¡Cuántas cosas fue Mario Vargas Llosa! Fue, por ejemplo, uno de los escritores más importantes de su generación, y uno de los que le dio voz y letras a un continente.
También fue el enfant terrible que se convirtió en una de las voces liberales y antipopulistas más escuchadas del mundo, y candidato a la presidencia de Perú, el país del que fue personalidad ilustre y cronista de su derrotero. Fue quien perdió con Alberto Fujimori.
Fue, se sabe, el premio Nobel de Literatura (desde 2010), un reconocimiento a una trayectoria destacadísima, en la que conjugó algunas de las corrientes de su tiempo en una novelística única. Para la Academia Sueca, construyó una “cartografía de las estructuras del poder y aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”.
También fue el ganador de todos los otros premios posibles: el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos, el Planeta y el Premio Jerusalén, según recordó la agencia EFE.
Fue el autor de libros tan disímiles como Conversación en la Catedral, Tía Julia y el escribidor, La ciudad y los perros y La fiesta del Chivo, que, publicada en 2000, probablemente sea su última gran novela. Después de ella escribió siete más —tenía una capacidad de trabajo legendaria—, por lo que sus cientos de miles de lectores en todo el mundo pueden sumar una favorita más reciente.
Vargas Llosa fue también una figura pública, vinculada al jet set, que a la vez era convocado a debates de ideas, donde expresaba su desconfianza hacia la cultura moderna, su desprecio al populismo y defendía sus convicciones democráticas y liberales. Fue un gran intelectual, y lo demostró no solo en sus libros, sino también en miles de entrevistas, artículos, discursos y en 14 ensayos publicados. Entre ellos hay uno dedicado al uruguayo Juan Carlos Onetti (El viaje a la ficción) y otro bastante sentencioso y premonitorio, La cultura del espectáculo. Fue, una vez y no hace tanto, actor de teatro.
Todas esas facetas y algunos de esos datos convergieron ayer ante el anuncio de que Mario Vargas Llosa falleció a los 89 años en Lima, la ciudad a la que retrató tanto con cariño como con fiereza, y a la que había regresado en 2022, tras décadas de vida europea.
Su hijo, Álvaro Vargas Llosa, lo comunicó en redes sociales con un mensaje escueto: “Con profundo dolor, hacemos público que nuestro padre, Mario Vargas Llosa, ha fallecido hoy en Lima, rodeado de su familia y en paz”, escribió en X. “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores alrededor del mundo, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá”.
Por ese mismo medio informaron que el escritor había pedido que su sepelio no fuera una ceremonia pública, y que sus restos fueron incinerados. Su voluntad será cumplida.

La vida, y sobre todo la obra, de Mario Vargas Llosa
Nacido en Arequipa en 1936, escribió su primera obra de teatro en tres actos, La huida del Inca, en 1952; su obra más famosa sería La señorita de Tacna de 1981. Comenzó publicando en revistas literarias y fue periodista, un oficio que definiría buena parte de su personalidad literaria.
En 1959 se mudó a París, el destino histórico de los intelectuales latinoamericanos. Allí se vinculó con figuras como el argentino Julio Cortázar y el chileno Jorge Edwards, dos plumas inspiradoras. Desde esa ciudad, en 1963, publicó La ciudad y los perros, una novela madura sobre su experiencia en la academia militar Leoncio Prado. Lo castrense, como brutal y tonto, también está en el centro de Pantaleón y las visitadoras, publicada en 1973 y una de sus novelas más populares.
Antes, habían aparecido La casa verde (1966) y Los jefes (1967), ambas influenciadas por las corrientes modernas de su tiempo. En 1969 publicó Conversación en la Catedral, originalmente en dos volúmenes. Es uno de sus libros más ambiciosos y el preferido del propio autor. Y tiene uno de los mejores comienzos de la literatura hispanoamericana, con su protagonista, Santiago Zavala, lanzando una pregunta hiriente: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.
Esa era la elusiva cuestión de la novela, ambientada en la dictadura de Manuel A. Odría.
Por mérito propio, Vargas Llosa quedó dentro del llamado “boom latinoamericano”, un término marquetinero para definir a una generación de escritores que explotaban formas vanguardistas europeas con temas y escenarios regionales. Allí también estaba Gabriel García Márquez, con quien mantuvo una legendaria rivalidad, producto —en parte— de diferencias políticas respecto a la Revolución Cubana. Pudo haber otros motivos.
Algunos críticos consideran que lo mejor de Vargas Llosa llegó después del boom, especialmente con La guerra del fin del mundo (1981), sobre la guerra de los Canudos en el Brasil del siglo XIX. Es su primera novela histórica, género al que aportaría La fiesta del Chivo, sobre el magnicidio del dictador dominicano Trujillo.
Todos sus últimos libros —novelas o ensayos— fueron publicados por Alfaguara, con quien comenzó su vínculo en 1997 con Los cuadernos de don Rigoberto, otro de sus títulos más populares. Su novela anterior, Lituma en los Andes, había ganado el Premio Planeta en 1993.

Vargas Llosa, un escritor cercano a Uruguay
Su vínculo con Uruguay siempre fue estrecho.
Conservaba, según contó a El País en 2019, “un recuerdo maravilloso de su primera visita a Uruguay” en 1966. Quedó sorprendido, dijo entonces, por el grado de libertad, el nivel cultural y, aunque Onetti no lo recibió, generó amistades que durarían toda la vida: Carlos Maggi, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, José Pedro Díaz. Lo político lo distanció de uno de sus primeros amigos uruguayos, Mario Benedetti. Tuvo un vínculo muy cercano con el expresidente Julio María Sanguinetti.
Sus visitas a Uruguay siempre celebradas como un acontecimiento.
Las últimas ocurrieron en 2022, cuando, invitado por el Centro de Estudios para el Desarrollo y ante la presencia del presidente Luis Alberto Lacalle Pou, dijo ser “un entusiasta de Uruguay” y que era “maravilloso encontrarse con una democracia que funciona”. En esa ocasión recibió el título de doctor Honoris Causa por la Universidad de la República.

En la que sería su última visita, en abril de 2023 y en Punta del Este, volvió a poner a Uruguay como ejemplo. Ayer, enterado de la noticia, el expresidente Lacalle Pou escribió en X: “Disfruté de su generosidad en todo momento”.
“Ser el último del boom es un poco triste”, le dijo a El País en 2019. “Todos mis amigos se han muerto, así que me siento un poco desamparado”.
Vargas Llosa fue, sí, el último de los de su clase. Y su muerte parece cerrar todo un universo, un tiempo y una forma de entender la cultura y su poder, a la que también estamos despidiendo con su fallecimiento.