Isabel Allende con El País: "Cuando escribo me interesan las voces silenciadas"

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Isabel Allende

Entrevista

La escritora chilena habla de "Violeta", su nueva novela, de su esperanza de lo que le provoca la llegada de Gabriel Boric a la presidencia de Chile y quién le dio el mejor consejo de su vida

Isabel Allende
Isabel Allende. Foto: Lori Barra

En alguna entrevistaIsabel Allendeexplicó porque, a los 80, se la ve tan espléndida en todos los Zoom que ha dado para promocionar Violeta, su nueva novela. Dice que es por una iluminación especial que le saca las arrugas. Por lo que sea, se la ve espléndida frente a una biblioteca repleta de ese nuevo libro que cuenta, como una larga carta, la vida de una mujer que nació en 1920, tras la epidemia de gripe española y murió en 2020 en el comienzo de otra pandemia.

Allende, la escritora chilena que no deja de ser un best-seller desde hace 40 años, es además muy amable y bien dispuesta a la charla. Con El País habló, claro, de Violeta, del momento político que vive Chile con la llegada al gobierno del izquierdista Gabriel Boric y contó cuál fue el mejor consejo que le dieron en su vida (spoiler: se lo dio su hija Paula).

Este es un extracto de esa charla que, vía Zoom, Allende tuvo con El País.

—Cada vez que se la presenta, se repasan un montón de reconocimientos, cifras de ventas de libros y otros asuntos que rodean su obra. ¿Se siente abrumada ante tanto elogio?

—Tengo una vida bastante simple: me levanto muy temprano, trabajo todo el día con mis libros (en realidad no es trabajo porque me encanta) y desde hace un tiempo trato de evitar honores, compromisos y vida pública. Ahora que puedo hacer todo en la pantalla es un alivio tremendo para mí: nunca había sido tan productiva. Así que ya aprendí la lección de que no debo dejar que nada externo influya en mi vida privada. Estoy recién casada y tengo 80 años así que quiero aprovechar el tiempo que me queda con mi marido, con mi hijo, con mis perros. Estar en paz.

—Violeta empieza con una cita de la poeta Mary Oliver: “Dime qué es lo que piensas hacer con tu única vida salvaje y preciosa”. ¿Ese ha sido un lema de su vida?

—Mirando para atrás, sí ha sido así, pero cuando empecé no tenía planes. Nunca imaginé que iba a tener una vida con tantos altibajos, con tantos dolores y fracasos y tanto éxito y tanto amor. He tenido de agrio y de dulce pero eso no lo planeé, se fue dando. En el libro, sí, es la frase que define a Violeta porque su vida es salvaje y preciosa.

—¿Qué pensaba que podía ser de usted?

—Lo único que quería era ganarme la vida y no depender económicamente ni de mis padres, un futuro marido, ni nadie: pagar mis propias cuentas. Y lo logré muy joven. Primero como secretaria, un trabajo súper aburrido, pero me casé, tuve hijos y empecé a trabajar como periodista y eso me encantaba. Pensé que esa iba a hacer mi carrera hasta que vino el golpe militar. Una persona que emigra pierde sus esfuerzos anteriores y nadie reconoce su talento o sus habilidades, así que no pude trabajar como periodista e hice toda clase de trabajos pequeños para mantener a la familia hasta que conseguí uno estable administrando una escuela. Ahí se terminó la carrera de periodista y, casi a los 40 años escribí La casa de los espíritus y eso me cambió la vida. Pero nada de eso lo había planeado.

—¿Qué le enseñó su etapa como periodista?

—Muchas cosas que aplico en la literatura. Aprendí a usar el lenguaje de una manera eficiente porque hay que tratar de agarrar al lector por el cuello y no soltarlo. Y eso se hace con un manejo adecuado del lenguaje. Aprendí a formular una historia que tenga principio, medio y fin y que nunca pierda el suspenso y el interés. Aprendí a investigar, a conducir una entrevista, a cortar y editar porque uno se enamora de lo que escribe ya que le costó tanto escribirlo y a veces es mucho mejor que algunas cosas no estén allí. Todo eso me sirvió mucho en la literatura.

—Su obra ha mostrado la experiencia de la mujer pero ¿existe una sintaxis femenina, un forma de contar propia?

—Creo que no porque la literatura es la literatura. Cuando tú dices literatura es algo escrito por hombres blancos y apenas le pones un adjetivo (juvenil, policial, femenina, afroamericana, chicana) inmediatamente la disminuyes. No me gustan esas clasificaciones excluyentes. La materia prima es la misma y las ideas dependen de quién eres tú y cómo lo vas a hacer. He sido una defensora de los derechos de la mujer desde que me acuerdo. Era una niña y ya estaba muy consciente de la desventaja de ser mujer. Fui trabajando en eso como periodista. Y siempre teniendo eso en mente no porque me lo propusiera sino porque era como que se iba dando.

—¿Cuando escribe, quién le interesa?

—Las personas que no están protegidas por el gran paraguas del sistema. La gente marginal, los pobres, las voces silenciadas, sobre todo las mujeres. Entre ellas escojo las fuertes, las que han sobrevivido grandes traumas, las que se ponen de pie a pesar de todo. Esas son las que más me interesan como seres humanos también. Me costaría mucho escribir una novela sobre una señora hablando con s u psicólogo en un suburbio de Nueva York. A mí me interesa más lo épico, la saga, cuando el mundo exterior entra en las vidas privadas. Todos los acontecimientos políticos y sociales son importantes para las historias que escribo.

—En ese sentido, es inevitable preguntarle por los cambios que ha habido en Chile...

—Estoy muy esperanzada. Ha sido una cosa muy linda la que ha ocurrido. Ahora la derecha está tratando por todos los medios de sabotear el proceso y posiblemente vaya a lograrlo en una buena medida porque el nuevo gobierno no tiene mayoría en el Congreso. El presidente Boric es un hombre joven acompañado por toda una generación de jóvenes hartos de cómo es la situación en Chile, un país que visto desde afuera ha tenido un gran progreso económico en los últimos años pero la distribución ha sido pésima. Hay una clase muy pequeña que son dueños del país, una enorme clase media que vive a crédito y una pobreza disimulada de la cual no se habla. Es tiempo de cambiar las cosas y Chile se hace la pregunta de qué país queremos.

—Violeta empieza en 1920 con la gripe española y cuenta el mundo que surge a partir de ahí hasta estos tiempos. ¿Qué mundo y qué literatura van a surgir de esta pandemia?

—No soy clarividente pero si miramos lo que pasó después de la Primera Guerra Mundial y la pandemia que sumieron al mundo en muchos años de muerte y de horror, vinieron los años locos en los que la gente salió a la calle en una especie de carnaval a celebrar. Después de eso vino la depresión económica del 29. Espero que no suceda lo mismo pero va a llegar un momento en que con el virus más controlado, la gente va a salir a la calle a celebrar. Hay muchas cosas que van a cambiar. La forma en que trabajamos, por ejemplo. En Estados Unidos sucedió algo bien increíble: mucha gente dejó su trabajo, no porque la hayan echado sino que simplemente dijeron “¿por qué estoy haciendo esto? No me compensa. Quiero otra clase de vida”. Las condiciones para trabajar van a cambiar, van a ser muy mixtas ya que la gente va a trabajar mucho más en su casa. Eso va a significar la obligación del marido o del compañero de participar en el trabajo doméstico, en igual forma que la mujer.

—¿Cuál fue el mejor consejo que le dieron en su vida?

—Me lo dio mi hija. Yo estaba con muchos problemas en aquella época porque estaba casada con un hombre cuyos tres hijos eran adictos. La drogadicción es fatal para la víctima y también para quienes la rodean, así que desde el punto de vista familiar vivíamos de una tragedia en otra. A mi hija que vivía en España le contaba lo que estaba pasando y Paula me decía: “mamá, qué es lo más generoso que puedes hacer en este caso”. Y ese mantra me ha servido como no te puedes imaginar y es el leit motiv de mi fundación. Lo más generoso no siempre es decir que sí, a veces es decir que no. Pero teniendo en cuenta al otro a uno le va muy bien. Cuando yo era chica los consejos que yo recibía de mi abuelo eran: “no pida nada porque no se lo van a dar”, “no se queje porque a nadie le importa lo que usted siente”, “arrégleselas sola porque nadie la va a ayudar”. Era la ley del rigor y eso me sirvió mucho en la vida para sobrevivir, pero llegó un momento en que no se puede vivir así. Y el consejo de mi padrastro era: “acuérdese que los otros tienen más miedo que usted”. Y cada vez que me encuentro ante una situación en la que tengo esa cosa del miedo de que no quiero enfrentarla pienso “los otros tienen más miedo que yo”. Y me tiro de cabeza.

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