Isabel Allende está idéntica a la última vezque hablamos vía Zoom desde ese mismo rincón de lo que uno imagina podría ser su casa en California. Tampoco es que haya pasado tanto: fue en febrero de 2022 por la salida de su novela Violeta y ahora es por El viento conoce mi nombre, lo que habla de su ética de trabajo y de la pasión por escribir.
Es una historia en dos tiempos, sobre refugiados, migrantes y otros temas que aparecen tristemente vigentes.
Un tiempo transcurre en la Viena de 1928 y tiene en el centro a Samuel Adler, un niño judío de seis años cuyo padre desaparece en la Noche de los Cristales Rotos. Su madre, desesperada, le consigue una plaza en un tren que le llevará solo desde la Austria nazi hasta Inglaterra. “Samuel emprende una nueva etapa con su fiel violín y con el peso de la soledad y la incertidumbre, que lo acompañarán siempre en su dilatada vida”, dice la sinopsis oficial.
El otro es en la Arizona de 2019 y tiene a otra niña, Anita Díaz, que tiene siete años y que va con su madre en otra travesía en tren para escapar de un inminente peligro en El Salvador y llegar a Estados Unidos.
“Su llegada coincide con una implacable política del gobierno de Trump que separa a Anita de su madre en la frontera”, se adelanta en el resumen de contratapa. “Sola y asustada, lejos de todo lo que le es familiar, Anita se refugia en Azabahar, el mundo mágico que solo existe en su imaginación. Mientras tanto, Selena Durán, una joven trabajadora social, y Frank Angileri, un exitoso abogado, luchan por reunir a la niña con su madre y por ofrecerle un futuro mejor”.
Conviene no espoilear pero en algún momento ambas historias se van a combinar, revelando la repetición de conductas políticas e históricas. El viento conoce mi nombre es una novela pertinente.
Sobre esa pertinencia, es que Allende habló con El País.
-Parece que fue ayer que hablamos de Violeta y ya tiene otra novela. ¿Cómo hizo?
-¡Los libros se van montando! Es que en esos casi tres años de la pandemia no había nada más que hacer que estar encerrada en la casa y en la oficina escribiendo.
-¿Cuánto le dedicó a la investigación para El viento conoce mi nombre?
-Fue muy fácil porque es una historia contemporánea o sea que no se trata de investigar el pasado. Y a través de mi Fundación me enteré de un caso como el de Anita y tenía todos los contactos. Por eso al final del libro están los reconocimientos a toda la gente que me ayudó, que fue mucha. Esta vez, la información estaba ahí.
-¿Eso le permitió dedicarle más tiempo a la escritura?
-No, porque no me pongo un plazo para nada. Tenga una fecha para empezar, pero no sé cuánto me voy a demorar. La investigación puede tardar poco o mucho depende del tema y cómo lo abordo. Y en la escritura me regodeo porque es la parte que más me gusta. Es como un puzzle: hay pedazos de la información y la historia que se me ocurre en la cabeza va cambiando a medida que voy haciendo el libro. Ese es mi proceso.
-¿Los personajes toman la rienda del asunto en algún momento?
-Les permito que lo hagan. Me dejo llevar. Una vez que uno crea un personaje, ellos tienen que ser coherentes en sus acciones. Puedo tener un plan en la cabeza, pero no me quedaría fiel al personaje si sigo ese plan, así que prefiero dejar que el personaje actúe y hable por sí mismo.
-El tema de la novela es muy próximo a usted porque también fue una refugiada (aunque en otras condiciones) y además está su trabajo con la Fundación Isabel Allende. ¿Qué necesidad sintió para escribir sobre eso ahora?
-La historia se me ocurrió cuando llegó la política gubernamental de Trump de separar a las familias en la frontera y alejaron a miles de niños de sus padres. Nadie pensó en la reunificación y aún hay mil niños que están en el limbo porque no han podido encontrar a su familia. Muchos de esos padres fueron deportados, pero no a sus países de origen, sino que los pasaron para México y por eso no ha sido posible el reencuentro. Ese es uno de los trabajos de mi Fundación. Y así supe de una niñita ciega que la separaron de la mamá. Venía con un hermanito y lo que pasó con esa familia fue trágico.
-Y está esa conexión con la Austria de comienzos de la Segunda Guerra Mundial...
-La idea de conectarlo con lo que había pasado muchos años antes es como un arco lógico porque la historia siempre se repite. No sólo separaron a las familias judías que tuvieron que mandar a sus niños solos al exilio para poder salvarles la vida, como están haciendo familias en Centroamérica hoy, sino que a lo largo de la historia ha habido muchos casos en distintas partes del mundo en que se repite esto de quitarle los niños a los padres como forma de castigo.
-¿Y cómo llegó al personaje de Samuel Adler?
-Es el personaje principal del libro: aparece desde la primera hasta la última página. Es la columna vertebral en torno a la cual voy construyendo todo lo demás. Vi hace muchos años una obra de teatro que se llamaba Kindertransport (de Diane Samuels) y era la historia de una niñita judía, que es parte de ese grupo de niños que van a Inglaterra escapando de los nazis en 1938. Me produjo un tremendo impacto porque soy mamá y me surgió pensar si mandaría a un hijo mío solo a esa edad a un destino desconocido. No sé, pero si se trata de salvarle la vida, creo que cualquier mamá lo hace. Es una elección espantosa. Esa historia me quedó siempre sonando y antes de empezar a escribir el libro vi en un programa sobre sobrevivientes del kindertransport que ya eran muy ancianos y que contaban su experiencia. Esa gente ha tenido vidas normales (o lo que nosotros llamamos normales), pero todos dijeron tener un hoyo en el corazón y es que de chiquitos perdieron a toda su familia y se criaron esperando, aguardando noticias y una reunificación que nunca llegó.
-¿Por qué parece que siempre ganan los malos?
-No siempre ganan los malos y este libro se enfoca en los buenos. Las noticias son siempre malas: no es noticia que una persona que dedicó toda su vida a ayudar gente en la frontera, sino que un hombre decapitó a una mujer que iba a buscar agua. A mí como escritora me interesan mucho esas voces silenciosas. Cuando escribo una novela histórica, no me interesa buscar la información en los libros de historia porque esa la escriben los vencedores y, en general, hombres blancos. Todas las otras voces de la historia son ignoradas: las mujeres, los niños, los derrotados y los pobres no existen. Esas son las voces que trato de encontrar. Y en El viento conoce tu nombre están las voces de la gente que ayuda, las de los niños. Sabemos de los padres, pero hay que saber qué pasa con los niños.
-Hace tiempo que no viene por Uruguay. ¿Hay posibilidades de que nos visite?
-No quiero viajar. Cuando empezó la pandemia y tuve que encerrarme, muchas cosas cambiaron para mí. Tengo 80 años y aprendí a decir que no. Me preguntan si me voy a jubilar, pero ya me jubilé de todo lo que es un esfuerzo desproporcionado para concentrarme en lo que me gusta y en lo que sé hacer que es escribir y mi Fundación. Por eso digo que no a todos los viajes de trabajo, a las conferencias, a los seminarios, a los festivales, a las firmas del libro. A todo eso para lo que ya no tengo energía. Ni tiempo.