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La sinuosa historia de una obsesión

| Acaba de reeditarse "Por mandato de madre", una novela que el narrador uruguayo reescribió una y otra vez a lo largo de casi dos décadas. Además el libro será llevado próximamente al cine por el director argentino Néstor Paternostro

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GUSTAVO LABORDE

Ediciones Banda Oriental acaba de reeditar Por mandato de madre, de Mario Delgado Aparaín. La novela ha tenido una peripecia larga y sinuosa antes de alcanzar a su forma definitiva. Su origen está en dos nouvelles que la anteceden: Estado de gracia y El día del cometa, que Delgado Aparaín publicó en 1983 y 1985 respectivamente. Pero el resultado no lo satisfizo. Una década después resolvió fusionarlas, dando origen así a la primera versión de Por mandato de madre, que fue editada por Alfaguara en 1996. Tampoco esta vez el narrador quedó conforme con su trabajo, pese a que el público agotó la edición. Tiempo después, y luego de haber obtenido un éxito rotundo con la novela No robarás las botas de los muertos, nuevamente emprendió la reescritura de Por mandato de madre. Esta versión final, en la que se empeñó en borrar todo rastro de las "costuras" que tanto lo fastidiaban, es la que acaba de publicarse en una cuidada edición de Banda Oriental. Sin embargo, Delgado volvió nuevamente sobre la historia de Estirling y los siete bandoleros comandados por Filisbino Nieto que gira en torno a una estación de tren nunca construida en el paraje de San José de Las Cañas. Pero esta vez lo hizo porque el cineasta argentino Néstor Paternostro le propuso llevar Por mandato de madre a la pantalla grande. Juntos, el uruguayo y el argentino, trabajaron durante meses en el guión de un film que ha sido definido como un "western rioplatense" y que será rodado enteramente en Uruguay, pero con actores internacionales. Quienes quieran conocer los detalles de esta experiencia que llevó a un cineasta y un escritor a unir esfuerzos puede concurrir a la charla que ambos ofrecerán bajo el título "Los desafíos de filmar una novela". La cita tiene lugar este martes a las 19.30 en la Taberna del sol, en Durazno y Jackson.

—¿Cree superada la obsesión que tenía con "Por mandato de madre"?

—Espero que sí. Es una de esas típicas novelas que uno pasa gran parte de la vida escribiéndolas. La primera vez que se me dibujó el tema fue con Estado de gracia, que cuando la estaba terminando casi me la sacaron de las manos para publicarla. Y no me gustó cómo quedó, sentía que tenía muy buenas ideas, pero no me convencía cómo la había procesado. Luego estuve cuatro años sin escribir. Ahí comencé a alimentar un conflicto interior y sostenido que nacía de esa inactividad. Entonces me tomé como un ejercicio casi amoroso retomar el tema El Día del cometa y Estado de gracia. Me propuse fusionarlas. Eso fue una tarea muy interesante desde el punto de vista de la construcción literaria y a la vez una revitalización del tema. Conseguí una perspectiva más madura e increíblemente más irresponsable, prestándole más atención a la forma que al contenido y cargué las tintas en el humor, que era un aspecto que me interesaba mucho, y en el lenguaje, que lo tenía algo abandonado. Ahí nació Por mandato de madre, que salió publicada por Alfaguara. Sin embargo, no me quedé conforme, tenía temor de que se le notaran mucho las costuras, cosa que me sucedía cada vez que la volvía a leer.

—Es curioso, muchas veces los escritores agradecen que un libro sea editado así no lo siguen trabajando hasta el infinito.

—El gran beneficio que le hace la edición a un autor es que le ayuda a independizarse de esa obra, porque una vez que el libro está publicado ya no le pertenece. Pero a mí no me pasó eso. Curiosamente la novela se agotó totalmente, aunque no fue reeditada. Luego, Banda Oriental me propone reeditarla y vi la posibilidad de volver sobre ella y reescribirla. Y ahí sí, con la ayuda inestimable de Heber Raviolo, que es un lector empedernido y minucioso, sentí que había dado punto final a la novela. Ahora siento verdaderamente que Por mandato de madre termina aquí. Lo que intenté hacer fue una especie de western, una historia de matreros. Yo soy de esos que vienen del interior y que se criaron leyendo novelas del Oeste. A tal punto estaba alienado que era capaz de describir todo el territorio de los Estados Unidos siguiendo la ruta del ganado desde el oeste de California hasta los mataderos de Chicago. Pero era incapaz de conocer los alrededores del Uruguay, Río Grande del Sur y Argentina. Eso es un error, y como decía Guimaraes Rosa, lo menos que puedo hacer es trabajar a favor del error, es decir, procesarlo en beneficio de la creación. Entonces pensé que pese a que nuestra tierra tiene sólo 200 años de historia, están todos los elementos como para crear una historia de aventura al mejor estilo del Oeste. Teníamos ferrocarriles ingleses, bandoleros, autoridad, arbitrariedades y hasta necesidad de un sentido de justicia. Entonces me gustó meter todo eso en la misma bolsa y apartarme en la medida de lo posible de referentes reales. Pero tampoco quería caer en una especie de literatura nativista. Por el contrario, si bien quería contar algo local, buscaba un lenguaje universal. Me divertí muchísimo, y creo que también es un homenaje a mi generación y a un Uruguay que va desdibujando, como el de los trenes y a esas verdaderas plataformas del recuerdo que son los andenes, pero también a toda esa tipología humana que giraba en torno al mundo del tren.

—Recién dijo que esta novela era un homenaje a los westerns. Pero ese homenaje literario ahora también va a ser cinematográfico.

—Sí, para mí fue una sorpresa cuando se apareció Néstor Paternostro, que estaba fascinado con mi novela y era un erudito en ella mucho más que yo. Y eso que había leído la versión en la que se veían las costuras. Además esta novela está dedicada a un tipo que a mi me fascina por su burla descarnada a los lugares comunes del western: Sergio Leone. Y precisamente la idea que tenía Paternostro era la de hacer un western rioplatense. Se apareció con un esquema de guión y con unas ganas bárbaras. Además, él es un tipo muy interesante, que no conoce la soberbia y está muy acostumbrado a sortear las dificultades y, como si fuera poco, es un enamorado de la novela. Esta clase de tipos contagian el entusiasmo y logran formar un equipo que se ponen la obra al hombro.

—¿El guión lo realizaron en conjunto?

—Sí. Hay una cosa: la novela no tiene diálogos. Los personajes hablan entre sí, pero no se transcribe lo que dicen. Por eso Paternostro me invitó a escribir los diálogos junto con él. En ese trabajo estuvimos mucho tiempo, incluso Paternostro se radicó cuatro meses en Montevideo para trabajar juntos y, la verdad, fue como escribir otro libro. Desde siempre yo fui un admirador furibundo de las películas de aventura norteamericanas y en Estados Unidos hay una gran tradición de escritores que también trabajan como guionistas. Y aún cuando no trabajan escritores hay una tradición de valorar el diálogo que hace que los personajes, hasta los secundarios y terciarios, digan cosas inteligentes o al menos bien dichas aunque sean frases triviales. Por eso, uno de los desafíos de mi trabajo fue hacerle decir cosas inteligentes a mis personajes.

—¿Alguna vez había pensado llevar uno de sus libros al cine?

—No, jamás. Hubo intentos pero no me satisfacían. Dos veces intentaron llevar La balada de Johnny Sosa al cine, pero no me gustaron los proyectos. La convertían en un panfleto, cosa que justamente era lo que no quería hacer: ideologizar al historia. Ahí lo que importaba era la condición humana. Esta vez, sin embargo, se dio naturalmente.

—"Por mandato de madre" es una novela de lenguaje: las metáforas, el ritmo de la prosa, la ironía son aspectos que ha cuidado especialmente. ¿Se puede trasladar eso al lenguaje del cine?

—Es un tema importante y es uno de los mayores problemas a los cuales me vi enfrentado. Siempre fui un fanático del cine y creo que hay muchos escritores uruguayos que son directores de cine frustrados. Creo además que la influencia del cine en la literatura es tan grande que la plasticidad de las imágenes es tributaria del cine y que buena parte de las búsquedas de lenguaje responden más a una concepción visual que conceptual, con lo que el desafío es triple ya que hay que conciliar que el lenguaje tenga una representación intelectual de una imagen: el lenguaje entonces se vuelve espectacular, en el sentido del espectáculo de la palabra. Pero lo que es engañoso en la novela es la perspectiva irónica y hasta de humor absurdo de quien narra. Si bien el narrador es omnisciente, el gran desafío es dirigir el hilo conductor sin que se note esa dirección. Entonces si el narrador dice que un personaje miente como un caballo disparando, es difícil imaginar como miente un caballo disparando. Pero esa frase me gusta si la dice un personaje en el diálogo. Lo que quiero decir es que los personajes se tienen que nutrir del idioma del narrador, y al mismo tiempo hay que construir una psique del personaje. Importa también tener una visión panorámica de la historia y no tener una suma de microcosmos dado que acá son muchos personajes.

—Pero también el narrador sabe muchas más cosas de su personaje que las que cuenta de él.

—Ah, sí claro. Usás un 15% de todo lo que sabés sobre él. Eso es lo que te permite que el personaje no se te fragmente y no diga cosas que no se comparecen con su perfil psicológico. Eso es muy difícil mantenerlo cuando estás trabajando con siete u ocho personajes.

—Esta novela primero eran dos, luego la fusionó en una y no conforme la reescribió nuevamente. Por si fuera poco, la volvió a trabajar para hacer el guión. Vaya si ha fatigado esta historia.

—Sí, pero me he divertido mucho y sobre todo aprendí mucho. Ha sido como una especie de taller personal de escritura, lo que ha sido muy valioso porque yo no me canso de decir que la buena literatura nace del mayor compromiso que el escritor pueda lograr entre su vida y su creación. Es decir, creo en la obra en la cual la vida del escritor está completamente involucrada.

"Lo grave es que se pierda la memoria"

—Decía que esta novela es un homenaje a un Uruguay que se desdibuja. La acción de "Por mandato de madre" gira en torno al tren y al impacto social que generaba en un pueblo que hubiera o no estación de un tren. Parece que esta novela también tiene como tema la memoria y por lo tanto la identidad.

—Hay quienes cuestionan severamente que se trate el tema de la identidad. Hay un mundo posmodernizado en el que se trata de uniformizar el planeta para convertirlo en un inmenso territorio económicamente unificado para vender cualquier producto en cualquier lugar. Y para que eso ocurra hay que debilitar la autoestima y el sentido de pertenencia de una nación.

—Pero la respuesta artística a la globalización ha sido enfatizar las particularidades, exaltar la diversidad.

—Yo creo que esos signos y esos puntos de referencia que para bien o para mal te llevaron a ser lo que sos y te permiten pronunciar esa palabra tan cara como lo es "nosotros" están reapareciendo. También es verdad que a la vez se desmantelan sectores industriales en beneficio de una reconversión económica, pero tal vez más grave es que desaparezca la memoria. Hay un proceso que determina que el pasado deje de tener profundidad para quedar únicamente en la superficie. Hay jóvenes que creen que el mundo empezó en 1980 y se sorprenden cuando alguien habla de un mundo en blanco y negro. Pero es que el cine era en blanco y negro, la televisión era en blanco y negro y hasta el mundo, polarizado, era blanco o negro.

—Se pude inferir, entonces, que para usted la literatura ayuda a construir la memoria.

—Yo creo que una de las fortunas que puede tener un creador es compartir el trabajo con los seres queridos. Yo no comparto lo que algunos dicen que uno escribe para uno mismo. Uno quiere contar una historia y seducir a los demás, es una de las costumbres más antiguas del hombre: sentarse alrededor del fuego, contar una historia y encantar al otro. Y esos relatos, desde luego, construyen la memoria.

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