ¡Hoppp!, se pone el taxímetro y comienza a contar. Cuando se empieza a discutir el itinerario se termina pagando una cuenta gigantesca.

—¿O sea que nunca interviene, ni en el montaje ni al ver el resultado final?

—No. Si estoy decepcionado, mala suerte. Y no necesito esperar que la película esté terminada para saber que me metí en una merde. Mala suerte. Ser actor es lo que me alegra la vida. Es absurdo llegar a la filmación con el miedo a fracasar. Soy actor por casualidad. No soy un misionero. Si la historia me gusta, si lo que defiende me conviene, perfecto.

—Y en su vida personal, ¿qué es lo que le interesa?

—Me siento más interesado por la vida de la gente simple. Aquellos que trabajan la tierra sin plantearse demasiadas preguntas. Es entonces cuando me doy cuenta de que lo que veo en Francia y en Europa es que la mayoría de la gente está completamente perdida. Han dejado de saber dónde están.

—¿Qué ve en Putin?

—Veo alguien extremadamente valiente, que si no estuviera ahí, todo sería un caos absoluto.

—Pero no es fácil vivir en Rusia.

—Es mucho más fácil con Putin. Sería peor con un oligarca cualquiera. Putin fue quien los echó, aunque todavía quedan algunos. El problema es que el sistema soviético favoreció la corrupción a todos los niveles. Putin trata de resolver la corrupción practicada por los grandes oligarcas. Logró mucho, aunque todavía falta. Pero, como sucedió con la Argentina durante las décadas peronistas, después de 50 años no se puede borrar de un día para otro la ideología de la corrupción.

—¿Y qué piensa de Trump?

—No pienso nada. Sólo en los Estados Unidos un personaje como Trump puede llegar a presidente. Es un país tan alejado de lo que conocemos en Europa.

—Pero usted, ¿no teme que toda esa gente que votó a Trump por desesperación termine viviendo peor que ahora?

—No es que creyó en Trump, es que están mal informados. Los medios de comunicación del mundo van siempre en un solo sentido. Siempre en dirección del dinero. Los medios no quieren contar la miseria. Tampoco es su trabajo. Son los poetas, los escritores quienes tienen que contar esa miseria.

—Y en Europa, ¿cree que las elites políticas son igual de sordas y ciegas a la situación actual?

—Es evidente que hay un nacionalismo cada vez más preocupante. Pero nadie pone el dedo en la desesperación de la gente. Eso lo hacían Chéjov o Dostoievski. Ya no más. Ahora, con la mundialización, todo el mundo regresa hacia un nacionalismo extremadamente peligroso. La única cosa que nos puede salvar de ese nacionalismo es la cultura.

—Volvamos al cine. ¿Cuáles son sus límites? ¿Hay cosas que se niega a hacer?

—No. El cine es sobre todo seguir una historia. Hay cosas que detesto hacer: encarnar un político o un dictador, aunque interpretar a Stalin fue una excelente experiencia, sobre todo por el aspecto freudiano del personaje. También estuve muy decepcionado con el tratamiento que Abel Ferrara le dio a mi personaje de DSK (en Welcome to New York, basada en el caso de violación protagonizado por el ex director del FMI, Dominique Strauss Kahn). Tendríamos que haber tratado con más sutileza la personalidad de ese hombre que se perdió por su sexo.

—Leí que cuando comenzó a actuar tenía dificultades para retener sus textos, y ahora es capaz de acordarse de los más mínimos detalles de la historia universal. ¿Cómo hace?

—Nunca tuve problemas para memorizar textos. De lo contrario, no podría haber hecho Cyrano. Ahora ya no tengo más ganas. Tenía, por el contrario, problemas de locución. Yo caí dentro de esta profesión para hablar.

—¿Y cómo hace uno para hablar?

—Entre los 13 y 15 años perdí el uso de la palabra. Sólo me expresaba con onomatopeyas. Debía ser mi hiperemotividad. Tuve que hacer un trabajo de recuperación del lenguaje, palabra por palabra, frase por frase. ¿Cómo se hace? Leyendo en voz alta, aun cuando no se comprende lo que está escrito. Y después, cuando eso se transforma en música, toca el cerebro de la gente y se vuelve inteligible. Es como el canto. Si en una coral hay uno que tiene un mal pensamiento, la coral se desequilibra. Se trata de estar siempre atento.

—¿Después de todo el camino, tiene algún remordimiento?

—No. No hay remordimientos. Con el tiempo, la vida nos hace ver nuestra torpeza. ¡Nuestras enormes torpezas! Pero ya está hecho. Es imposible lamentarlo. Lo único que se puede hacer es tomar conciencia y tratar de que no se vuelva a repetir. Decir: "Dios mío, si algo parecido me vuelve a suceder, que sea capaz de no repetir los mismos errores". Pero no se pueden cambiar las rayas de la cebra. La naturaleza humana no se puede cambiar. Y yo, soy monstruosamente humano.

Una mansión y el exilio fiscal de un millonario

Depardieu decidió instalarse en Bélgica después de que el gobierno francés anunciara la creación de un impuesto especial para aquellos cuyas ganancias excedieran el millón de euros anuales.

El actor, cuyo patrimonio fue evaluado ese año por The Wall Street Journal en unos 120 millones de dólares, compró una casa en la localidad de Nechin, a pocos kilómetros de la frontera francesa y se fue. Al mismo tiempo, puso en venta su mansión parisina donde se realiza nuestra entrevista.

De 1800 metros cuadrados habitables, la vivienda es contigua a la casa donde vivió el verdadero DArtagnan. La fastuosa propiedad —que aún no pudo vender— cuesta unos 50 millones de euros, según una estimación realizada por una agencia inmobiliaria de ese sector de París. Además de un cuerpo principal, con ascensor y piscina, posee un jardín interior, terrazas y un segundo edificio.

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GÉRARD DEPARDIEU

GÉRARD DEPARDIEULUISA CORRADINI | LA NACIÓN (GDA)

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