ENTREVISTA CON EL PAÍS
La best seller chilena charló con El País sobre "Mujeres del alma mía", un libro en el que aborda el feminismo desde su historia
En marzo de 2013, en el Congreso Internacional “La experiencia intelectual de la mujeres en el siglo XXI” celebrado en Ciudad de México, Isabel Allende ofreció una charla llamada “¿Qué quieren las mujeres?” que tuvo impacto mediático y alcance viral. Allí, años antes de que una nueva ola feminista arraigara la discusión sobre la igualdad de género al debate cotidiano en buena parte del mundo, la escritora chilena vertió algunos conceptos interesantes que salpicó de ferocidad pero también de ironía.
Defendió que feminista y sexy no son antónimos, dijo ser heterosexual “por desgracia” ya que le hubiera ido “mucho mejor con una señora”, criticó que los hombres tomaran las decisiones sobre los derechos de las mujeres y habló de estadísticas y de la rabia que la mueve desde sus primeros años. Contó una leyenda del ladrón y el Califa, habló de los Monólogos de la vagina, de la belleza, de la necesidad de amor como un inexplicable tumor.
Mucho de lo que condimentó aquella exposición está en Mujeres del alma mía, lo nuevo de una de las escritoras en español más vendidas a nivel mundial. Pero hay más, porque cuando sus agentes le dijeron que querían publicar el texto de esa charla ella quiso revisarlo y se encontró con que estaba “añejo”. Por entonces no existía el movimiento #MeToo. Por entonces no se había esparcido por todas partes la performance “Un violador en tu camino” del colectivo chileno Lastesis. Por entonces no había frecuentes marchas multitudinarias en pos de la legalización del aborto o en protesta por los femicidios, y por entonces tampoco había aparecido Roger, su flamante marido.
“Y empecé a reflexionar sobre mi propia trayectoria, en los años que yo llevo en esto como mujer y feminista, y lo que estaba pasando ahora. Y así nació el libro”, dice la chilena a El País desde su casa de California. “Fue entretenido para mí eso de recordar el pasado, cómo empezó todo. Lo jóvenes que éramos esas cuatro mujeres en la revista Paula; ninguna tenía ni 30 años, éramos unas mocosas llenas de entusiasmo, atrevidas, dispuestas a correr los riesgos y sin saber mucho. El camino se fue haciendo al andar”.
El camino de Mujeres del alma mía también se hizo al andar. Con la base de la conferencia y con toda una vida, literal, de feminismo —Allende sostiene que es feminista desde su infancia aún sin conocer el término, porque ya por entonces la indignaba el patriarcado que veía en su familia—, construyó esta suerte de memoria o ensayo biográfico “como se lo hubiera contado a mi mamá. Fue desordenado, simplemente un comentario”.
Allende, que en el propio libro se refiere al texto como “una charla informal”, no quiso abrumar al lector con hechos y estadísticas, pero tampoco quiso exponer experiencias machistas puntuales que haya sufrido en carne propia. Sí están las lecciones de su abuelo, sí está el reconcimiento de que el círculo literario no le ha perdonado que sea una mujer exitosa, pero no mucho más.
“¿Qué importa lo que a mí me pueda haber pasado con el machismo, que me corrieran mano en la oficina, cosas de esas? No importa nada comparado con lo que le pasa a la mayor parte de las mujeres”, dice a El País. “Me gusta contar las historias de otros, me parece que tiene más peso”.
"Me gusta contar las historias de otros, me parece que tiene más peso"
Salvo en las memorias o en los relatos más vivenciales como este Mujeres del alma mía, Allende nunca es el foco de sus historias. Los personajes la visitan y se le aparecen en una novela sí y otra también, a veces disfrazados de alguien más pero con ciertas características incambiables, como ese hombre mayor que no es ni padre ni amante pero que siempre protege a la protagonista y que la autora identifica como el Tío Ramón, su padrastro, el que le reprochaba que nunca aparecía en su obra y al que ella le espetaba que tenía demasiado sentido común para estar en la literatura.
-¿Le preocupa que esos personajes dejen de aparecerse?
-(Piensa) No, porque supongo que aparecerán otros. No sé, francamente. Hay tanto personaje volando, tanta gente que inspira, que no hay cómo perderse. Material no me va a faltar. Piensa que mi material es gratis, que yo puedo usar todas las palabras que quiera y las historias que quiera.
El impulso
La pandemia del coronavirus le ha pegado mal a California y a todo Estados Unidos, y Allende apunta directo contra el individualismo de los americanos y la campaña de desinformación que llevó adelante el gobierno de Donald Trump. Dice que con la asunción de Joe Biden comienzan cuatro años de “tratar de volver a la normalidad” perdida con el magnate.
A la escritora, sin embargo, estar en casa se le da bien. “No tengo conferencias, no voy a ningún lado, no tengo vida social, entonces me rinde el tiempo y no me molesta estar sola porque estoy acostumbrada. No tengo nada que hacer más que escribir”.
A sus 78 años, está en el último tramo de la edición de su nueva novela pero no le gusta hablar del trabajo en progreso. Dice, sí, que para el 8 de enero espera estar libre para su siguiente proyecto y así cumplir con la tradición anual de comenzar una nueva historia siempre en la misma fecha. Es eso o Roger, su marido, va a quedar loco, bromea. “Yo tengo una energía que es como un tanque, así; el pobrecito va a quedar aplastado”.
A sus 78 años y con energía de tanque, entonces, Allende asegura que no la entretiene “nada”.
Juega con los perros, cocina solo si van amigos (y en tiempos de pandemia no va nadie; ella y Roger son población de riesgo), ya les hizo collares a todas sus amigas y no es capaz de armar un puzzle o jugar scrabble porque su pensamiento se mueve “en círculos y en historias”. “Mi hijo dice que tengo un cerebro raro”, suelta.
Lo que tiene es, asegura, “una vida supersimple. Y además he ido eliminando de la vida cosas que ya no me interesan para nada. Para nada”.
Más que eliminar, Allende ha intentado domar esa obsesión que tiene con la escritura. Ya no le dedica 10 horas por día ni corrige con la misma manía que antes, porque 40 años de oficio le evitan ciertos errores. Sin embargo, cuando está escribiendo no puede hacer nada más: se pierde en el auto, se distrae, se le olvidan las cosas, pero ya todo su entorno sabe que no hay que preocuparse por su salud.
Si Isabel se pierde es porque está encontrando el nuevo camino.
“Yo creo que eso es indispensable. Porque si no la escritura sería un oficio que podrías enseñar”, asegura. “Puedes enseñarle a alguien a escribir bien, pero no puedes enseñarle a que sea un escritor o escritora de peso. Eso es personal y tal vez hay una parte que es talento, que naces con esa predisposición. Pero sin la pasión... Yo no lo podría hacer sin la pasión”.
"Puedes enseñarle a alguien a escribir bien, pero no puedes enseñarle a que sea un escritor o escritora de peso"
Para la chilena, la autora de La casa de los espíritus y Paula y tantos otros títulos, la best seller que año a año arrasa con las ventas en Uruguay, una de las mujeres más exitosas y populares de la literatura latinoamericana, primero está la salud, después el amor y luego la escritura, aunque sean elementos con relaciones profundas e indivisibles. “La escritura ha sido mi salvación, francamente, y le ha dado sentido a los últimos 40 años de mi vida”, dice casi como confesión.
Ahora, admite en Mujeres del alma mía, es más libre y más feliz que nunca. Tiene salud, tiene amor y tiene una vocación firme y activa, pero ya no necesita cumplir con aquellas exigencias que le marcaba su abuelo. Ya no tiene que demostrar que puede enfrentar al mundo sola, que puede ser mejor que el resto, que no falla y sobre todo, que no se queja. No.
“Todo eso ya no lo necesito”, dice a El País. “No lo necesito para nada. Ahora puedo hacer lo que me de la gana y no importa. No tengo que probarle a nadie que soy fuerte, resiliente, generosa. Ya pasó todo, y eso me da tremenda libertad”.