Entrevista
En "Simioinglés", el autor uruguayo crea una aventura ubicada en tiempos victorianos pero en la que juega con las palabras
Alberto Gallo nació en 1959 y publicó su primera novela, Las palomas no matan, en 1987. Desde entonces se ha mantenido como uno de los más constantes escritores de la generación que empezó a escribir a mediados de la década de 1980 y que él define como “fragmentada”.
Gallo —quien además co-conduce Una hora en la Tierra; martes y jueves a las 21.00 en Sarandí— acaba de publicar una novela que, como es su costumbre, sale de los escenarios y los temas reconocibles de la literatura local. Así, Simioinglés es un policial a bordo del HMS Beagle, el barco en el que Charles Darwin dio la vuelta al mundo y de paso lo cambió.
Sobre eso y de cómo se divierte escribiendo, Gallo charló con El País.
—Simioinglés llevó 20 años de investigación. ¿Cómo es eso?
—En Ángeles entre nosotros, mi novela de 2005, una de las líneas narrativas era el viaje de Darwin cuando pasa por Uruguay. Darwin me interesa mucho porque después de él ya nada fue lo mismo. Cambió el planeta para siempre al decirnos que venimos de los monos. Eso era inaceptable. A partir de aquella novela me entusiasmé con la posibilidad de escribir de todo el viaje, aunque de antemano pareciera imposible: fueron casi cinco años y un montón de lugares y había que ponerse un poco, ni qué hablar, en la cabeza del Imperio Británico. Y encima tratar de insertar, en todo eso, el tema de la evolución que Darwin iba descubriendo. Ya venía leyendo desde el 2000 pero empecé a meterme con las bitácoras del capitán, del médico y de algunos tripulantes. Y empecé a descubrir de alguna manera el contexto en el que fue creada esta teoría de la evolución. Pero también descubrí esas muertes y decidí hacer una novela policial, lo que me daba mucho miedo. Soy muy lector de policiales y me parece que es difícil atar y desatar cabos y llevar de un lado al otro al lector pero bueno, empecé a jugar, a buscar pistas, a meterme mucho con detalles de época.
—Una novela policial, una travesía y un debate fundacionales, detalles de época. ¿No acumuló muchos desafíos?
—Tuve que meterme, primero, en una cabeza victoriana y en cómo pensaba esa gente tan poderosa que era dueña de todo lo que existía entonces. Y después están las actividades y las profesiones como un relojero, un dibujante, el médico y aquella medicina tan cruda. E incluso pensar pensar desde la cabeza de los indígenas.
—Y todo eso forma parte de lo lúdico de su literatura. En Simioinglés juega con la sintaxis y la gramática.
—Las voces tratan de ser formales: se tratan de usted, usan modismos de la época, pero sí otra técnica. No está el uso habitual de las mayúsculas (salvo en un personaje, en lo que pretende ser un homenaje), elimino los guiones en los diálogos y los puntos suspensivos. Este proceso de mi escritura me viene llevando 25 años. En mis primeras novelas, los diálogos estaban marcados con guiones, aparecían los signos de admiración e interrogación. Pero he sentido un afán por tratar de copiar mejor la realidad y en la realidad se habla sin guiones ni comillas. Hace años que vengo eliminando guiones con la idea —que no sé si se cumple— que el texto y los diálogos y toda esa realidad alterna fluya mejor. Que una vez que entres, te dejes llevar.
—Y lo hace desde lo lúdico...
—Para mí escribir es jugar. Es hermoso porque me meto en un túnel de tiempo y aparezco en la alfombra del living de mi casa abajo de la mesa ratona jugando con autitos y soldaditos y hablando en voz baja. Cuando escribo, vuelvo a esos momentos en que inventaba historias en esa alfombra, o en la bañera cuando jugaba con barquitos. Es un juego que me permite varias cosas. Primero, divertirme y ver que se me pasa el tiempo como cuando jugaba a los seis años. Y me permito estas flexibilidades porque si para el niño no hay juegos preestablecidos, ni reglas, tampoco para el escritor. Yo qué sé qué le va a parecer a la gente cuando aparece la mano de Dios que agarra el barquito y lo mira y después a continuación, la reina agarra el barquito del mapa enorme y lo mira. No sé si la gente va a hacer esa asociación, pero me divierte jugar con eso.
—¿Cómo es percibida su obra en la literatura uruguaya?
—Hace muchos años que escribo y me han encasillado -y no sé si me gusta- como un escritor raro. En la solapa de Simioinglés me asocian con Henry Trujillo y Gustavo Escanlar.
—¿Se siente cerca de ellos?
—A mí me cuesta clasificarme como raro y la verdad no me interesa. Capaz que me sale “raro” por eso de que estoy en catarsis jugando. Y tengo un grupo de lectores muy fiel que me hace dudar de eso. ¿Cuánto banca el lector la rareza?
—¿De qué autores se siente cerca?
—Me siento compañero de ruta de los de mi generación, los que empezamos a escribir cuando acá se instalaron las editoriales multinacionales: Andrea Blanqué, Trujillo, Rafael Courtoisie, el propio Escanlar. Éramos como una banda que no cobrábamos nada o lo que nos alcanzaba para comprar unos bizcochos para escuchar a Galeano o a Benedetti y eso ya era suficiente para escribir. Y de repente llegaron las editoriales y nos empezaron a dar cheques y se convirtió en un juego pago. Los de esa banda nos reconocemos.
-¿No es una generación que quedó medio perdida?
—Creo que es porque somos un poco erráticos. Somos los que empezamos a escribir en el 85 y no éramos grandes lectores, ni siquiera buenos lectores. Carecíamos de una orientación en qué leer, y si hubo, fue una orientación totalmente cerrada: no salíamos de lo que se daba en el liceo, de lo aceptado. Y no se podía leer lo prohibido. A Cortázar, por ejemplo, lo conocí en la década de los 80. Y hay escritores de esta generación que escriben cuentos, poesía y novela al mismo tiempo. En eso me considero solo un novelista: todo lo demás lo hago mal. La parte errática mía está en dejarme llevar por el juego, y en que no tengo una novela igual a la otra. Hemos sido lo que somos, la generación de la fragmentación: hemos estudiado fragmentadamente, nos han criado de manera fragmentada y en la marcha tuvimos que aprender a armar ese rompecabezas. En Simioinglés, y también en mi primera novela, se dice que “no se recuerdan historias, solamente se recuerdan fragmentos”. La vida son fragmentos. Mi generación es eso.