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Carolina Bello y la literatura como forma de resistencia: "Escribo para no dejar ir lo que más me identifica"

La autora de las novelas "Oktubre" y "El resto del mundo rima" acaba de publicar "Los niños se ahogan en silencio", su regreso al universo del cuento. Por ese motivo, va a esta entrevista con El País.

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Carolina Bello.
Foto: Leonardo Mainé.

Escribió las novelas Oktubre (2019), la novela inspirada en el disco emblema de Los Redondos que cosechó elogios en ambas orillas del Río de la Plata; y El resto del mundo rima (2021), que se editó en toda Latinoamérica y España gracias al programa Mapa de las Lenguas. Ahora, Carolina Bello volvió al mundo del cuento con Los niños se ahogan en silencio. Sobre eso, va a esta entrevista con El País.

—Tu última novela, El resto del mundo rima, fue parte del programa Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. ¿Qué evaluación hacés de la experiencia?

—Fue hermosa y solitaria a la vez. Es un asunto por el que vengo abogando en cada feria del libro: no puede ser que la literatura uruguaya no salga de fronteras. Es como una serpiente que se muerde la cola: es lógico que las editoriales no apuesten a publicar a autores uruguayos en el exterior porque no se conocen, pero, ¿cómo nos van a conocer si no salimos a otros países? Hay tanta gente escribiendo bien en la nueva generación, que creo que la literatura uruguaya se merecería otro posicionamiento. Pero eso está demorando, y mucho. Lo hermoso del Mapa de las Lenguas es permitir que mi libro se encuentre en una librería de Madrid, de Colombia y de México, y me llevó a pensar qué se iban a encontrar los lectores que no comparten nuestra idiosincrasia. ¿Cómo habrá decodificado alguien de México a El resto del mundo rima? ¿Qué le habrá llegado, qué no y con qué característica se quedará? Porque todos mis libros, aunque en Los niños se ahogan en silencio no tanto, siempre hay algo de Uruguay.

—Varios de los cuentos de Los niños se ahogan en silencio abordan la infancia de una manera totalmente distinta a la de Escrito en la ventanilla, tu primer libro. Acá no hay lugar para la idealización. ¿Cómo analizás ese cambio?

Escrito en la ventanilla tenía textos escritos a mis 20, y en esa época tenía otra creencia del mundo, otra espontaneidad y otro feeling con el recuerdo. Lo que pasaba es que el recuerdo era demasiado fresquito como para tapiarlo con algo solemne. También era fresquito porque todavía no se había activado una forma de mirar ese pasado con todos sus claroscuros; era una cuestión más de idealización y de evocación. Entonces, la mirada a la infancia que aparece en Escrito en la ventanilla tiene esa cuestión un poco naif: me interesaba ese lugar al cual volver como resguardo. Pasaron los años y en el medio vino la experimentación y el juego con la escritura, hasta que me pongo a escribir Los niños se ahogan en silencio. Originalmente, no me había puesto como norte escribir sobre la infancia pero, evidentemente, tenía era un tema sobre el que quería explayarme...

—Y que se había esbozado en El resto del mundo rima...

—Exacto. Ahí partía de una hipótesis o premisa que, de alguna manera, sostengo en este libro y que se presenta a modo de determinismo griego: el destino te marca. Y con esto me refiero a una configuración de origen. En El resto del mundo rima hice el ejercicio de revisar qué cosas nos marcan a todos los seres humanos sin darnos cuenta porque en ese momento no vienen con el peso del trauma. En psicoanálisis a eso muchas veces se le llama la “escena primaria” y sucede, por ejemplo, cuando los niños ven, sin querer, a adultos tener sexo. El inconsciente es un disco duro que está grabando eso y quizás recién eso puede analizar cuando alguien decide abrir ese cajón y revisar todo eso que, de alguna manera, lo puede explicar en el presente. Volviendo a la diferencia entre Escrito en la ventanilla y Los niños se ahogan en silencio, ahora me acerco a esos claroscuros de la infancia, pero siempre tratando de evitar la idea del héroe y del villano. Nadie es bueno o malo per se, esa es mi premisa cada vez que construyo un personaje: en todos nosotros habitan momentos de luminosidad y de oscuridad.

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"Los niños se ahogan en silencio".

—El momento bisagra en el que un personaje deja de ser el que era para convertirse en otra persona es clave en el libro. ¿De qué manera te alimenta escribir sobre eso?

—Me alimenta porque todos tenemos momentos bisagras en la vida, que son personalísimos pero arquetípicos: todos tuvimos un debut sexual, en algún momento se nos murió un ser querido o un amigo. Los niños se ahogan en silencio parte de un momento bisagra para mí que fue llegar a los 40, que es algo que me duele por haberme convertido en un cliché.

—¿En qué sentido?

—En el de, literalmente, sentir que hay un antes y un después vital en donde todo lo que pasó hasta acá es vivencia, recuerdo e inconsciente actuando. Y la noción del fin, que es un tópico de preocupación humana que en la literatura y en el arte aparece con fuerza, se vuelve concomitante a lo que te pasa...

—Es como dijo Paul Auster tras publicar El libro de las ilusiones, su primera novela después de los 40: la muerte deja de ser algo abstracto y empieza a tener la cara de un amigo.

—Claro, porque empieza a ser algo posible. Vos a los 20 no pensás en que te vas a morir o que se va a morir tu amigo; no estás codificado para eso. Pero a los 40 eso se mueve de lo abstracto, y una, que en su adolescencia imaginaba que a esta edad iba a ser una mujer supersegura y armada, se da cuenta de que ese blindaje que imaginó va en detrimento de todos esos miedos que se empiezan a volver carne y la acompañan sistemáticamente. ¿Cómo se maneja esa consciencia? Yo la sublimo escribiendo.

Carolina Bello
Carolina Bello.
Foto: Leonardo Mainé.

—¿Qué te brinda la escritura?

—Cuando escribo me siento como una niña que está en el piso jugando con un rompecabezas o con sus muñecas. Es mi momento de no tirar la toalla, porque, además, una no escribe en Nueva York, sino que está en un contexto del que se vuelve cada vez más consciente. Y te puede desalentar por todo lo que tiene que ver con lo paraliterario, entonces seguir escribiendo es como un lugar de resistencia. Pero no hacia el medio literario, sino hacia mí misma. Escribo para no dejar ir lo que más me identifica. Yo no sé quién soy si no escribo.

—En Los niños se ahogan en silencio, el análisis de la psicología de cada personaje es clave. ¿Qué tan importante es en la construcción de la obra?

—En la Facultad de Humanidades descubrí la psicocrítica y, aunque en ese momento no hacía terapia, algo se me prendió. ¿Por qué? Porque un personaje no es un recorte de papel o una muñequita a la que vos vestís y maquillás, y nada más. El personaje tiene una psique, siente, decodifica, se mueve en el mundo y habla de determinada manera y no de otra. La psicología es una disciplina que me interesa mucho, sobre todo la vertiente psicoanalítica. Hace varios años empecé terapia y, visto a la distancia, no sé si arranqué para resolver determinado conflicto que yo sentía o creía tener, o por curiosidad de ver cómo son las cosas por dentro, como se llama uno de los cuentos de Los niños se ahogan en silencio. Fue ahí que me di cuenta de que mi ejercicio terapéutico, además de ser sanador, es una escuela de todas las cosas. Yo voy a la sesión y trato de entender los mecanismos y la letra chica de la psique, y cuando llego a mi casa capaz me pongo a leer un paper sobre determinado asunto. Siento que esa atmósfera me tomó a mí primero y, por lo tanto se metió en la confección de mi literatura.

—En ese sentido, la represión sobrevuela varios de los cuentos. ¿Qué te interesa del asunto?

Es uno de los conceptos que más me interesa. Se suele hablar de represión sexual, pero la represión opera en niveles que ni siquiera sospechamos. En el cuento “La fuente” dos amigos están hablando en un bar, y de la nada el narrador trae a primer plano un diálogo muy duro de su infancia como quien cuenta anécdota menor. Me interesa cómo uno es testigo de situaciones que ni siquiera cuando es grande está en condiciones de enfrentarse a ellas. Es por eso que viene otro gran tópico del libro, que es el mecanismo de defensa y esa pugna entre acercarme a lo que me hizo mal y hablarlo o no hacerlo y quedarme con una incomodidad de por vida.

—Ahora que Los niños se ahogan en silencio ya está publicado, ¿qué  te gustaría que generara en el lector?

—Que lo interpele o que le pase lo que tenga que pasar a nivel de la conmoción, no tanto sentimental sino neuronal. Me gustaría que en esos ratos o días en que esté leyendo el libro, sea partícipe porque, para mí, el lector es un personaje más de mis cuentos: me interesa que participe de la construcción del relato.

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