El dilema moral sobre el aborto

| El film del director Mike Leigh ha querido aportar una reflexión sobre un tema polémico

ENTORNO. La protagonista se desempeña como mucama en una familia adinerada de la Ingleterra de los años  50. Sus actos secretos no serían pasados por 
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ENTORNO. La protagonista se desempeña como mucama en una familia adinerada de la Ingleterra de los años 50. Sus actos secretos no serían pasados por alto por todo ese entorno social.

JORGE ABBONDANZA

Los elogios son múltiples. Los premios de varios organismos y festivales pero también las exaltaciones de la crítica, siguen lloviendo sobre El secreto de Vera Drake, una película inglesa (aunque financiada en coproducción con Nueva Zelanda y Francia) que ahora se acerca al circuito montevideano y hace tres semanas se quedó sin los Oscar de Hollywood, un trofeo para el cual tenía varias candidaturas (director, actriz, libreto). Según dicen unos cuantos cronistas de varias latitudes, merecía también ese espaldarazo de la Academia, pero en todo caso haber perdido el Oscar no hace más que confirmar antiguas comprobaciones de que la Academia y el talento no siempre van de acuerdo, por más que los jóvenes que creen saberlo todo afirmen ahora que el Oscar es un premio que la industria otorga a sus productos y por lo tanto no es un premio a lo mejor (como ocurre en otros concursos regidos por un jurado riguroso) sino un estímulo a la mercadería de esa fábrica del cine. En fin.

En cualquier caso, es probable que perder el Oscar no haya desvelado a este equipo británico, cuyo empeño en El secreto de Vera Drake consiste en contar una historia fiel a las severidades que suelen acompañar el mejor realismo cinematográfico. El asunto se ubica en la Inglaterra de los años 50 y su centro es una mujer madura de clase trabajadora, que se desempeña como mucama en casa de gente rica y además cuida a su propia familia, integrada por un marido mecánico, un hijo sastre y una hija retraída. Lo que esa familia ignora es que al margen de todo ello la mujer practica abortos para ayudar a muchachas desvalidas, pero esa zona clandestina de su actividad integra en todo caso el arco de su generosidad hacia el prójimo, porque la mujer también auxilia a un vecino solitario, asiste a su madre enferma y se prodiga igualmente —a cambio de nada, porque no cobra por hacerlo— al ayudar a esas pacientes secretas a liberarse de una maternidad indeseada.

Con semejante mezcla de solidaridad, compadecimiento y candor, la protagonista corre sin saberlo el peligro que implica reincidir en un grave delito (el aborto se legalizó en el Reino Unido recién en 1967) y ese riesgo se destapa finalmente cuando una de las pacientes tiene problemas, termina en un hospital y revela el escondido oficio de la mujer, que recibe entonces en su casa la visita de la policía. Luego vendrá el juicio al que es sometida y donde manifiesta —con absoluta ingenuidad— no comprender por qué sus intervenciones eran delictivas.

ADMIRACIONES. Una reseña publicada en Buenos Aires sobre el reciente estreno de esta película y firmada por Diego Lerer señala que a esa altura "Vera Drake se vuelve mártir de una causa que no comprende, ya que su negación a entender que lo que hacía era un delito, es la apuesta política más fuerte y convincente de la película".

Y entonces la crítica de Lerer agrega que "convertir a una mujer que practica abortos en una suerte de beata, puede ser considerado una herejía de las más flagrantes, pero la generosidad y la compasión de Vera hacia sus chicas, nos convencen no sólo de que algo así es posible" sino que, gracias al director y a su actriz, el personaje "tiene aquí una notable canonización cinematográfica". Porque al comienzo del relato, Vera es "una especie de tía bonachona y con una energía inquebrantable. Claro que, pese a la naturalidad de sus acciones, a la manera simple y solidaria en que se entrega a ayudar a muchachas en problemas, su labor es ilegal y las autoridades llegarán tarde o temprano a buscarla". Y cuando llega ese momento, "el naturalismo descriptivo de la primera parte abre paso a un final riguroso, de agobiante ascetismo, con ecos de Bresson, Bergman y Dreyer, cobrando una carga de intensidad que se podría considerar hasta religiosa".

ANTECEDENTES. Otra crónica sobre el estreno porteño, firmada por Fernando López, observa algunos méritos singulares del director Mike Leigh, que cumple aquí lo que parece la mejor tarea de su carrera: ese talento hizo antes Secretos y mentiras (sobre la madre inglesa y soltera que reconoce tardíamente haber tenido una hija negra en su juventud) y Topsy Turvy (sobre los famosos compositores de operetas Gilbert y Sullivan en la era victoriana). A propósito de Leigh la reseña de López recuerda al lector que "antes de iniciar sus rodajes, el director se interna con sus actores en un intensivo proceso de improvisación y recreación" hasta que esos actores incorporan interiormente a sus personajes "y están en condiciones de entregarlos con una espontaneidad prodigiosa". En un extremo superior de ese elenco, el personaje central está a cargo de "la fenomenal Imelda Staunton, a quien basta con verla transformarse en primer plano, casi sin mover un músculo, cuando ve a la policía entrar a su casa y toma conciencia de que su vida entera está por cambiar para siempre".

No será fácil que los espectadores montevideanos ubiquen a Staunton, una actriz menuda y ya madura, de aspecto insignificante, que ha hecho hasta el presente una larga hilera de apariciones secundarias, siempre en el sexto o séptimo lugar de los repartos, en comedias de calidad como Los amigos de Peter o Sensatez y sentimientos. Al margen de esa módica trayectoria en cine, Imelda ha tenido una brillante carrera teatral, con reconocimientos múltiples y premios, que la ubican en un nivel muy diferente a su presencia en la pantalla. En toda evidencia, lo que hace en Vera Drake es una hazaña de naturalidad y guardado dramatismo, ya que "Mike Leigh elude cualquier exceso de patetismo y prescinde de todo discurso moralizador", para evitar que "la polémica en torno a la legalización del aborto distraiga de los interrogantes morales que su película propone". En el reverso de lo que mostraba el francés Claude Chabrol en Une affaire de femmes, donde Isabelle Huppert componía a la mujer que hacía abortos en la Francia ocupada por los nazis, este otro retrato ya no es el de una pueblerina un poco cínica que lucra con su actividad sino el de una mujer sufrida y bondadosa, que hace todo con la mejor intención del mundo.

Mike Leigh, se ha dicho, "no se propuso hacer un film a favor o en contra de la legalización del aborto, aunque no deja de mostrar que la situación es bien diferente si la mujer es de clase alta o si pertenece al sector humilde". Lo que le interesa es motrar ese caso de inocencia burlada que encarna la protagonista, una suerte de moderna heroína de Casa de muñecas que descubre tardíamente el carácter ilegal de sus actos. Y como dice el propio Leigh, "la película sólo tendrá valor si el público sale del cine cargando consigo la emoción y el debate moral". Todo parece indicar que así es.

Cuarenta años con la idea en la cabeza

El realizador Mike Leigh dijo que desde hace 40 años le ronda en la cabeza la idea de Vera Drake, que evoca el dilema humano del aborto. "Tengo esta película en la cabeza desde hace más de 40 años, porque tengo suficiente edad para recordarme de lo que ocurría antes que se modificara la ley (del aborto), en 1967", explicó Leigh, de 61 años.

El cineasta británico, cuyas películas suelen explorar las diferencias entre clases sociales, dedicó Vera Drake a su padre, médico, que tenía una clientela popular en Manchester (norte de Inglaterra), y a su madre, una partera. Pero la película no está inspirada en su experiencia, afirmó el galardonado cineasta, que fue premiado en 1996 con una Palma de Oro en el Festival de Cannes, por Secretos y mentiras.

"Dudo mucho que mi padre haya efectuado abortos. Era ilegal, y él era un médico con un alto concepto de lo moral", dijo Leigh. "Pero seguramente vivió, de una u otra manera, ese problema, como también mi madre. Cuando hice la película, me habría encantado conversar con mi padre, que murió en 1985, y con quien nunca abordé esos temas", contó el realizador.

Leigh explicó que el debate sobre el aborto que se desarrolla en Estados Unidos lo estimuló a hacer el film. "Es un tema de debate en todas partes. Hay fuerzas a quienes les gustaría cambiar la ley, y hacer ilegal el aborto, que sigue siendo prohibido en algunos países europeos, como Portugal", señaló.

"Naturalmente, nosotros los cineastas, sobre todo que hacemos films con un sentido social, queremos cambiar el mundo. Si no, ¿para qué haríamos películas?", se interrogó. "Pero pensar que si el film hubiera sido galardonado con un Oscar ello podría haber hecho fracasar los planes reaccionarios del (presidente estadounidense) George Bush, sería ser un gran iluso", agregó.

Leigh señaló que al tratar este tema tan polémico y difícil buscó no caer en el maniqueísmo ni en la propaganda. "Espero que no haya hecho una película que envía un mensaje en blanco y negro, de una manera propagandista. Espero que este film invite a confrontar el dilema moral" afirmó Leigh, cuya cinematografía evita siempre las conclusiones fáciles. "Nos guste o no nos guste, y aunque se pasen leyes haciendo ilegal el aborto, siempre habrá embarazos no deseados en el mundo, y siempre existirá el aborto", dijo.

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