Cristian Alarcón, un gurú de la crónica periodística, se animó con una novela y ganó

Cristian Alarcón

ENTREVISTA

El País charló de literatura y periodismo con el escritor y periodista chileno-argentino ganador con "El tercer paraíso" del prestigioso Premio Alfaguara de Novela

Cristian Alarcón
Cristian Alarcón. Foto: Leo Mainé

El chileno-argentino Christian Alarcón ha sido uno de los nombres fundamentales de la crónica periodística latinoamericana. Lo hizo a través de la Fundación Gabriel García Márquez (de la que es profesor) y también de Anfibia y el sitio Cosecha Roja, que fundó en 2012 y que son una parte crucial de todo ese fenómeno y el centro de un montón de proyectos a los que parece ponerle una energía y un convencimiento notorios. Es, junto a la argentina Leila Guerriero y otros, uno de los gurúes de la crónica periodística.

Pero ahora está presentando por toda América El tercer paraíso  la novela con el que ganó el Premio Alfaguara y es una historia que pasa en un par de tiempos y lugares definida como un “viaje literario, botánico y feminista”. Es su primer trabajo de ficción.

El País charló con Alarcón sobre el libro y la crónica periodística latinoamericana.

—Lleva cuatro meses de gira de prensa continental. ¿Está cansado?

—¡Y me quedan seis meses más! El premio Alfaguara es extraordinario y da una gran visibilidad pero hay mitos -algunos ciertos-, de autores que han colapsado, que abandonaron la gira porque no lo pudieron soportar. Yo estoy acostumbrado porque tenía una vida intensa antes de la pandemia: viajaba por la Fundación García Márquez y por mis libros anteriores fui a muchos festivales. Pero es distinto porque ahora el único protagonista soy yo. Además El tercer paraíso es sobre un clan que está inspirado en mi familia y en mí mismo y ese hablar sobre lo propio exige mucha concentración. Hace un mes que volví de la última etapa de la primera gira promocional en México y Guatemala y me quedé sin poder hablar por dos semanas, cansado de mí mismo, un poco avergonzado, con cierto pudor.

—Antes de meternos en el libro, ¿Cómo ha cambiado la crónica latinoamericana?

—El gran problema es que no cambió. Soy bastante crítico de la repetición que hacen las nuevas generaciones de los modelos que implantó mi generación. Hoy la crónica está en el podcast, en la web story, en el documental, incluso en el llamado periodismo performático.

—¿De dónde sale un libro como El tercer paraíso? Hay cosas de realismo mágico...

—Creo que escribí sobre narcos, ladrones, sobre políticos y policías corruptos y de los márgenes de la cultura popular de América Latina para huir del realismo mágico. Como niño insular de la Patagonia accedía a los libros de una biblioteca popular y allí estaban García Márquez, Donoso, Edwards, Eloy Martínez, el canon del boom. Pero, por suerte, rápidamente pude ir a la literatura universal y, por ejemplo, me siento más influenciado por el sur de Estados Unidos.

—Pero sí hay un sincretismo en su literatura en el que están esas referencias...

—Quizás tenga que ver con una conjura de los ancestros literarios. Honrarlos no significa estar de acuerdo o endiosarlos. Tampoco es una posición de crítica acérrima o saldar algún tipo de cuenta con esa influencia inicial. Todo lo contrario: es la conciencia de que está allí. Reconozco cada párrafo, cada capítulo en los que se cuela lo ancestral en términos estéticos. Allí hay una belleza que es singular y profundamente latina pero que -creo haberlo comprendido tempranamente- estaba íntimamente relacionada con lo más abyecto, con el profundo dolor y la marca que dejan la pobreza. Y eso no es algo presente de un modo político en la literatura del boom. Ellos estaban cumpliendo con un modo de ser presentados ante el mundo desde la absoluta singularidad. Y en el otro costado, la literatura comprometida me produce aun más de erisipela que el boom y nunca fue un lugar en el que me quisiera instalar.

—Pero sí parece estar Rulfo...

—Gracias por eso. Rulfo y El lugar sin límites de Donoso son los dos inspiraciones para El tercer paraíso.

—¿Y qué aportó la crónica?

—Su hibridez me dio el entrenamiento para sortear esa tentación hegemónica de caer en alguno de esos clisés tan fáciles de habitar y que están a la mano siempre que no sabemos qué decir.

—¿Cómo trabajó la estructura?

—Hay una intensidad lenta que es muy distinta a lo que he sido como periodista donde estaba siempre en la trinchera de la primicia, exigido por los tiempos del viejo periodismo. Acá toda esa velocidad desaparece y se convierte en otra cosa: le tomé el gusto a la invención, me fasciné con la idea de transformar lo real y no tener ningún límite y así construí una estructura de laberinto en el que debe dar gusto perderse.

—¿El tercer paraíso podría haberse contado como crónica?

—Justamente la operación literaria que no se ve es la del sacrificio que hubo que hacer para dejar afuera de la novela todo lo que era narrable en términos del canon de la crónica latinoamericana. Toda operación literaria se funda en lo que dejamos afuera y yo aprendí a cuidar mi intimidad. La ficción me preserva de mí mismo.

—Y le da otra libertad...

—Absolutamente y es más divertido.

—¿El periodismo es un corsé?

—No. Una investigación profunda te produce tanta libertad como la invención absoluta de lo fantasioso. En mis libros periodísticos nunca me sentí atrapado estilísticamente, ni vi que el lenguaje se me acortara. Con Si me querés, quereme transa rompí con el canon anglosajón porque no todas las voces salieron de un grabador, sino que muchas surgieron de seis años de investigación. Y eso es un pecado nefando para un narrador clásico del periodismo tipo The New Yorker. Sin embargo, el lector latino lo toma con el código que tenemos por ser una América Latina fundada en la ficción. Nuestros cronistas mayores del siglo XIX (Martí, Darío, Mansilla) no hicieron más que recrear la realidad.

—Rechaza el boom pero recupera al modernismo. ¿Por qué?

—Yo me referencio allá, no acá. La vuelta completa es un regreso a aquel modernismo cuando el periodista era un revolucionario, un artista, un viajero, alguien que concebía lo real como la frontera misma de la ficción. Todos provenimos de ahí.

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