El psicoanalista argentino Gabriel Rolón tiene nuevo libro y, como es costumbre ya es uno de los grandes best sellers en librerías uruguayas.
Esta vez es una edición 10° aniversaio, revisada, aumentada y definitiva de Historias inconscientes. Vidas al límite (Planeta, 990 pesos). Su ronda de prensa local, además, la acompañó por otra presentación a aforo completo de una de sus charlas: esta vez fue con Palabra plena, un espectáculo con el que ya había estado en Uruguay.
Historias inconscientes. Vidas al límite recopila siete historias que Rolón tomó de su práctica profesional a las que cierra con unas conclusiones teóricas desde el punto de vista psicoanalítico, una práctica que defiende incluso ante la irrupción de nuevas formas de terapia.
“Lejos está la intención de llevar esta propuesta a un texto de estudio sobre Psicoanálisis”, decía la contratapa de la edición original. “Se trata mejor de compartir experiencias vitales, irrepetibles. Momentos sostenidos en la pura pasión de quien mira al miedo a los ojos para hacer más llevadero un mundo que duele. Y es ahí, en esa zona entre perturbadora y turbulenta, donde sale al cruce Historias inconscientes”.
Rolón es uno de los escritores más populares en el Río de la Plata con una sucesión de grandes ventas que incluye Historias de diván (2007), Los padecientes (2010) y La felicidad (2023). Nacido en 1961 en el barrio de La Matanza, ha desarrollado además una carrera en los medios: la primera vez que vino a Uruguay fue como parte de la troupe del programa deAlejandro Dolina, a quien menciona como su maestro. Actualmente se lo puede escuchar en Perros de la calle. el programa de Andy Kusnetzoff que en Uruguay sale por Urbana Play 92.5 y se ve por YouTube. Como en cada de sus visitas, Rolón charló con El País.
—Perdón empezar por acá pero ¿es caro ir a terapia con Rolón? ¿Tiene muchos pacientes?
—Tengo la mitad de los pacientes que solía porque esta clase de actividades me hacen viajar mucho.Tengo muchos de aquella época todavía que persisten y siguen siendo los mismos empleados o lo que fuere y siguen pagando honorarios que les permitan sustentar el análisis. Las nuevas técnicas me permiten también estar atendiendo a un jugador de fútbol de un importante equipo europeo por Zoom, o un artista importantísimo que vive en el exterior. Y claramente los honorarios se ajustan en cada caso a cada paciente. A veces la posibilidad de atender a alguien que puede pagar mucho te permite atender por muy poquito a uno que lo necesita
—En sus libros, usted habla de dolor y pensaba si, por su experiencia profesional, ve que ha cambiado la tolerancia al dolor. En el sentido de que se habla de, por ejemplo, una “generación de cristal”...
—No creo que haya menos tolerancia: probablemente le duelen otras cosas que nos dolían a nosotros y entonces podemos leer eso como que no tienen ninguna tolerancia. Por ejemplo, hoy la familia tiene un estilo distinto. Antes se decía “tenele paciencia, los padres se separaron”. Eso lo vivimos y no por eso éramos de cristal. Hoy todos los pibes tienen los padres separados y se la bancan. ¿Entonces son más fuertes que lo que éramos nosotros? ¿Nosotros éramos los de cristal? No, es que los desafíos eran los de nuestra época y hoy los chicos tienen los de su época. El error está en evaluar lo que pasa hoy con el mismo lente de antes.
—Y ahora tienen la exposición o la mirada de las redes sociales. Antes eran, no sé los chismeríos del barrio o que los compañeros podías tratarte un poco mal...
—Y hasta nos acostumbrábamos a que eso era parte del vínculo. Hoy, por suerte cuando hay algún bullying, se nota, se sabe, se trabaja sobre eso. Es complejo intentar analizar una época con la mirada de otra. Cuando era chico, mis adultos decían que estábamos todos locos, que éramos unos melenudos, que no nos gustaba trabajar. Era la mirada de ellos por la realidad que habían vivido y hoy haríamos mal en cometer ese mismo error:las cosas hay que analizarlas en su justo contexto.
—Cuando miró, revisó y aumentó un libro como Historias inconscientes. ¿Cómo se recordó hace 10 años?
—Intento tenerme paciencia. Sí ser autocrítico desde el punto de vista de lo literario, no permitirme dejar pasar errores que pude haber cometido hace 10 años cuando había escrito cinco o seis libros menos. Y si después de escribir cinco o seis libros no se aprende nada, se es muy torpe ¿no? Y he aprendido ciertas técnicas, maneras de edición diferentes y eso me dio la posibilidad de embellecer el libro con una experiencia que no tenía cuando lo escribí.
—Pero también lo respetó cómo había sido pensado...
—Cuando haces algo así hay que tener cuidado de no desnaturalizar el material original porque corrés el riesgo de querer arreglarlo tanto que le sacás el alma. Así que he tratado de conservar el alma de este libro que apunta, justamente, al dolor, al relato de historias de personas que llegaron al borde. Eso lo diferencia de, no sé, Palabras cruzadas o Historias de diván, donde excepto uno o dos casos, el resto eran historias que nos podían pasar a cualquiera. Estos son casos de gente que llega a un límite, al que por suerte la mayoría no llegamos. En aquel momento tenía ganas de ir hacia ese lugar. Y en esta revisión aproveché más allá de modificar algunas de esas torpezas, sumarle material teórico, reflexiones que son fruto de, ni más ni menos, los ensayos que escribí en estos 10 años: Cara a cara, La voz ausente, El precio de la pasión, El duelo, La felicidad. Con todo ese pensamiento encima hay cosas que me permiten abordar esos mismos casos con una teoría distinta. Esa es la parte que más ha enriquecido el relato. Igual he intentado que quedaran más o menos como estaban porque esa fue la manera en la que aquel autor vivió esas historias.
—Los casos están contados como pequeños cuentos, además de ese marco teórico. ¿Cuánta ficción utiliza para ayudar a la narración?
—En la narrativa hay bastante de ficción pero no tanto en los hechos y las intervenciones donde he tratado de ser lo más fiel que pude para que la gente percibiera lo que realmente ocurre dentro del consultorio. Pero sí, tenés que mantener un relato y lo que contás en la escena siguiente, a lo mejor fue nueve meses después de análisis y lo tenés que poner en la página siguiente. Para que eso encuentre una coherencia, aparece ese zurcido que lo hace un relato con lógica. A mí me gusta mucho eso.
—¿De dónde viene su aficción por lo literario?
—De la lectura. Quien quiera escribir,antes que nada tiene que leer mucho y lo mejor que pueda. Leer los autores que le gustan y ver cómo comunican, cómo esquivan obviedades para volver su relato un poco más interesante. Desconfío de los escritores que quieren pecar de ingenuidad. Una vez estaba con Alejandro Dolina y se acercó un chico a alcanzarle un libro que había escrito y le dijo que no leía a Borges porque no quería parecerse a él. Dolina hojeó el libro y le dijo: “Bueno, quédese tranquilo, no se parece en nada”.
—Siempre menciona a Dolina. ¿Cuál es su influencia en su obra?
—Estoy convencido que sobre todo cuando hablo, utilizo muchísimos modismos “dolinescos”. Estuve 15 años al lado de ese maestro, escuchándolo construir palabras, discursos, frases. ¿Cómo no se me va a pegar? ¿Cómo no voy a elegir ciertos caminos que él me señaló que eran tan eficaces?
—En el libro se refiere a que hay voces que se alzan contra el psicoanálisis. ¿A qué se refiere en particular?
—Cuando empecé a escribir, había salido un libro que se llamaba El libro negro del psicoanálisis donde se decía que era una técnica de la clase alta vienesa, antigua, ya ineficaz, elitista. ¿Qué elite? Como le decía, trato pacientes que pueden pagar muy poco, que trabajan de empleados. Pero tantos años después —y por eso me entusiasmó la reescritura de este libro—, nos encontramos ante una situación parecida: el advenimiento de las neurociencias, la idealización de las terapias cognitivo-conductuales que no creo que no sirvan para nada, al contrario, parecen que son muy eficaces para algunas cosas. Pero no esto de querer establecer estas técnicas como panaceas que borran todo lo anterior.El otro día alguien decía con un nivel, si me permitís, grande de torpeza, que el psicoanálisis es una técnica que tiene 150 años. Y yo pensaba que el descubrimiento de la ley de gravedad tiene mucho más y las cosas se siguen cayendo. Los analistas hemos seguido avanzando, no es que pensamos como en Viena a principios del siglo pasado. Freud mismo no pensaba en 1939 cuando murió, lo que pensaba en 1900. Eso no quita la maravilla y la eficacia de los descubrimientos del psicoanálisis, básicamente el inconsciente, la pulsión de muerte. Lo que le da potencia a nuestra teoría es que es tan vigente como siempre. El psicoanálisis sigue siendo la más profunda de las terapias psicológicas a la hora de llegar a la raíz de los conflictos.
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