ENTREVISTA
El escritor y divulgador argentino se presentará en el Antel Arena, y antes conversó con El País sobre filosofía, amor, Nietzsche y Peñarol
Es licenciado, es divulgador, en un punto es comunicador y es, para la mayoría, “el filósofo de la tele” y de la radio, porque también tiene presencia en emisoras argentinas como Futurock o la Nacional Rock. Darío Sztajnszrajber, a veces reducido a Darío Szeta para evitar la complejidad de la pronunciación de su apellido, se ha convertido en una figura pública con una misión, en la frivolidad o ligereza de los medios, atípica: difundir la filosofía. Despertar preguntas. Avivar las dudas.
En 2011 estrenó en Canal Encuentro su programa Mentira la verdad (está por grabar la quinta temporada) y eso lo catapultó a la órbita pública. Ahora tiene varios libros editados, muchos cursos dictados y una serie de eventos en grandes escenarios que hacen cada vez más a su rutina. En ese plan, el argentino vuelve a Montevideo con doble fecha.
El 26 de octubre hará La comida ha muerto junto a la periodista argentina Soledad Barruti, con quien debate y reflexiona sobre el placer, lo animal y el colapso en relación a la alimentación. Y el 27 hará Deconstrucciones, un evento en el que, en solitario, planteará nuevas versiones sobre el amor, el poder y la muerte. Las dos citas son en el Antel Arena a las 20.00; hay entradas a la venta en Tickantel.
Los eventos de Sztajnszrajber combinan elementos de charla, conferencia y espectáculo, porque la filosofía que se propone hacer “es una que no se reduce a un mero evento argumentativo o analítico”, dice en charla con El País. “Siempre entendí que la filosofía está más cerca del arte que de la ciencia, en su búsqueda de conmover”.
Sobre Nietzsche, la “moda” de la divulgación y su vocación, el argentino charló con El País.
—En la descripción de las dos propuestas que traés a Montevideo aparecen referencias a Nietzsche, como a menudo en tu carrera. ¿Qué lugar ocupa en tu formación y en tu ocupación más cotidiana?
—Nietzsche es un antecedente de la deconstrucción. Cuando convoca a hacer filosofía a martillazos, de algún modo siembra una manera de pensar que después mucha filosofía del siglo XX retoma. El primer libro de filosofía que leí fue de Nietzsche. Yo tenía 16 años, había leído a Borges, y era un chico muy nerd, hippie; eran los 80 y no había tecnología. Entonces iba a una biblioteca y me había enamorado perdidamente de la bibliotecaria, que tenía cinco o seis años más que yo, y le daba parla. Y un día ella me dijo: “Vos tenés que leer Filosofía” y me dio Humano, demasiado humano. Me lo llevé, me tomé el subte, lo abrí, lo olí —huelo mucho los libros, como un gesto de amor—, leí el primer parágrafo y no entendí nada, pero quedé obnubilado. Eso fue el inicio y fue tan erotizada la lectura de Nietzsche que lo tengo casi en la estructura íntima de mi subjetividad. Y me pasa mucho que la gente me para y me dice: “Ah, vos sos Darío, el filósofo de la televisión. No entiendo nada de lo que decís, pero me encanta”. Y es un poco lo que me pasó con Nietzsche, porque el hecho de hacer filosofía no necesariamente supone la comprensión absoluta. Es como cuando te enamorás de alguien. El amor es más la búsqueda, y la filosofía es estar buscando permanentemente ese alimento.
—¿Un poco le debés tu historia, tu vocación, a un enamoramiento adolescente?
—(Sonríe) Es que la filosofía etimológicamente es “amor al saber”. Entonces no es casual esa historia en mi vida; ese deseo por una persona es el mismo que hay cuando uno desea el saber, que es justamente el amor como búsqueda de algo trascendente que nos lleve para otro lado. Una trascendencia que nunca alcanzás. Y cuando te das cuenta que es inalcanzable, eso no inhibe ni anula el deseo de seguir buscando. Es lo más interesante, paradójico y al mismo tiempo angustiante del amor: estás buscando algo que sabés que nunca vas a alcanzar pero no podés dejar de buscar. Sea en una persona o en un libro.
—Tu crecimiento mediático como divulgador de filosofía, se relaciona con un fenómeno que ha hecho públicas a otras personas que divulgan conocimiento sobre sexo, alimentación, activismos. ¿Hay una necesidad más acentuada de aprender?
—Yo en eso soy más empírico. Creo que hay un cambio de paradigma que se promueve con la creación de Canal Encuentro acá en Argentina, que creo que ya lleva 12 años y empezó a producir programas de divulgación con otra estética, otra propuesta, saliéndose del lugar aburrido y solemne de los programas educativos que eran dos personas y un potus. En mi caso, Mentira la verdad se fue desparramando en las aulas, generando algo muy difícil: que puedas, en la escuela, engancharte con algo. Porque resulta ser muy expulsiva la institución escolar, porque el gran problema de la educación es que gira en torno a la evaluación y no en torno al deseo, y cuando ese deseo encuentra sus canales, su cauce, la cosa explota. Entonces, ¿por qué hay tanta moda de la divulgación? ¿Es nuevo el fenómeno? No, siempre estuvo, pasa que nunca se le dio oportunidad. Y creo que estos tiempos tan cosificantes en nuestro rendimiento, encuentran en la filosofía un aire. La filosofía nos impulsa más a perdernos que a encontrar la receta del éxito, y en ese sentido se volvió algo que mucha gente busca.
—En cierta forma ocupás, en una generación, el rol que en otras quizás tuvieron figuras como Gabriel Rolón o Jorge Bucay, más asociadas a lo terapéutico. ¿Te preocupa que se te lleve a ese rol y a un discurso que hay que aplicar en la vida más que abrir preguntas?
—(Se ríe) No, porque cualquiera que me escucha o me lee un poco me va a encontrar en las antípodas… Saco a Rolón, porque me parece una persona que no baja línea y me gusta su trabajo, y me parece que como terapeuta es muy claro en su modo. No es alguien conductista que te da recetas para la buena vida; te está ayudando a pensar de un modo diferente tu propia realidad, me gusta su trabajo. La filosofía que yo hago no tiene que ver con recetas sino que es una propuesta de cuestionamiento permanente, que es la antiterapia. Y bienvenido a la filosofía todo el que prefiere escaparse de sí mismo como forma de libertad.
—Cuando se googlea tu nombre se disparan algunas preguntas automáticas y me interesa traer estas dos a tu perspectiva filosófica: ¿quién es y qué dice Darío Sztajnszrajber?
—Bueno, las dos preguntas se juntan porque soy básicamente lo que digo de mí. Soy básicamente un manojo de palabras que intenta construir un boceto literario. La identidad es un texto que estamos todo el tiempo escribiendo, peleándonos con los personajes que somos al interior de una literatura más amplia que nos inscribe en determinado tipo de narración. ¿Quién soy yo? Soy algo que busca, que se busca. Mi nombre, me dijeron, en persa significa, entre otros sentidos, “el que busca”. Mi segundo nombre es Gabriel, “el ángel de Dios”, y mi apellido es “el que escribe sobre la piedra”. Y si unís todo eso te da: “El que busca al ángel de Dios escribiendo sobre la piedra”, que es casi como un determinismo vocacional. No pude no haberme dedicado a esto.
—¿Qué pensás que hubieras sido si tu vida no hubiese estado así de determinada?
—Me hubiera encantado ser futbolista, un 10 con una buena pegada. Zurdo como soy. Posta que si Dios, si existe, me diera otro tiro, me dedicaría al fútbol. Que me esperen los manyas, que soy de Peñarol a muerte.