Crítica

De superhéroes y efectos especiales, acá nada. Este Guasón dirigido por Todd Phillips, está más cerca del cine de Martin Scorsese que de cualquier despliegue tecnológico reciente.

Arthur Fleck, el payaso de tiempo completo que interpreta con dedicación absoluta Joaquin Phoenix, comparte escenario y tribulaciones con alguno de los antihéroes de Scorsese. Juega, así en la categoría del Travis Brickle de Taxi Driver o el Rupert Pupkin de El rey de la comedia, los dos interpretados por Robert De Niro, quien en Guasón tiene un papel secundario que explicita la referencia.

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Con ellos, Fleck comparte una alienación importante producto de entornos familiares, laborales y sociales corruptos, ciegos, violentos e insensibles. Es un daño colateral de la despersonalización de las metrópolis -sea Ciudad Gótica o Nueva York- buscando una redención esquiva.

La locación, de hecho, es el único vínculo directo de Guasón con el universo de Batman y el integrante de la familia Wayne con mayor presencia escénica es Thomas Wayne, patriarca reaccionario y padre de Bruce, el futuro hombre murciélago que acá es un niño a punto de vivir el peor día de su vida.

Los problemas de Fleck son de los difíciles de enfrentar y menos en un estado mental que roza varias patologías peligrosas para él y los que lo rodean. Vive con una madre enferma, la medicación ya de por sí insuficiente desaparece por los recortes de las ayudas sociales a casos como el de él y encima es un psicópata intentando integrarse a una sociedad esquiva. El trabajo es una pesadilla porque aunque nunca nadie dijo que ser payaso callejero es un trabajo fácil, nunca se pensó que fuera para tanto. La ciudad, además, está ganada por la basura, la inseguridad y la intolerancia.

Una noche, Fleck se cruza con unos petulantes de Wall Street molestando a una muchacha en el subte y los asesina. Así, u201cel payaso asesinou201d se convierte en una suerte de justiciero social celebrado por el lado menos afortunado de la grieta de Ciudad Gótica. Aunque hay unaminidad en que no parece haber salida para él, una vecina (Zazie Beetz) podría ser un salvavidas afectivo y su presencia en la televisión (en un programa conducido por el personaje de De Niro, haciendo de Jerry Lewis en El rey de la comedia) lo acerca al cuarto de hora de adoración que anda reclamando.

Con ese caldo de cultivo y una imaginación frondosa, Fleck, se convierte en un impensable héroe y en un comediante de éxito fugaz. Sus demonios lo carcomen, está claro, y Phoenix (que acá tiene una actuación omnipresente y deslumbrante) lo deja explícito en un cuerpo atravesado por el dolor de querer ser lo que no se puede ser. Es un trabajo soberbio del más dotado actor de su generación y que deja lejos (quizás porque va por otro camino), incluso al Guasón de Heath Ledger, hasta ahora el estándar del personaje. Llega a generar incluso empatía con su triste destino manifiesto.

La acción transcurre en un 1981 de colores opacos (la fotografía es de Lawrence Sher) que permite además una puesta en escena que reconstruye una época y construye un mundo (el diseño es de Mark Friedberg). Philips (que antes dirigió ¿Qué pasó ayer?, por ejemplo) maneja con corrección el porte siniestro que tiene la película y sabe (como Scorsese) hacer un uso interesante de los planos y la banda sonora.

Con su factura impecable y sus derivaciones sociológicas y políticas, no parece tan disparatado que haya ganado el León de Oro en Venecia. En un año cargadísimo (Tarantino, Almodóvar, Godard), Guasón tiene todo para ser una de las películas de la temporada. Y tiene que haber un Oscar para Phoenix.