Solamente una mujer cineasta puede comenzar dignamente una película con la imagen, vislumbrada a través de una semitransparente pantimedia, de las posaderas de su protagonista femenina, y lograr que la escena (y todo lo que viene después) no se impregna de un molesto aire sensacionalista. Ese puede ser el primero de los varios aciertos de esta nueva realización de Sofia Coppola: la elección de la toma, que la directora y libretista debe de haber paladeado con una dosis del humor zumbón que practica en otras zonas de su film, es sin duda muy deliberada. Mucho de lo que sigue se empeña en demostrar que el inteligente, irónico, por momento conmovedor personaje encarnado por Scarlett Johansson es algo más que esa porción de su anatomía.
De hecho, todo Perdidos en Tokio es una "película de personajes": la absorbente atención de Coppola se concentra en ese veterano actor norteamericano (Bill Murray) que llega a la capital japonesa para filmar un comercial de una marca de ‘whisky’ y esa joven esposa (Johansson) cuyo marido, un fotógrafo demasiado ocupado, la abandona en una habitación de hotel mientras se dedica a su trabajo. La relación que se establece entre esos dos extraños a lo largo de unos pocos días (más estrictamente, de unas pocas noches) aparece enriquecida por pequeños detalles, pinceladas de humor, secretas emociones que no se dicen pero que están muy presentes en una mirada o un abrazo. Se trata, como ya se ha dicho en alguna parte, de un encuentro de soledades, subrayado por el paralelo distanciamiento que se advierte entre ambos y sus respectivas familias: Murray se comunica con su esposa norteamericana a través del fax, de entrecortadas llamadas telefónicas y de una carpeta con muestras de tela para alfombras, Johansson no parece tener una conexión más fluida con su marido ni con una madre que no la escucha cuando intenta contarle un dolor íntimo.
RESONANCIAS. En torno a esas criaturas centrales, la capital japonesa (relevada por una cámara atenta y cuidadosa) opera como una suerte de caja de resonancia que refuerza y amplía la incomunicación de sus personajes. El propio título original del film ("perdido en la traducción") sugiere más cabalmente que la convencional versión española de qué se trata realmente: el film dedica varios minutos a mostrar cómo el director del comercial en el que actúa Murray emite largas instrucciones en japonés que la intérprete resume en un "mire la cámara", o insinúa otros grados de extrañeza en los mensajes de la televisión o la imposibilidad de comunicarse con un burócrata hospitalario. De hecho, y aunque Coppola haya manifestado su fascinación por Tokio y en especial por su vida nocturna, Japón y los japoneses son una realidad lejana, no demasiado comprendida y más bien caricatural: el clisé de impersonales rascacielos, luces de neón, aglomeraciones, muchas reverencias y algunos comportamientos extravagantes a costa de los cuales los protagonistas se permiten más de una broma. Reconózcase empero (todo hay que decirlo) que las bromas más crueles del film no corren a costillas de los japoneses sino de una tilinga actriz norteamericana (Anne Faris, la de Una película de miedo) en la que malas lenguas hollywoodenses han querido ver una parodia de Cameron Díaz. En último término, otro lugar común.
No hay caricatura empero en el retrato de los dos personajes centrales, y es a partir de ellos que el film se redondea como un logro más que atendible. Murray y Johansson deambulan por Tokio, se acechan mutuamente en una serie de enfrentamientos dialogados no exentos de inteligencia, lidian con una tensión sexual muy perceptible que sin embargo permanece siempre en la entrelínea de su relación. Coppola aprovecha muy eficazmente las dotes cómicas de Murray (hay que ver sus reacciones de ironía y tedio ante las infinitas repeticiones del rodaje del comercial), permitiéndose incluso algún interludio de comedia física y los sobresaltos ante la presencia de una masajista demasiado entusiasta. Pero es capaz de ir también más allá, exigiendo al actor matices de pudor y reserva que integran también su repertorio aunque suele emplearlos menos (Sean Penn, que está muy bien en Río Místico, tiene empero motivos para preocuparse de cara a los Oscar). Por su parte, Johansson constituye una adecuada contrafigura cuya inteligencia (y la de Coppola) permiten escapar al clisé romántico "veterano con jovencita" que sobrevolaba el asunto. La química establecida entre esos intérpretes es el elemento básico que hace de Perdidos en Tokio (película "chica", repetable, que no inventa la pólvora) un título a tener en cuenta.
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CRITICA | GUILLERMO ZAPIOLA
PERDIDOS EN TOKIO
Lost in Translation
Directora. Sofia Coppola.
Libreto. Sofia Coppola.
Música. Kevin Shields, Brian Reitzell.
Productoras. Sofia Coppola, Ross Katz.
Elenco. Bill Murray, Scarlett Johansson, Giovanni Ribisi, Anna Faris.
Estados Unidos 2003.