Hugo Achugar, el provocador que no deja de pensar, enseñar, producir y recibir reconocimientos por su obra

El País charló con el reciente Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual 2024 sobre su trayectora, el gusto por la docencia, sus temas recurrentes y su preocupación por el futuro.

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Hugo Achugar
Hugo Achugar, poeta y academico uruguayo
Foto: Estefania Leal/Archivo El Pais

Hugo Achugar es docente, poeta, novelista, ensayista y alguna vez, reconoce, burócrata (fue Director Nacional de Cultura). Todas esas ocupaciones están contempladas en el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual 2024 que le concedió el Ministerio de Educación y Cultura y que es la mayor condecoración cultural oficial. Además, acaba de editar Caballo de Troya (Taurus, 850 pesos), una serie de ensayos sobre temas que han marcado su carrera y su último poemario, de qué va (Yaugurú, 450 pesos) recibió el Bartolomé Hidalgo.

—¿Cómo se toma un reconocimiento a la labor intelectual de toda una vida?

—No voy a decir que fue inesperado porque primero me llamaron para consultarme si aceptaba que me presentaran. Pero no creí que el jurado se fuera a poner de acuerdo. Me daba cosa porque ese premio lo había ganado gente a la que respeto muchísimo: José Pedro Barrán, Circe Maia, Rodolfo Gambini, el Bocha Benavides. De algún modo, culminar mi vida con eso es muy gratificante. No es que me vaya morir...

—Esperemos que no..

—No, todavía tengo hasta fin de año mi trabajo en la Universidad y proyectos para futuros libros y reediciones.

—¿De dónde viene intelectualmente?

—Lo tengo muy claro: de Angel Rama (quien fue mi profesor por tres años) y Carlos Real de Azúa (con quien hice mi práctica docente). Y de José Pedro Díaz, Amanda Berenguer y de un amigo y compañero que falleció, un filósofo considerado uno de los grandes pensadores de América Latina, Javier Sasso.

—Hablando de sus múltiples áreas, en Caballo de Troya cita a Montaigne cuando decía “mi libro es solo uno”. ¿Qué une todo lo que hace?

—Hay tres académicos que han escrito mucho sobre mi obra: dos son argentinos (Teresa Basile y Enrique Foffani) y la brasileña Haydée Coelho y los tres coinciden en que lo que yo escribo (ensayos, poesía y narrativa) tienen hilos conductores porque juego con los mismos temas.

—¿Cómo es como profesor?

—Usted me vio en clase y sabe que me apasiono. Siempre digo: “Yo no vengo a repetir lo que ustedes pueden leer, porque para eso dejo un casete y me voy. Yo vengo para pensar con ustedes”. Y en mi vida me he pasado pensando. Y no paro de reflexionar y no paro de asociar y de responder al momento en el que escribo o en el que pienso.

—¿Le gusta la docencia?

—Me paran en la calle y me dicen “fui alumno suyo” y es que di clases en universidades de todo el mundo y hasta en Secundaria. O me dicen “vos fuiste el primero que me llevó al Teatro Solís”. Me recuerdan con mucho cariño y mucho respeto. Por eso la enseñanza para mí fue muy feliz.

—Se tiende a pensar que la calidad del alumnado se ha degradado...

—Es otro mundo y no puedo pretender que ellos no sean lo que son. Mario Sambarino, un viejo profesor de Filosofía en Humanidades que hizo el exilio conmigo en Venezuela, me contaba que cuando él estudiaba en bachillerato y después cuando fue profesor, se sentía horrorizado por la masificación del estudiantado. Y como ahora eso se ha multiplicado hasta el exceso, las mochilas, los capitales culturales con los que vienen son muy diferentes a con los que yo me críe. Ahora la brecha generacional es muy grande con los chicos que recién ingresan, pero tengo la experiencia de mis nietos que me ayuda a entender que puedo hablar su lenguaje.

—Sus campos de trabajo siempre han estado vinculado a la voz de las disidencias.

—Eso tiene que ver también con alguna cosa que hice -y por la que algunos no me perdonan y otros me felicitan- y que fue un escandalete en su momento: cuando siendo el Director Nacional de Cultura promoví un taller de cumbia. A mí me gusta Mozart, pero en el lugar que estoy, hay lugar para todos. Para mí es abrir cabezas: el mundo no es la burbuja en que uno vive, hay otros mundos que te gustan o no te gustan, pero están ahí. El esfuerzo es poder dialogar con ellos.

—Y eso también es parte de su obra y sus trabajos sobre periferias, por ejemplo...

—Siempre fui un provocador. Como cuando firmé como Juana Caballero. Era la necesidad que no me encasillen, ni me pongan etiquetas. Tengo muchas máscaras, muchas caras, muchos personajes.

—¿Cómo ve el auge de la Inteligencia Artificial?

—Me ocupa y me preocupa. Hay momentos en que soy tremendamente distópico, en que pienso que va a haber una especie de tecnofeudalismo en que los privilegiados vivirán en fortalezas o barrios privados o lo que sea fuertemente custodiados y el resto de la humanidad sobreviviendo como puedan. Creo que puede ser una fuente de tremenda profundización de la desigualdad. Y por otro lado, no me niego a pensar que permitirá avanzar en ciencias médicas y otras cosas: ya hay Inteligencia Artificial ayudando, pero necesitan un ser humano al lado. Por suerte.

—Slavoj Žižek dice que este es el fin de una era, la que empezó con la Revolución Francesa y esas transiciones son también un tema suyo...

—Sí, sí. Hace ya 50 años, un intelectual argentino decía que estábamos en tiempos de una mutación civilizatoria que quizás empezó en los 80. Y lo que pasa es que -esto tiene que ver con lo que Felipe Arocena dice en Aceleración- los procesos se están acelerando cada día. Lo interesante es qué resiste esa aceleración en términos de obras de arte, pensamiento, ideas teóricas y qué es lo que va a cambiar. Es el fin de una era, sí, sin embargo hay cosas que sobreviven hace milenios: la escritura, la lectura, la tecnología de la lectura, tecnologías del homo sapiens, que tienen 2.000 años de antigüedad, siguen funcionando, y que no sé si son sustituibles. Pienso mucho en el futuro de mi familia y de la sociedad. ¿Qué va a pasar con toda esta gente, cómo va a vivir, cómo va a comer, cómo va a sobrevivir? Cosas que aún me preocupan y me mantienen, creo , vivo.

—En el libro usted habla del concepto de relato y pensé en eso de “dato, no relato”...

—El dato se inventa...

—¿El dato es un relato?

—Sí. Si se pueden manipular fotos como nos contó Milan Kundera del estalinismo o aprendimos con Forrest Gump. Ahora las fake news son fake data y no matan el relato, lo pueden construir.

—Y eso va directo a otro de sus temas que es la memoria...

—La memoria hay que cultivarla y dejar testimonio. Como dice la inscripción en el Memorial al Holocausto de la Rambla: en el recordar está la salvación. La memoria es un arma de salvarse de lo horrible. Y es fundamental cultivarla y dejar testimonio.

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