Incluso vía Zoom y él tan frágil en un living con una enorme biblioteca de fondo y apoyado en un almohadón de croché como los que hacía mi madre, es intimidante encontrarse con un icono artístico personal como Woody Allen.
La excusa es Golpe de suerte en París, su película número 50, su primera en francés y que se estrena en Montevideo el 25 de julio. Es, quizás, su mejor comedia desde, justamente, Medianoche en París, su anterior proyecto parisino.
Es una de sus comedias burguesas livianas y que incluye todo el catálogo de sus marcas de agua: música de jazz (más cercana en el tiempo), adulterio, casualidades, un misterio a resolver y un ambiente refinado. La referencia parecería ser Las reglas del juego de Jean Renoir, incluyendo entreveros aristocráticos, una muerte confusa y una partida de caza. Es una Match Point ligera.
Golpe de suerte en París es además, otra escala de la filmografía de Allen por fuera de Nueva York y en la que hay que ubicar precisamente Match Point, Vicky Cristina Barcelona, A Roma con amor, y Rifkin’s Festival que transcurría en San Sebastián. Ahora, como siempre París se ve hermosa a lo que ayuda mucho, la fotografía del italiano Vittorio Storaro, quien lo ha acompañado en sus últimas películas.
Las denuncias de abuso (sobreseídas por la justicia pero vigentes para el público) han golpeado la imbatible trayectoria de Allen, quien tiene 88 años. Desde que Amazon canceló un contrato por un montón de películas, depende de la generosidad de inversionistas europeos. No es de extrañar que haya anunciado que Golpe de suerte en París, que se estrenó en el festival de Venecia, será su última película. A El País le contó que si hay un productor que se entusiasme, está dispuesto a seguir rodando.
Sobre algunas de esas cosas —y alertados que no hablaría de asuntos personales o política y que solo teníamos 12 minutos— Allen, desde un living con almohadón de croché charló con El País.
—¿Es consciente del impacto que provoca en la gente cuando está frente a usted?
—Me emociona poder trabajar en algo por un año, escribirlo, filmarlo, ponerle tanto esfuerzo y que alguien lo aprecie. Es por eso que uno lo hace. Las primeras dos películas son por el dinero —sos joven y necesitas ganarte la vida— pero después de 50 películas, lo hago por el placer de que haya gente que las vea y las disfrute. Eso es lo importante para mi.
—¿Conoce algo de Uruguay?
—No. No sé nada sobre lo que hay al sur, al norte o al oeste de Estados Unidos. Viví toda mi vida en Nueva York y recién a los 70 o a los 80, visité Canadá muy rápidamente; y eso es en la frontera y se llega manejando. Pero no tengo curiosidad, no soy una persona curiosa. A mi esposa sí le encantaría viajar por toda Sudamérica, Hawaii, Tailandia. Yo no siento ningún deseo de eso. Me gusta quedarme en mi casa, en algunos barrios alrededor de mi casa y no ir a ningún lugar.
—Golpe de suerte en París es una de sus comedias burguesas. ¿Cuáles son sus referencias para algo así?
—Para esta película en particular, me dejé influenciar por la Nouvelle Vague. Alguien me preguntó si esta vez me había influenciado Alfred Hitchcock, lo que es curioso porque me influyó la Nouvelle Vague que fue influenciada por Hitchcock. Cuando estaba empezando a dirigir, directores franceses como Claude Lelouch, Francois Truffaut y Jean Luc Godard, eran nuestros grandes héroes. Íbamos a ver el cine francés y era muy emocionante desde Nueva York ver qué estaban haciendo. Era una forma de filmar tan diferente, tan energética e innovadora. Y cuando hice Golpe de suerte en París estaba pensando en aquellos directores franceses y recurrí al tipo de jazz de sus películas.
—En este período de su carrera, con comedias como Rifkin’s Festival, Un día lluvioso en Nueva York y ésta, ¿hay una tendencia mayor a las historias ligeras?
—-Ese es mi don y mi triste desgracia. Mi tendencia -o sea el talento natural que quizás tenga para hacer películas- es lo liviano, lo cómico, lo romántico y divertido, incluso la comedia surrealista. Pero mi impulso siempre ha sido querer hacer películas muy oscuras y pesadas. Y son las que intento hacer cada vez que me es posible. Pero nunca hacen tanto dinero como las comedias aunque Blue Jasmine o Match Point sí funcionaron y eran profundas. Pero las comedias livianas son más seductoras para el público.
—Golpe de suerte en París es una nueva colaboración con el fotógrafo italiano Vittorio Storaro. Ambos son maestros del cine. ¿Cómo es su relación en el set?
—He sido afortunado porque después de terminar mis primeras dos películas, no sabía qué estaba haciendo, simplemente actuaba intuitivamente. Pero cuando empecé a saber más de cine, trabajé durante años solo con los mejores fotógrafos. Trabajé unos 10 años con Gordon Willis, uno de los mejores fotógrafos americanos, con Vilmos Zsigmond, Carlo De Palma, Storaro, uno detrás de otro. Grandes camarógrafos. Siempre ha sido igual. Les doy un guion, lo leen, nos reunimos, hablamos, ellos tienen ideas, yo tengo las mías sobre lo que quiero hacer. A veces sus ideas son mejores que las mías y a veces no, pero a menudo, sí. Y decidimos qué aspecto va a tener la película, qué camino vamos a tomar, y salimos y lo hacemos. Y una vez que estamos en ello, no tenemos que hablar mucho, porque ya estamos en la misma sintonía.
—Golpe de suerte en París es su primera película hablada en francés. ¿Cómo inciden las locaciones y el idioma en sus guiones?
—No cambia mucho. Solo el diálogo pero tampoco tanto. El guion original de Match Point transcurría en Nueva York pero cuando me dijeron que Londres me daría el dinero para hacerlo, me llevó dos días hacer que el guion fuera británico. Solo el inglés es distinto y en lugar de que transcurriera en Central Park la mudé a Hyde Park.
—¿Hay alguna ciudad en la que le gustaría filmar?
—Me gusta estar en ciudades en las que puedo vivir confortablemente por tres o cuatro meses. Así que siempre estoy feliz de ir a París, Londres, Venecia. Lugares que la gente visita solo por el placer de ir. Siempre estaría feliz de hacer películas en lugares como Barcelona o Roma, donde filmé. No me gustaría ir a rodar a Sudán, por ejemplo.
—Siempre ha dicho que tiene muchas ideas que nunca ha hecho y que las tiene todas guardadas esperando su turno, ¿es así?
—Son muchas. Si viviera lo suficiente y tuviera el dinero, podría seguir y seguir y seguir haciendo películas. Pero no tengo el dinero y no viviré lo suficiente para hacerlas todas. Las ideas son baratas, es lo que haces con ellas, cómo desarrollas los personajes y las historias. Solo desearía vivir hasta los 200 años y poder seguir haciendo películas.