Adrián Lakerman no solo vive del humor, lo disecciona. En los últimos años, el guionista y comediante argentino lo convirtió en su objeto de estudio y desarrolló una obra prolífica que abarca distintos formatos. Entre sus aportes destacan dos podcasts: Comedia, donde entrevista a referentes del género, y Humor en serio, un espacio donde conversa sobre el humor con personas ajenas a la disciplina. También llevó su análisis al mundo del streaming y lidera una columna semanal en Industria Nacional, el programa del canal Gelatina que conduce Pedro Rosemblat.
Ahora, Lakerman da un paso más con su primer libro, Cómo pisar una cáscara de banana (Planeta, 890 pesos), donde explora las diversas caras del humor: el absurdo, el político, el escatológico, el negro e incluso el involuntario. También reflexiona sobre su falta de prestigio frente a otras disciplinas artísticas y cuestiona si deberían existir límites en el humor como expresión.
El libro transita un recorrido variopinto que va desde series como Seinfeld y Los Simpson hasta la lengua karateca de Moria Casán, y del humor sexual de Emilio Disi a los juegos lingüísticos que proponían Les Luthiers y Monty Python. Para disfrutarlo al máximo, se recomienda tener YouTube a mano para explorar los ejemplos mencionados.
Más allá de su rol como analista, Lakerman desarrolló una trayectoria como actor y humorista. Participó en el podcast humorístico Un mundo maravilloso, actúa en la serie Envidiosa de Netflix y trajo su show Un barco llamado Loperman a Montevideo junto a Charo López.
Hoy, a las 19:30, presentará su libro en el Hotel Barradas de Punta del Este, en un diálogo con el escritor Diego Fischer. El encuentro será parte del ciclo Los notables, a cargo del best-seller uruguayo, y se puede reservar asiento enviando un mail a la casilla barradas.losnotables@gmail.com.
En la previa, Lakerman ofreció esta entrevista a El País.
—En una entrevista con Rolling Stone mencionaste que tu trabajo es “una suerte de militancia a favor de que el humor sea visto como un hecho artístico”, y el análisis que hacés en Cómo pisar una cáscara de banana lo reafirma. ¿De dónde surge ese interés?
—Por mi trabajo como guionista. Empecé en televisión con el programa ESPN Redes y escribía sketches y secciones de humor para Migue Granados y Grego Rossello. Estaba todo el día escribiendo cosas vinculadas al humor porque siempre me gustó; incluso cuando era más pendejo escribí una sitcom a pesar de no laburar de eso. En un momento empecé a buscar bibliografía para saber qué estaba haciendo, porque los guiones que escribía surgían de forma instintiva: miraba cosas, robaba ideas y pensaba mucho. También iba a clases de guion, pero ahí no te enseñan a ser gracioso o a hacer un chiste. Entonces, me di cuenta de que en Argentina no había cosas de ese estilo y así fue que empecé Comedia.
—Ese fue un paso clave, ¿no?
—Sí, porque ahí arranqué con eso de diseccionar el humor y buscar darle el valor y la complejidad que tiene. Cuando veo Seinfeld, noto cosas casi científicas y chistes de observación que muestran la calidad del trabajo previo y la cantidad de personas que están involucradas para que sea gracioso. Es un trabajo muy arduo que se puede comparar con otro tipo de ficciones. Fue ahí cuando pensé: “Bueno, acá hay algo”.
—En Comedia entrevistaste a Coco Silly, y él analizó todo lo que se necesita para contar una buena anécdota. Lo mismo pasa en el libro, donde diseccionás el humor de Emilio Disi...
—Sí, porque cuando a los humoristas se los suele invitar a la televisión o a la radio, no es habitual que se les pregunte por su trabajo, sino que los hacen laburar; eso siempre me pareció muy loco, porque todos tenían mucho para decir. Lo que tiene el libro, como cualquier obra de análisis, es que al ponerle nombre a sus mecanismos lo terminás de entender. También es una forma de ver qué tipo de humor es y de dónde viene. Porno y helado, por ejemplo, tiene un estilo que viene de Mel Brooks, La pistola desnuda y Top Secret. El libro tiene esas referencias, y si algún pendejo que no conoce a los Monty Python se engancha a ver aunque sea dos de sus sketches, tengo el laburo realizado.
—En Cómo pisar... citás a Freud y su frase “el humor recupera la risa infantil perdida”, y agregás que esto ocurre “por culpa de la cultura y la sociedad”. ¿Es esa conexión con lo infantil lo que más te interesa del humor?
—Cuando uno se ríe mucho, suele decir: “Me cagué de risa”. Esa expresión, aunque desagradable, tiene que ver con la falta de control y con lo infantil. Lo que más me gusta del humor es su irracionalidad: es como enamorarse, es algo que no se puede controlar. En un momento donde se intenta limitar al humor, me interesa esa cosa incontrolable. Claro, las responsabilidades no son iguales para quien hace el chiste y quien se ríe: lo que te hace tentar y no podés controlar tiene que ver con tu propio bagaje, no con un juicio consciente. Eso es lo que me interesa.
—Hablando de los límites del humor, o al menos en su evolución, un pasaje de libro me pareció clave: “El arte es la imitación de la vida, y el humor es arte. Por lo que, si la vida, junto a la sociedad, cambia, entonces el humor cambia también”.
—El humor tiene una virtud y un problema: su falta de prestigio. Si fuera un arte elitista, perdería su sentido social. Su fuerza está en que es transversal; todos tenemos sentido del humor y podemos entenderlo. Pero como no es reconocido como un hecho artístico, surgen malentendidos, como intentos de limitarlo o censurarlo. Pero cuando algo se clasifica como arte, se le permite todo, como poner a un tipo en bolas o escenificar una violación. Ese es el gran problema. Ahora, si vos me preguntas si preferiría hacer un cambio y que de repente el humor sea premiado en los Oscar y tenga prestigio, yo te digo que no (Se ríe). Prefiero que siga siendo el barro y lo descontrolado que está en los márgenes, aunque sí me gusta este tipo de debate que te abre el pensamiento. El humor es poderoso porque genera movimientos sociales y políticos; no creo que pueda bajar a un gobierno pero sí desnudar conductas que estaban en el aire y que no veíamos.
—Me interesó tu visión sobre la forma de hacer humor sobre la muerte. Escribís que “burlarse de algo es estar por encima de la cosa, es agarrarlo y manipularlo”. Por lo tanto, es una forma de sentir, que al menos por un rato, tenemos la ilusión de ganarle.
—Sí, porque el humor no te va a curar las heridas pero es un analgésico perfecto. No te va a traer de vuelta al amigo o al familiar que perdiste, pero sí te va a hacer cagar de risa de algo que dijo tu amigo fallecido. Lo que pasa es que la cultura occidental tiene tanta solemnidad ante la muerte que cuando el humor aparece en esos momentos protocolares parece algo casi revolucionario, entonces uno no puede aguantar la risa y se tienta. Pero cuando uno se zarpa, eso te ayuda a relajar. Y si bien estamos hablando del humor negro, creo que el humor en general es así: es cómo podemos agarrar un poco a la muerte y a las enfermedades por el cuello para bancarlas. Creo que es clave. Igual es algo cultural, porque en el libro yo doy el ejemplo de lo que nos pasó en la pandemia con el meme de los funebreros de Ghana. ¿En qué momento aparece ese meme? Justo cuando tenemos a la muerte en los talones. ¡Qué obvios que somos!
—Ya que hablaste de lo transversal en el humor, tus columnas en Gelatina se centran en personas que hacen humor sin ser directamente humorista. Una de ellas estuvo dedicada a Pepe Mujica y varias de sus repuestas en entrevistas. ¿Qué te interesó de él?
—Me gustan dos cosas de él. Para mí, los mejores humoristas son los que hacen chistes y no se ríen, y eso me parece espectacular de Mujica: dice algo y si no lo entendés es tema tuyo, pero si te reíste es que estás en su misma sintonía. Y lo otro que me gusta, y de lo que hablé en esa columna, es que es una persona que vivió torturas muy duras. Y no perder el sentido del humor después de ese derrotero, para mí es un logro. Me apasionan las vidas complejas con historias fuera de lo común, y siento que en los momentos más duros es cuando aparecen más humoristas. Por ejemplo, se cuenta que en los ESMA de Buenos Aires se burlaban mucho de un milico que era orejón, y claro, ¿qué otra cosa podían hacer? Si no le podían ganar a esa situación, no les quedaba otra. La forma de ganar, un poco, es burlarse. Y burlarse, como hablamos, es sentir que le ganamos a la muerte.
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