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Diego Recoba
Nuevo París, el barrio obrero del oeste montevideano, es el universo ficcional de El cielo visible, la última y expansiva novela de Diego Recoba y que acaba de ser incluida en el proyecto Mapa de lenguasde Alfaguara y Random House que le asegura una edición continental y es un reconocimiento importante. El cielo visible presenta a Nuevo París como un lugar fantástico de historias perdidas (¡ferias mundiales, rascacielos!) que, sumando inesperadas derivaciones, Recoba relata con un pulso y ambición que la vuelven una de las grandes novelas del año. Recoba publica desde 2019 y su obra incluye ficción, poesía y textos de un libro de fotos de Sonora Borinquen. Sobre esas cosas, charló con El País.
-Tiene a Nuevo París tatuado en un brazo.
-Catorce años tenía cuando me lo hice. En mi casa casi me matan.
-¿Cuál es la magia del barrio que rescata en sus libros?
-Creo que fue Artaud que cuando fue a México dijo “el surrealismo es esto”. O me pasó cuando fui a Colombia y vi que el realismo mágico estaba ahí. Esto es lo mismo: no necesito crear nada extremadamente inverosímil, porque todo lo que parece inverosímil ya sucedió en Nuevo París. Me fascina eso. Los habitantes del oeste nos creímos que eran lugares donde no pasaba nada. ¡Y pasaba de todo! Hay cosas en el libro que me contaron o que viví y que a muchos, estoy seguro, les parecerán inventadas.
-¿Cuándo decide integrar eso a un universo literario?
-A los 20 entré en Facultad de Humanidades y me puse en pareja con una compañera de familia de intelectuales. Yo nunca había visto un intelectual, ni tenía idea qué era y de pronto me encuentro en reuniones familiares con historiadores, críticos de arte, gente bilingüe, trillingüe, viajada. Me fasciné y tomé la peor decisión: querer ser eso para ser aceptado. Y eso me implicó renegar de mis orígenes. ¡Usaba manga larga para tapar el tatuaje! Yo venía del rock pesado y la cumbia y nada de eso era bien visto en esos ambientes. Y llegó un momento en que no supe quién era. Ahí empiezo a hacer una editorial (La propia cartonera) en Nuevo París y fue la forma de recuperar mi bagaje barrial. Y enorgullecerme de él. Así, cuando empecé a escribir fue natural integrar al barrio. Y ahí recupero la música tropical, las narrativas de las que me avergoncé, mis amigos. Y me di cuenta que a la hora de escribir era tan valioso haber leído 20 libros de adolescente como haber estado callejeando.
-En ese proceso, ¿El Dios visible es su libro más ambicioso?
-En mis libros anteriores, había dos vertientes que corrían por lugares distintos. Una extremadamente ficcional (Locas pasiones, por ejemplo) y otra más autobiográfica. Y me fui dando cuenta de que eran dos partes de lo mismo. Cuando una crea ficción, abreva en el pozo de uno y de su historia pero la memoria es una construcción. Si todo es parte de una cinta de Moebius por qué no integrarlo en el formato mismo de la novela. No le doy estatus de verdad o de mentira a nada o en todo caso todo es verdad y así lo trato. En su extensión, también, es una novela en la que traté de no decirme no a nada.
-Y ahí juega con la fantasía de lo que pudo ser, con lo que fue o lo que nunca sucedió en un Nuevo París que, verdaderamente, está lleno de magia.
-Y eso se puede en un lugar como Nuevo París donde no hay relatos, ni memoria histórica. En esa gran nada empiezo a tomar todo el material acumulado y me tomo la libertad de llenar los huecos -como hace cualquier persona cuando recuerda- con lo que quiero.
-Y en ese mundo, entra usted como personaje.
-Ese personaje que está en todas mis novelas, es el que se permite todas las dudas que van surgiendo en el proceso que da pie a la novela y que surgen a medida que escribo. Me interesa que aparezca ese reverso, que se vea que detrás de esa ficción hay alguien que duda a la hora de escribir, tiene problemas económicos, tiene que pagar la luz. Hay algo ahí que me gusta y para eso me sirve ese personaje de Diego Recoba.
-¿Cómo se ve en el ambiente literario uruguayo?
-Los lugares que me dan tienen que ver también con ciertos vicios que tiene la literatura uruguaya y que de alguna forma señalo en la novela. Tengo 42 años y siguen diciendo que soy un escritor joven, por ejemplo. ¡No puede ser! Empecé a escribir tarde porque me dediqué a editar a otros, y todos mis compañeros de generación ya están consagrados o legitimados y los que tienen mi misma cantidad de obra son más chicos. Para mis cogeneracionales soy un recién llegado y para los más jóvenes, un viejo. Quedé en el medio. Además, durante mucho tiempo fui el escritor pobre. Odio que me ubiquen en ese lugar, por más que hablo de eso, pero me siguen invitando para hablar del barrio, de pobreza, de marginalidad, de música tropical. Estoy como un limbo: no tengo generación y soy el escritor pobre y cumbiero que hace una novela como El cielo visible. Me ha costado mucho ser solamente un escritor.
-En ese sentido, ¿cómo recibe estar en el Mapa de lenguas?
-Es importante, más allá de la posibilidad de acceder a más mercados y por lo tanto a quizás mayores ventas, porque a uno le permite salir del círculo habitual de lectores y de cruces, que en Uruguay suele ser bastante reducido. Quedarse mucho tiempo orbitando ese círculo es cómodo y hasta familiar, pero es peligroso, porque se empieza a escribir para ese lector, porque si bien somos todos distintos, el lector uruguayo tiene unas características bastante particulares y definibles. Básicamente terminas dialogando con lo conocido. Poder publicar en el Mapa, que tiene llegada a países que no conozco, a culturas distintas y a diferentes lectores, me hace ingresar a un terreno desconocido que me atrae mucho. Porque va a significar que el libro recorra caminos que no imaginé, y que se lea en distintas claves, desde diferentes lugares culturales, cognitivos, ideológicos.
-¿Y eso lo cambiará?
-Ese ida y vuelta con distintas recepciones inevitablemente me va a cambiar como artista, porque sé que lo que haga de ahora en más, más allá del recorrido local conocido, va a transitar por rumbos desconocidos de antemano, y ese vértigo, esa indefinición, es muy excitante. Y el deseo es todo en un artista.