Gabriel Rolón con El País: "Noto en la gente un deseo muy noble por retornar a la vida"

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Gabriel Rolón habla sobre su nuevo libro "El precio de la pasión", ya disponible en librerías uruguayas. Foto: Fernando Ponzetto

ENTREVISTA

El País está publicando una colección con los grandes libros del psicoanalista argentino quien además empieza esta semana una serie de presentaciones en Uruguay

A Gabriel Rolón le encanta Uruguay y, todo indica, a los uruguayos les encanta Gabriel Rolón. El psicólogo argentino viene desde la primera mitad de la década de 1990 y desde entonces no solo ha repetido visitas con sus espectáculos, sino que ha encontrado un interés por sus libros, todos ellos best-sellers y tres con la certificación de Libro del año, o sea el más vendido de ese ejercicio.

Y siempre hay nuevas maneras de estrechar, aun más, ese vínculo. El País está editando (todos los viernes), la colección Gabriel Rolón que incluye ocho de esos títulos exitosos. Se pueden conseguir acá.

Los libros de Rolón con El País

Desde el 8 de julio, El País está publicando la Colección Gabriel Rolón que incluye ocho de los libros del psicoanalista argentino. Allí están Historias de diván, Los padecientes, Historias inconscientes, La voz ausente, Cara a cara, El precio de la pasión y Palabras cruzadas. Están incluidos algunos de sus grandes éxitos. Los libros salen los viernes, cuestan 290 pesos y los puede pedir al canillita, por el 2900 4141 o en coleccionables.elpais.com.uy.

Y el jueves se presenta en el maragato Teatro Maccio y el sábado y el domingo en Teatro Metro de Montevideo con Palabra plena, un espectáculo que, se anuncia, “nos desafía a pensar, a transitar el laberinto de nuestro propio enigma intentando evitar las trampas de la comodidad. Porque las cosas importantes de la vida son incómodas”. Las entradas están en Abitab.

Antes de venir y coincidiendo con la edición de su obra con El País, Rolón charló sobre su historia de vida, por qué eel psicoanálisis y cómo vio el reencuentro con el público tras la pandemia.

—¿Cómo analiza su vínculo con Uruguay?

—Es tremendo. La primera vez que crucé lo hice con Alejandro Dolina. O sea llego a un Uruguay que ya me quería solo por estar sentado a la derecha de Alejandro. Por vibrar cerca de él me tocó ese afecto y después me esforcé mucho en sostenerlo, en estar a la altura. Uruguay siempre me ha mimado de un modo increíble.

—¿Cómo encontró a la gente tras la pandemia?

—Noté dos cosas casi opuestas. Por un lado el deseo enorme de ir al teatro, pensar, emocionarse. Un deseo muy noble por retornar a la vida. Pero también vi el gesto innegable que dejan las pérdidas. Perder seres queridos, tiempos de abrazos, de festejos, algún ahorro, algún proyecto. Y siempre que perdés algo que amas, te queda una marca que, por más oculta que esté, nunca es imperceptible. El duelo siempre nos deja distintos.

—Su biografía de Wikipedia dice que usted nació en una casilla del barrio La Matanza...

—Mi papá era albañil y se pudo comprar un terrenito, que es más de lo que hoy puede un albañil. Y puso sobre ese terreno una casilla de madera con techos de chapa. Así, me tocó nacer en un ámbito muy humilde pero muy digno. Esas casillas de madera y chapa eran el hogar de gente que tenía trabajo, que salía en las mañanas muy tempranito. Y que iban haciendo acopio de ladrillos hasta tener suficiente para ponerle material a las paredes de madera. Lo recuerdo con mucha felicidad. Los chicos tienen unos disfrutes que a veces los grandes no sospechamos. El disfraz más lindo que tuve en mi vida fue una vez que le dije a mi mamá que quería jugar a que ser diarero y mi mamá agarró una soga, me y le puso dos diarios. De grande me enteré que a veces mis padres fingían no tener hambre solo para que yo tuviera para comer.

—¿Cómo lo influyó eso?

—La pobreza es algo malo y ser pobre es algo difícil, injusto. Cuando se puede salir de esa situación, te deja algunas cosas. Te volvés, por ejemplo, alguien mucho más difícil de amenazar. Cuando paso algún sobresalto -vivo en Argentina, imagínate- siempre pienso que por mal que me vaya difícilmente vuelva a estar en situaciones tan duras como las que pasé, sobreviví y fui feliz. Lo máximo que me puede pasar es estar un poco peor pero vi a mis padres muy felices con muy poco y fui un chico muy feliz con muy poco.

—Pero en aquella pobreza, trabajando se salía adelante. ¿Cree que hoy esa esperanza sigue ahí?

—No. Me da la impresión de que se ha perdido la posibilidad real de un ascenso social que no es pasar de ser pobre a ser rico, es pasar de tener la casilla de madera a tener una casa de material. Vas a seguir siendo una persona humilde, pero con un baño instalado o sin que te entre agua cuando llueve. Había opciones que hoy son mucho más difíciles y eso vuelve a la pobreza mucho más cruel. Te condenás a situaciones de cierta indignidad como ver a tus hijos con las zapatillas rotas y no poder comprárselas. Había una frase que circulaba mucho que decía que “el ahorro era la base de la fortuna”. Eso ya no existe.

—Con esos orígenes, ¿por qué eligió la psicología?

—Desde chico se me inculcó que tenía que estudiar. Nací con un problema cardíaco que me dejó afuera de la posibilidad de ser un obrero que trabajara con su cuerpo. Y en casa, estudiar fue un mandato muy fuerte. De pibe cuando jugaba con mis amigos y decían que hacían de bomberos o colectiveros, yo jugaba a que iba a la facultad. Y la psicología llega porque me acostumbré desde muy chico a escuchar relatos de mucha tristeza. Mi padre se crió en un orfanato y siendo yo niño pasaba horas en silencio escuchándolo porque él necesitaba hablar. Y me di cuenta que a mi viejo le hacía bien contarme esas cosas, aunque yo fuera muy chico. Entonces desde siempre me quedó como esta sensación de que escuchar a alguien lo alivia, y de que a mí me hacía bien aliviar a la gente escuchándola.

—¿Y qué encontró allí?

—Un mundo fascinante. Uno podría decir cómo es que alguien se fascina tanto con el dolor, la angustia, el horror. Lo que me fascina, además de la posibilidad de ayudar a alguien que está sufriendo, es ese aspecto de thriller que tiene mi trabajo, casi de policial. Tener que descubrir las circunstancias que hacen que el paciente sufra. El crimen es el dolor de mi paciente y los asesinos son las circunstancias de su vida.

—¿Cuánto casos se resuelven y cómo lidia con la posibilidad de no atrapar al asesino?

—La vida de un analista es una sucesión de casos que se resuelven por la mitad o un poquito más, pero siempre hay alguno de los asesinos que se escapa. La resolución total de un caso es una utopía, pero sí resolvemos mucho de lo que le ayuda a un paciente a cambiar su destino. Hacerlo inmune al sufrimiento es imposible. Si ese es el ideal de un psicólogo, se equivoca. No siempre se gana. Y los fracasos son muy ruidosos y los éxitos son silenciosos. Es, en definitiva, una profesión muy solitaria.

—¿Cómo ve la academia su trabajo, siendo tan mediático?

—Esto de estar en la televisión genera cierto prejuicio, pero siempre me comprometí mucho con el psicoanálisis -mi técnica y mi teoría- y con ser muy honesto. Sea en un marco académico o en una charla como esta con vos o en la televisión siempre hablo desde la ética del psicoanálisis y estoy muy comprometido con eso. A la larga eso se fue notando y por supuesto que después los libros sumaron un montón y hoy se da que las universidades más importantes de mi país u otros países me llaman para dar lo que se llaman clases magistrales o para participar en congresos mundiales. Está el error de creer que cuando uno va a un medio masivo baja el discurso, que uno se pone un poco como chabacano, simplista. No se entiende que el proceso es al revés. Cuando uno habla en un medio hay que subir el discurso. Lo profundo es ir con toda la teoría al mundo real donde está la gente y transmitir con otras palabras: decir las cosas en humano no en lacaniano.

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