Irene Vallejo, una visitante ilustre que generó furor con su llegada a Uruguay: "La literatura es un refugio"

La autora de "El infinito en un junco" vistió Uruguay y fue nombrada Visitante Ilustre de Montevideo. Ahora, en diálogo con El País, repasa su obra.

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Irene Vallejo.
Foto: Leonardo Mainé.

Por Rodrigo Guerra
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La visita de Irene Vallejo a Uruguay despertó un furor inesperado. La escritora española llegó el lunes para presentar sus libros El infinito en un junco (2019) y El silbido del arquero (2015), y su paso por Montevideo y Maldonado movió a un público ávido por escuchar a una de las grandes best-sellers españolas de los últimos años.

El infinito en un junco, un imperdible ensayo que recorre la historia de los libros, vendió más de un millón de ejemplares y fue traducido a 40 idiomas. Allí, la escritora nacida en Zaragoza presenta un original enfoque en el que entrelaza anécdotas con datos sobre la fabricación y la evolución de los libros a lo largo de casi 30 siglos. A su vez, aborda la invención del alfabeto, el paso del relato oral al escrito y analiza la persecución y quema de diversos títulos a lo largo de la historia.

El ganador del Premio Nacional de Ensayo 2020 que otorga el Ministerio de Cultura de España fue un éxito de ventas e impulsó a que Penguin Random House reeditara El silbido del arquero, una novela coral en la que la escritora reimagina La Eneida y aborda temáticas como los mitos, el amor, las guerras y las aventuras.

El lunes se presentó en el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo, donde además fue nombrada Visitante Ilustre, y la concurrencia fue abrumadora. La sala de 400 personas se llenó con tanta antelación que otras 300 se quedaron afuera y debieron seguir la conferencia a través de una pantalla instalada en el pasillo. La tarde siguiente viajó a Maldonado para reunir a otros 700 seguidores en el MACA (Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry).

En medio de su fugaz visita a Uruguay, El País dialogó con Irene Vallejo en un hotel de la rambla montevideana. A continuación, un resumen de la entrevista.

—El lunes recibiste el reconocimiento de Visitante Ilustre y más de 700 personas asistieron a tu presentación en la Intendencia de Montevideo. ¿Qué representó esa noche?

—Era una fecha muy especial porque era aniversario de la muerte de mi padre. Con él vine a Montevideo en mi primer viaje. Además, fue él quien me introdujo en la literatura uruguaya porque era lector apasionado de Horacio Quiroga, de Juan Carlos Onetti y Felisberto Hernández. Él me abrió este universo literario y fue en su biblioteca donde empecé a viajar a Uruguay con la imaginación. Todo lo que sucedió fue especialmente emocionante porque lo sentía cerca y pensaba en lo feliz que hubiera sido si hubiera podido estar conmigo allí. En el primer momento fue difícil contener las emociones y poder responder a la generosidad abrumadora de la gente. No esperaba un recibimiento semejante y me conmueve esta vocación literaria que tienen en Uruguay. Supongo que eso explica por qué hay tantos escritores uruguayos y como en relación con su población su aportación a la literatura es tan asombrosa. El encuentro con la tribu del junco, como los llamo cariñosamente, y la distinción de Visitante Ilustre fueron una oleada de emociones difíciles de contener. Les agradezco de corazón porque en ninguna de las ciudades que visité tuve un recibimiento tan cálido.

—Durante tu discurso mencionaste que, a través de los libros, sentías que conocías a Uruguay desde mucho antes de visitarlo por primera vez. ¿Te llevaste alguna sorpresa durante este regreso?

—Hay una determinada luz y una musicalidad del lenguaje que está en los libros y que, leída desde España, tiene cierto exotismo. Y cuando vienes acá la encuentras encarnada en la ciudad. En la Santa María de Onetti, por ejemplo, la presencia del río siempre está presente en torno a la ciudad. Es una sensación extraña, como decía Calvino, que sucede cuando lees los clásicos: de alguna manera nunca te resultan totalmente desconocidos porque ya te has aproximado a ellos a través de obras literarias, pero al mismo tiempo no son lo que habías imaginado. Es algo similar a las ciudades cuando las exploras literariamente: no son un territorio desconocido, pero luego tienen rincones que no habías imaginado porque la fantasía se elabora a través de tu subjetividad y luego tienes que reconciliarlas con la ciudad real. Pero, vamos, esa imagen cultural se percibe y es algo hermoso. Es maravilloso comprobar cuántas librerías hay y cómo se valora la literatura y la poesía aquí.

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Irene Vallejo.
Foto: Leonardo Mainé.

—Lo más llamativo del éxito de El infinito en un junco es que aborda la historia de los libros en un momento en el que supuestamente no se lee. ¿Qué reflexión te despierta este tipo de recepción?

—Sorpresa y perplejidad, que no es solo mía, sino de todas las personas que me han acompañado en este proceso. Nunca imaginamos que esto podría suceder, pero supongo que este tipo de fenómenos sorprendentes nace porque, quizás, había un público huérfano y esa orfandad no era percibida. Es por eso que todos los diagnósticos eran adversos: este tema no interesa o con un tema como este no puedes pretender… (hace una pausa) Pero yo no pretendía nada. Lo escribí porque era mi tema de estudio y como en su momento no llegué a publicar mi tesis, tenía la sensación de que todo ese trabajo y ese cúmulo de historias se podían elaborar de otra forma para que el resultado de casi una década de investigación estuviera accesible al público de una manera más amable y acogedora. Yo no tenía ninguna expectativa de éxito porque, al menos en España, el ensayo es un género muy minoritario. La gran sorpresa ha sido descubrir que realmente había una comunidad lectora que no se sentía reconocida o, quizás, que éramos como un archipiélago de lectores sintiéndonos aislados entre nosotros y no siendo conscientes de que todas esas islas juntas podían formar un gran territorio. Entonces, para mí ha sido una sorpresa porque escribí El infinito en un junco pensando que era una excentricidad...

—Incluso llegaste a pensar que iba a ser tu último libro.

-Sí, al menos por mucho tiempo. Fui madre y me parecía imposible tener a un niño y escribir al mismo tiempo. Para mí, los años anteriores como escritora han sido de mucho esfuerzo y de viajar a bibliotecas rurales, colegios y pueblitos para investigar. Entonces me di cuenta de que siendo madre no iba a poder seguir con ese esfuerzo; en ese momento pensé que la escritura es una profesión tan maravillosa pero tan difícil de convertirla en una profesión. Pensé que no lo iba a lograr porque me hacía falta tener otro origen social y una serie de contactos que no tenía. Posiblemente era un sueño acompañado de cierta ingenuidad, pero entonces cuando intuía que llegaba a un callejón sin salida, de repente se abrió el camino de esta forma. Creo que lo más interesante de todo esto es el fenómeno sociológico y cómo durante décadas se ha estado insistiendo en una visión muy apocalíptica de los libros. Pero, al final, la literatura es más poderosa de lo que se había pensado. Y si bien la tribu del junco nunca ha sido mayoritaria, es posible que hoy sea más grande que nunca.

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"El infinito en un junco".
Foto: Difusión.

—Al leer El silbido del arquero, de 2015, pude encontrar un puente entre lo que luego sería el origen de El infinito en un junco. En un momento, el personaje de Ana comenta: "Mi madre solía decir que, algún día, muchos aprenderán a dibujar sus pensamientos, y la magia de guardar las palabras se extenderá, y será un gran conjuro contra el olvido". ¿Cómo surgió esa frase?

—Ese episodio es el corredor que lleva de un libro a otro porque El infinito en un junco se trata de contar y de explayar esa histora que está contendia muy sintéticamente en ese fragmento. Evidentemente, los personajes cartagineses de la Eneida vienen de Fenicia y fueron los fenicios los que desarrollaron el alfabeto que luego aprendieron los griegos e introdujeron en el mundo occidental. En definitiva, es el sistema de escritura que utilizan la mayoría de las lenguas en el mundo actual. Pensé que era hermoso incluir ese guiño que no aparece en La Eneida, pero que evidentemente enlazaba con ese momento crucial en el que aparece la escritura y transforma el mundo. Entonces, en El Silbido del Arquero hay una serie de juegos con la escritura en los que los personajes se comunican escribiendo de una manera totalmente temprana. Es como el alba de la escritura.

—En ese "alba de la escritura", ¿cuál es ha sido el valor de su invención al momento de desarrollar el pensamiento crítico?

—Uno de los valores de la escritura es que realmente puede perpetuar distintas versiones de los mismos acontecimientos. En ese sentido, digamos que socava las versiones únicas de la oralidad. En las versiones orales, cuando se transmite o se construye colectivamente una historia, solo puede sobrevivir una versión, la cual además es respaldada por las autoridades. Es la versión más tradicional y ortodoxa, ya que todo debe sobrevivir en la memoria y esta no puede conservar varias versiones de los acontecimientos. Las tradiciones de cada pueblo son bastante unívocas: una construcción de identidad basada en historias, victorias y el pasado, y esa es la única versión. Con la invención de la escritura aparecen testimonios muy individuales y una mirada que duda, que cuestiona. Eso tiene una importancia crucial porque te permite enfrentarte a los textos fundacionales y a tu propia cultura de una manera diferente.

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Irene Vallejo.
Foto: Leonardo Mainé.

Por lo tanto, es un paso esencial en la evolución de las subjetividades.

—Leer es como entrar en un río que te lleva y es más difícil detenerse a pensar, preguntar, comprobar y confrontar con algo que se dijo previamente. Pero en un libro, la lectura puede permitirnos distanciarnos un poco más de la narración, cuestionar, pensar y detectar sus fallas. Es así como comienza la filosofía. Incluso en la filosofía griega, incluso en la antigua épica, se da paso a la lírica más personal, más íntima. Surge la idea de que puede existir una modulación personal, alguien contando su propia historia. Los poemas épicos que provienen del mundo oral son muy impersonales: es la historia colectiva, no es Homero contando su experiencia como poeta. Con la escritura nace la lírica, que es esa voz personal, y la filosofía, que es el sentido crítico y el cuestionamiento; son dos realidades que posiblemente ya existían, pero que era mucho más difícil conservar en el mundo de la oralidad. Entonces, la transformación no afecta solo la capacidad de conservar pensamientos, ideas y relatos, sino que cambia la forma de expresarse. De la oralidad solo provienen textos poéticos porque la poesía, con su ritmo, favorece la memorización, y en realidad, la literatura es primero poesía, y la conquista de la prosa llega a través de la escritura. Todos los géneros de la prosa, como la historia y la filosofía, nacen después de la escritura y generan una transformación en enorme.

—¿Sentís que el éxito de El infinito en un junco está en el redescubrimiento de la literatura como un espacio para vernos reflejados? En un fragmento mencionas que los libros te acompañaron cuando fuiste víctima del bullying.

—La literatura siempre ha funcionado como el refugio de quienes sienten que no encajan. Hay muchas otras personas que pueden disfrutar de la lectura, pero para quienes se sienten incomprendidos, realmente la literatura es un hogar. Es el lugar donde escuchas voces que sientes extremadamente afines y que va en contra de un pensamiento que en la infancia y en la adolescencia tiene consecuencias devastadoras porque a esas edades ser sensible parece ser un inconveniente. Cuando los demás perciben que tienes esa sensibilidad tienen la tentación de atacarte porque piensan que eres más débil. Por eso me gusta ir a los institutos y hablar con los jóvenes porque siento que en cada clase habrá dos o tres personas con inquietudes de escribir y eso tal vez los hace sentir raros, como me ha pasado en mi colegio; a esas personas hay que proteger especialmente para que se sientan parte de una comunidad solidaria y para decirles que aunque su sensibilidad les pueda parecer un don envenenado, a la larga va a ser muy valiosa y les puede ayudar a hacer grandes aportes a la humanidad.

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"El silbido del arquero".
Foto: Difusión.

—En ese sentido, ¿cuál ha sido el rol de la escritura a lo largo de tu vida?

—La literatura es una herramienta muy poderosa y me ha regalado la capacidad de seguir siendo yo misma. Cuando no encajas socialmente, la tentación es intentar adaptarte a lo que los demás parecen demandar de ti. Yo tenía una curiosidad y una inquietud creativa, y el haber estado en contacto con los libros me ayudó a no tener que asfixiarla. Me hizo descubrir que podía seguir siendo yo misma y que lo que tenía que encontrar era el camino para canalizar todas mis emociones y poder expresarlas. La literatura nos ayuda a analizarnos, a ser capaces de buscar ayuda cuando la necesitamos y a entender lo que está sucediendo en nuestro caótico mundo interior.

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