EL ÚLTIMO TRAJE [ ***]
Crítica de la película que tiene a Miguel Ángel Solá como protagonista
En su papel de Abraham Bursztein, un sobreviviente del Holocausto, Miguel Ángel Solá se transforma por completo. Con los movimientos físicos de un nonagenario, una voz con un acento que remite al pasado europeo del personaje y, sobre todo, un sinfín de pequeños gestos faciales, es fácil olvidarse que detrás del protagonista se esconde un actor casi veinte años menor. Ese trabajo actoral se vuelve el centro de El último traje, una película que está confeccionada completamente al servicio de su protagonista, lo que genera sensaciones mixtas con el producto final. Por un lado, el periplo de Abraham -quien se escapa de su hogar antes de que sus hijos lo envíen a una casa de salud- da lugar a escenas muy emotivas y entretenidas. Por otro, ese viaje transatlántico por Argentina, España, Alemania y Polonia está repleto de personajes secundarios -principalmente mujeres- que no logran ser desarrollados por completo y tampoco parece haber un intento de hacerlo. Más que personajes, las personas que el protagonista va conociendo en diferentes países se convierten en dispositivos narrativos capaces de ayudar a Abraham en su travesía, pese a recibir varias formas de maltrato del protagonista. El director y guionista Pablo Solarz (autor de Un novio para mi mujer y Me casé con un boludo) se anima a una mayor profundidad emocional y reconstruye, con un buen diseño de producción, escenas que ocurren en la antesala de la II Guerra Mundial. El mayor logro, sin dudas, es haber elegido a Solá en el papel principal. El argentino se entrega completamente a un rol que lo aleja de sus personajes más tradicionales (los villanos) y el relato lo lleva por diferentes escenas en donde demuestra una diversidad de emociones. El último traje es una película llevadera y recomendable que pese a estar narrada sobre el trasfondo de una de las mayores tragedias de la humanidad, logra concentrarse en una historia personal bien contada.