LANZAMIENTO
La uruguaya escribió una distopía que, sin querer, hace pensar en el coronavirus. La historia detrás de uno de los libros del momento
Mugre rosa es una distopía; ciencia ficción sobre una peste que azota a una ciudad que es una versión desdibujada de Montevideo. Es una novela sobre la maternidad, también; hay una madre y una hija que a la vez materna a un niño que no es suyo y a un ex al que tiene que soltar. Hay un paralelismo constante entre lo tóxico del entorno y de las relaciones humanas, y se ponen sobre la mesa intereses políticos como el consumismo o la crisis ambiental, con sus consecuencias en la industria alimentaria y la vida misma.
Detrás de esas capas, las más evidentes y las más señaladas, Fernanda Trías apunta al eje temático más profundo y más buscado. Desde Bogotá, Colombia, cita a Milan Kundera para decir que “la novela no examina la realidad sino la existencia” y asegura que su interés último es ese, explorar la existencia humana en contextos límites.
Y Mugre rosa, en esa desolación de vientos tan tóxicos que queman la piel, lo que hace es preguntarse sobre la memoria, dice Trías. “Sobre cómo procesamos lo que vivimos, de qué manera recordamos, si acaso es posible recordar y cuánto perdemos al borrar pedazos enteros de tu vida, de tu infancia. Y también sobre el tiempo, sobre la distancia”.
Es, con todo, uno de los libros de la temporada. Es parte de la colección Mapa de las Lenguas 2021 de las editoriales Alfaguara y Literatura Random House, una selección de 13 títulos hispanoamericanos que busca promover autores en otros territorios. Y ha generado una atención mediática en países a los que el libro recién llegará en abril.
El New York Times lo incluyó entre sus 10 lecturas en español para sobrevivir a una pandemia; la novela habla de tapabocas, hospitales colapsados y falta de comida y, escrita antes del coronavirus -fue entregada a la editorial en febrero de 2020-, tiene un inevitable aire premonitorio.
“Algo irónico es que yo creía estar escribiendo algo muy raro. Y me parece muy triste que cuando se publicó era como: ‘Bueno, Fernanda escribió la pandemia’. Yo hubiera preferido que no hubiese sido visionario y siguiera siendo lo que yo quería que fuera: algo raro, incómodo, que generara extrañeza”, dice.
Sin embargo, cuando en mayo de 2020 se enfrentó a la última lectura de su texto y se encontró con terminología que de golpe se había vuelto parte de la rutina, decidió no modificarla. Trías eligió “dejar el texto como un fósil de la memoria pre-pandemia”, y tiene sentido. Mugre rosa está sumamente ligada al recuerdo, al pasado, a lo que fuimos.
La propia Trías necesitaba recordar. Necesitaba recorrer las calles de Montevideo a fuerza de memoria, pero la Montevideo que se llevó cuando dejó Uruguay, en 2005, está lejos de la versión actual. La ciudad que habita en su cabeza es gris, apagada, está golpeada todavía por la crisis de 2002 y ni espera la efervescencia por venir. La ciudad que vive en su cabeza contrasta cien por ciento con los veranos eternos en la costa, el paraíso perdido de una niñez color de arena.
Por eso Mugre rosa transcurre en una versión desdibujada de Montevideo, entre barrios y lugares que son reconocibles y que a la vez se reconstruyen entre la niebla, esa misma niebla que guió este recorrido.
Antes de empezar a trabajar en la novela, la autora de Cuaderno para un solo ojo, La azotea y La ciudad invencible, y del libro de cuentos No soñarás flores, tenía tres premisas claras. Tenía una atmósfera de niebla cayendo pesada y gris sobre alguna urbe; un niño con síndrome de Prader-Willi, o sea con hambre insaciable; y una mujer (no madre) que tenía que cuidarlo.
La uruguaya convivió más de un año con esas ideas, a las que finalmente echó mano cuando fue becada para una residencia en la Casa de Velázquez, en Madrid. “Me acuerdo que llegué un jueves y el sábado ya estaba sentada escribiendo. Me lancé como si no hubiera un mañana”, repasa ahora.
“Me fui con un poco de miedo y mucha determinación. En 2004 me gané otra beca, de la Unesco, para ir a escribir a una especie de monasterio a Francia, ¡y no escribí nada! Escribí como 200 páginas de un diario, no de la novela que quería escribir. Entonces yo ya sabía que no es fácil lidiar con la experiencia del encierro, la experiencia idílica con la que soñamos todos los escritores. Se producen muchas angustias, ansiedades, están los demonios propios que acechan. Pero también tenía mucha determinación y sabía que ese tiempo era oro. En la juventud vos perdés el tiempo con otra inconsciencia”, dice.
En esa estadía, Trías se nutrió de artes visuales; caminó y corrió por parques y jardines, pensó, imaginó, escuchó esos murmullos que la acompañaron en el proceso y, más que nada, escribió. “Necesitaba sumergirme para sentir yo esa misma inmersión que creo que siente el lector”, asegura ahora que la novela ya empezó su propio viaje.
El camino no está libre de vértigo y de angustias, pero leer Mugre rosa deja al lector abstraído, maravillado, vulnerable y expuesto, tal como al final de un paseo entre la niebla.