Mientras charla con El País ve el agua desde la ventana de su casa en California, Estados Unidos. “Tengo una vida muy buena. Ahora, por ejemplo, desde acá veo una gansa con sus gansitos paseando”, dice Isabel Allende sobre la vista que la acompaña y la inspira en sus largas jornadas de escritura.
A los 81 años la escritora chilena conserva, además de su talento para crear historias, un buen humor que contagia y hace con que a los pocos minutos de empezar la charla, esta periodista se relaje y sienta que puede estar por un buen rato conociendo más de su vida.
Después de más de 30 libros, de abordar temáticas relativas a la mujer, a la memoria, a la migración y al imaginario latinoamericano, de ser traducida a más de 30 idiomas y vender millones de copias, la autora de La casa de los espíritus y Violetta, ahora está enfocada en el público infantil. Perla, la super perrita, su nuevo libro, y el primer de los tres títulos infantiles que lanzará con Penguin Random House, está inspirado en una de sus mascotas.
En una amena entrevista vía Zoom, la autora charló con El País sobre su nuevo libro, su relación con los animales, su infancia y el primer libro que atesoró.
—Me gustaría que me llevaras al momento en que decidiste escribir historias para el público infantil.
—Fue una cosa que empezó con Johanna Castillo mi agente. Ella me decía “has escrito para adolescentes, novelas históricas, has trabajado sobre memoria y te falta esto". Pero yo no tenía ninguna motivación porque imagínate, mi nieto más chico tiene 30 años (se ríe). No tengo chicos de esa edad alrededor, pero resulta que hace unos dos o tres años una vecina mía tuvo una nieta. Se llama Camila y viene los martes y los jueves a mi casa, nos sentamos a leer y a tomar helado. Y ver el entusiasmo de ella por los libros, me despertó algo. Antes le bastaban las imágenes, ahora ya tiene tres años y medio y ya quiere el cuento, el texto. Ahí había un incentivo para contarle algo y empezó la idea.
—Es un libro sobre su perrita Perla. ¿Cómo es su relación con los animales?
—Soy muy perruna, he tenido perros toda mi vida. Ahora tengo dos y uno es Perla. De lejos parece un ratoncito, pero es encantadora, verdaderamente te deshace el corazón y además es inteligente y muy valiente: era el personaje perfecto. Cuando nací, mi mamá compró una perra bulldog francesa y me la puso en la cuna, porque la idea en aquella época es que si te criabas en contacto directo con un animal ibas a ser inmune a problemas estomacales y de piel. Y la verdad que funcionó porque mis tres hermanos y yo podemos tomar agua del Ganges y no nos pasa nada (risas). La primera vez que tuve una perra fue en Bolivia y la adoraba. Fue cuando mi mamá se volvió a casar y entraron un padrastro y una hermanastra en mi vida. Fue una situación muy difícil y encontré compañía y consuelo en aquella perrita, era mi confidente. Y en la vida siempre he tenido perras, son mis compañeras. Me entretengo mucho más con ellas que con la gente. Si uno se cría con animales, nunca los vas a maltratar porque sabés que sienten como uno, que hay un lenguaje del afecto, se le abre el corazón de uno a la empatía.
—El libro cuenta una historia que de una manera muy amigable y sencilla toca un asunto un poco espinoso como el bullying. ¿Por qué quiso abordar el tema?
—Hubo un incidente en el parque donde llevamos a Perla a pasear. Había un perro grande que se soltó y la atacó. No alcanzamos a llegar, pero ella se dio vuelta y lo enfrentó. Yo nunca la había visto así, mostraba todos los dientes con los pelos parados y gruñendo como perro grande. Y entonces el otro perro dio media vuelta y echó a correr y ella lo perseguía, y eso me dio la idea. El otro la habría podido destrozar de un solo mordisco, pero ella, ese animalito chico de cuatro kilos, se defendió y eso me hizo pensar en cuánto nos abusan a nosotros en la vida porque no nos defendemos. Además, el bullying siempre ha existido, pero hoy se habla. El principal problema es que los niños tienen vergüenza y sufren, entonces mi propósito es platear el tema. Que los padres y los maestros, o quienes le leen el libro al niño planteen el problema, para que él pueda hablar.
—Es el primer de tres libros infantiles que ya se comprometió en escribir. ¿Pretende seguir creando para el público infantil?
—Sí. El próximo se va a publicar el año que viene, después el otro en 2026. Y en todos hay diversidad. Por ejemplo, en el segundo hay una niña adoptada que es hija de dos padres, o sea, papá y papá. Y no hay necesidad de decirlo, se ve en el dibujo. Que haya un mundo tan complejo llevado al dibujo es trabajo la ilustradora Sandy Rodriguez, que es fantástica. No sé si seguiré con libros infantiles, vamos a ver como me va con estos, como los reciben los niños.
—¿Se acuerda del primer libro que atesoró?
—Sí. Me lo regaló mi tío y era de hadas escandinavas. La historia sucedía en un norte helado y blanco de nieve. Ya muy pronto, chiquita, empecé a leer libros para niños mayores, autores como Jack London, Salgari, Oscar Wilde, y tenía 11 años cuando mi padrastro me regaló las obras completas de Shakespeare. Las leía, pero como no entendía bien qué pasaba con los personajes, los dibujada en un cartón, los recortaba y los paraba con un fósforo detrás y los movía en la mesa para darme cuenta que lo que estaba pasando, quién entraba, quién salía, quien moría.
—Siempre empieza a escribir los 8 de enero. ¿Qué otros rituales tiene?
—Antes tenía rituales complicados y me di cuenta que no sirven para nada, que lo único que sirve es la disciplina presentarse delante del teclado y hacerlo. Hoy mi único ritual es ese, que empiezo todos mis libros el 8 de enero, entonces si bien puedo terminar de recolectar material antes, espero, no escribo la primera línea antes del 8 de enero. En parte por superstición, pero también por una disciplina, tengo que defender con fiereza el tiempo para escribir. Tener un momento para empezar significa que mi agente, mis editores, mi familia, mis amigos, todo el mundo sabe que a partir de ese día yo tengo un horario de trabajo sagrado y nada interviene. Eso me ayuda mucho.
—¿Cómo fue Isabel Allende de niña?
—Muy solitaria y asustada. Vivía encerrada con los libros, para no tener que enfrentar el mundo. Era pésima con los deportes, no se me dio por ningún instrumento y lo único que hacía era leer e inventar historias en mi cabeza. Esa idea de que la infancia es una época feliz es un mito: la mayoría de los niños tienen una infancia terrible. Pasé aterrada toda mi infancia, porque mi padre nos abandonó y mi mamá vivía enferma y tenía terror que se fuera a morir. Además tenía una niñera que era absolutamente malvada y me llenó la cabeza de terror. Recuerdo que una vez yo tenía anemia y me mandaron con unos parientes y yo creí que mi mamá me había regalado, me daba terror, todavía me acuerdo de eso ¿ves? y son cosas que uno no habla cuando es chico. Uno se queda con el terror nomás. Esa niñera espantosa me dijo que no había que mirarse al espejo porque se aparece el diablo. Bueno, resultó que cuando mi mamá se volvió a casar, fuimos a vivir en una casa y yo dormía en una pieza llena de armarios y cada uno tenía un espejo en la puerta. Imagínate dormir rodeada de espejos creyendo que se va a parecer el diablo. Por supuesto que me hizo sufrir mucho, pero creo que también me alimentó la imaginación. Siempre he dicho que para poder escribir se necesita una infancia infeliz, la gente que ha tenido una infancia feliz está frita, de qué va a escribir? (se ríe).
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