EDICIÓN
Tusquets editó "Amores prohibidos", un libro que Graciela Mántaras escribió en 1995 y que cuenta una saga familiar contada desde el erotismo, una rareza en la literatura uruguaya
"Un hijo veinteañero que recibe el manuscrito de una novela de su madre con alto contenido erótico, es un buen tema para un paper de psicología o un pasaje de un show de stand up”, le dijo a El País Gonzalo Eyherabide.
Se refiere a Amores prohibidos (Tusquets, 890 pesos) la novela que su madre, Graciela Mántaras Loedel, escribió en 1995, que hace unas semanas editó Tusquets y que se convirtió en una de las sensaciones literarias nacionales del año. Mántaras Loedel, una de las grandes intelectuales de su generación con una importante carrera en la investigación literaria, falleció en 2008 y es su único libro de ficción.
“Supe de la existencia de la novela cuando la escribió y trabajó su edición en 1995”, le contó, a El País, Eyherabide, impulsor de la edición y a quien está dedicado el libro. “Fui de los primeros lectores. Me pareció una obra impresionante, maravillosa. Es una especie de extracto de toda su vida dedicada a la literatura, unido a historias familiares, algunas de las cuales conocía por vía oral, otras no. O no recordaba. En aquél momento me costó leerla”.
Mántaras Loedel nació en Melo en 1943 y falleció en Lomas de Solymar a los 65 años, o sea demasiado pronto. Su carrera académica incluye títulos en el Instituto de Profesores Artigas, la Universidad Complutense de Madrid y fue docente e Inspectora en Secundaria y el IPA.
Fue crítica literaria en la Marcha de Angel Rama y Carlos Quijano, y también en Opinar, La Democracia, Brecha y Cuadernos Hispanoamericanos, según la biografía de solapa. Allí se dice que publicó 12 libros de teoría y crítica literaria, incluyendo Ejercicios de memoria, premiado por el Ministerio de Educación y Cultura en 2008.
“Era un ejemplo humanista y de absoluto compromiso académico y político, de aquél ‘ciudadano ateniense’ y feminista de la primera hora”, contó Eyherabide, que es el único hijo de Mántaras y el escritor Gley Eyherabide. “Amaba el pensar, aprender y enseñar. Ciencia y arte, literatura, filosofía, historia, política, se cruzaban e interactuaban en su cosmovisión y su discurso, tal como ocurre en los hechos en la sociedad. Tenía una gran avidez. Era bibliófila. Yo no conocí lo que era una pared hasta que salí de casa. Todo era una biblioteca que llegó a contar 25.000 ejemplares. Y su ética, era a prueba de todo”.
Amores prohibidos -con su provocativa portada con una ilustración de Lucía Franco- es una historia familiar que, de alguna manera, empieza en Bantiff, Escocia a mediados del siglo XVIII y termina en la Montevideo de la mitad del siglo pasado. “Los esposos McLaren, pareja estelar de esta novela, replican en su alcoba escenas eróticas de la pintura universal”, resume la prologuista Ana Inés Larre Borges.
Amores prohibidos se suma así a la escasa lista de libros eróticos firmados por mujeres. Allí hay que ubicar La mujer desnuda de Armonía Somers o Desastres íntimos de Cristina Peri Rossi. Veintisiete años después de haber sido escrita, además, la novela de Mántaras Loedel, sigue siendo intensa, necesaria y cada vez más pertinente. Su erudición se hace notar tanto como la fluidez de su prosa.
Sobre el rescate de ese tesoro familiar, el rol de su madre en la cultura nacional y el recelo de ella a publicarlo en vida, Eyherabide -historietista, escritor, hombre de radio y publicista, acaba de terminar una historieta de pronta aparición “sobre la vida de un esclavizado patriota en la Banda Oriental”- charló con El País.
—¿Por qué pasaron 13 años desde la muerte de su madre para que finalmente se publicara Amores prohibidos?
-Demoré mucho. No hay una razón clara acerca de por qué no la publicó en vida durante esos 13 años. Al inicio, cuando la escribió era Inspectora de Literatura en Secundaria. Es posible que por el peso de este cargo institucional no lo hiciera inicialmente: hubo algunos consejos, con amor, de colegas, sobre la presión real de la mediocre pacatería pueblerina uruguaya.
—Pero después se jubiló y esa excusa perdía razón. ¿Por qué no hacerlo?
—La única explicación a medias plausible que me he dado es la del espíritu “romántico” o romanticista del que hablaba Herman Hesse cuando dividía a los escritores alemanes entre éstos y los clásicos o “neoclásicos”. Dice Hesse que el riesgo del clásico es momificarse, vaciarse de emociones y vida, digamos, repitiendo las fórmulas fijas universales para crear la belleza. Y el del romántico es no terminar nunca la obra, porque la “idea” ya es la obra. En este caso, no culminarla con su publicación.
—¿Y qué lo decidió a usted?
-Dos hechos. Uno racional y otro que pertenece a otra órbita. El racional es que Graciela envió el manuscrito al concurso internacional Planeta en 2007, un año antes de su muerte. Si hubiera ganado, la novela habría sido publicada. Quizá (especulo) prefería su publicación con un aval internacional acerca de la calidad de la obra. La segunda es que encontré en su cama, la mañana de su muerte, ordenadas, una serie de tarjetas personales de diferentes editoriales. ¿Por qué estaría eso ahí? ¿Por qué aquella noche en que se sintió especialmente mal, muy cansada, transitando una neumonía, dedicó un rato a ese último ejercicio literario: buscar en su escritorio esas tarjetas y ordenarlas en su cama? La única obra completa inédita que tenía, era esta novela.
—¿Cómo ha sido la repercusión desde que llegó a librerías?
-Impresionante. Mucha gente me ha escrito y comentado la novela. El club de lectura El Otro Libro organizó una charla. La prensa la ha acogido con interés y gratitud y empieza a funcionar el boca a boca. La editorial tiene en curso la segunda edición y ya se expresó cierto interés en el extranjero. Si alguna vez me pregunté si el estilo en que está escrita, que es poético, voraz y veloz y que no es uno, sino una mezcla de varios estilos literarios, podría desestimular a algún lector o lectora, a las pruebas me remito: no ha sido así. Es muy lindo ver esta gran recepción. Las notas tristes son que ella no está para recibir todo esto que el público vive y expresa, y no habrá otra obra más.
—Y me parece que le gustó a un público bien amplio y que no la conocía...
—Hace poco le dije a Claudia Garín de Planeta, quien junto a Valentina Lorenzelli se encargaron de la edición: “si le gustó tanto a Claudia Fernández y a Gerardo Caetano, va a andar bien de público”.