Por Belén Fourment
*
Tras dos años instalado en Montevideo y de cara al estreno de La uruguaya, la esperada adaptación cinematográfica del más popular de sus, digamos, best sellers —que se verá el 9 de febrero en el Festival de Cine de Punta del Este—, el argentino Pedro Mairal dice con tímido orgullo que ahora conoce más que la Rambla, el Centro, Pocitos. Su mapa personal, subjetivo, ya incorporó al Prado y a Capurro, el Intercambiador Belloni, las canciones de Osiris Rodríguez Castillos, las caras, la gente. En cada encuentro, la ciudad se quita una prenda más de ropa y se le devela sugerente, lenta.
En el ritual, un porteño como él, que acá solo se sintió extranjero cuando escuchó a sus vecinos gritar los goles de Holanda contra Argentina en los cuartos de final del Mundial de Qatar, tiene esta, la más literaria de las sensaciones: la de percibir familiar lo extraño, la mejor materia prima para escribir.
Pero Montevideo es apenas perceptible en Esta historia ya no está disponible, el libro de relatos —la novela esquizoide— que publicó en noviembre y que podría ser, confiesa, el camino de búsqueda hacia su próxima ficción. Edita Emecé, 850 pesos.
“Hay algo que te despabila en el cambio, te despierta. Yo viví 50 años en Buenos Aires, y está buenísimo, pero hay una parte que se va adormeciendo, te acostumbrás y ya no lo ves, se vuelve invisible algo tan cotidiano”, dice a El País Mairal, que además es músico y está por terminar un disco entre ambos lados del Río de la Plata. “Vivir en Montevideo es volver visible un montón de cosas. Como estar caído dentro de un paisaje”, dice. Esta es parte de la entrevista.
—Has contado que Esta historia ya no está disponible tiene como un posible disparador tu mirada sobre las redes sociales, lo que se muestra, lo que no. Esa idea aparece en la forma en la que hablás de Montevideo, e incluso de vos mismo. ¿Es un tema de interés que se corresponde a este momento vital?
—Hay dos temas. Está lo digital y lo que podríamos llamar autoficción, literatura del yo. Que se cruzan un poco, porque lo de las redes es una construcción de un personaje, una identidad. Lo que estaba tratando de mostrar es que, en las redes, la construcción de esa identidad siempre es positiva: mostrás tu lado luminoso, tus mejores opiniones, tus mejores fotos. Y la literatura puede mostrar eso, pero también me interesa que dé cuenta del lado B: las fotos que no pondrías en Instagram, lo que no mencionarías, lo que quedó afuera. Me interesa una literatura que puede ir a ese lugar. En cuanto a la construcción de eso a través de la escritura, lo hago con los personajes y lo hago conmigo. Hay mucho de juego de disfraces, de esconderme y mostrarme, confesar y mentir, en función de crear una verdad poética. La verdad fáctica no me importa tanto. Lo ideal sería no interferir, porque cuanto menos te metés entre el lector y la obra, mejor. Más espacio hay para inventarte.
—Pero aún en tus entrevistas, parece prolongarse algo del misterio que refuerza, por ejemplo, una idea de un Mairal eternamente escritor joven.
—Qué raro eso, ¿no? (se ríe). Voy a envejecer de golpe, o quizás tengo un retrato que envejece por mí, como Dorian Gray. Claramente no soy más un escritor joven, y no creo que sean los lectores jóvenes los que más me leen. No es que me va leyendo gente de 20, solamente. Tampoco sé bien cuál es la franja etaria que me lee.
—¿Te inquieta, te interesa?
—Me interesa, siempre. Me gusta que me digan, me saluden, vengan a las presentaciones, porque escribir es como tender una mano en la oscuridad: no sabés quién está del otro lado, cómo la otra persona incorpora eso, lo pasa a través de su propia imaginación. Es una manipulación cerebral muy grande la escritura, una sugerencia; el otro toma eso y lo vuelve propio, y siempre me interesa cómo sucede. Pero sobre esa idea que se tiene de mí, que es parcial, me parece bien que sea así, a pesar de que a veces siento que no me quedan más experiencias que saquearme a mí mismo para escribirlas.
—¿Ya contaste todo?
—A veces siento que sí, y quizás venir a vivir a Montevideo tiene que ver con una especie de renovación de la experiencia. Voy a entenderlo mejor cuando termine de escribir el próximo libro.
—¿Siempre hay algo egoísta, narcisista en la escritura?
—Creo que me interesa el “yo” en la medida en que lo veo como un “él”, y ahí está el lugar en que no se sabe de mí, y es donde el lector se puede sentir identificado. Donde hay algo universal: particular, subjetivo pero comunicable. Es difícil explicar esto, sobre todo en los talleres: ¿qué es lo que hace que algo de tu vida sea interesante para escribir? En general tiene que ver con ser muy sincero, con ir a esos lugares incómodos que van por arriba del momento Kodak de la vida. No importa que sea ombliguista, en la medida en que ese “sí mismo” es otro, casi. Pero sí, los escritores podemos ser medio pesados cuando hablamos de la escritura.
—Que es hablar de ustedes, en definitiva.
—Sí, porque estás construido en base a palabras. Yo siento que empecé a ser una persona cuando empecé a escribir, a leer. De hecho, no me acuerdo cómo era antes de tener la palabra. Era una masa amorfa de emociones que no tenía ni pies ni cabeza, y fue bastante tarde, porque empecé a entrar en la escritura a los 18, 19 años. Siento que hubo un renacer muy grande en ese momento.
—¿Cuál es tu relación con el silencio, con la ausencia de palabras?
—Eso no existe para mí. Es muy difícil zafar del monólogo interno. Quizás baja un poquito, apenas un poco, cuando nado, pero tengo muy poco silencio. Si apago todos los dispositivos, enseguida se enciende mi palabra y busco mis cuadernos, anoto cosas, y aparece mucho la guitarra, la música. La idea de hacer una canción, practicar algo que estoy aprendiendo, eso combate el silencio. Aunque el silencio no existe: hay una banda sonora constante que te rodea siempre, y hago ejercicio de observación con eso. No conozco el silencio verdadero. Quizás me daría angustia el silencio total.
Literatura masculina y la adaptación de "La uruguaya" al cine
“Hay algo inevitable de estar acorralado en un cuerpo, haber vivido en un sistema heterocispatriarcal dentro del cual tuve que hacerme un lugar, por más de que parezca que el masculino siempre es un lugar de privilegio”, subraya Mairal ante la observación de que Esta historia ya no está disponible se siente como un texto de literatura masculina. “Yo era chiquitito, lampiño, llorón, no me gustaban los deportes y me tuve que bancar a los machitos alfa. Y creo que mi literatura viene un poco de ahí: tiene algo de gran vendetta”, dice. Y ríe.
Para el escritor, la individualidad, el individuo, está antes que el género, y es ahí donde elige poner su foco autoral. “Y al final la gente lee todas mis cosas como si yo fuera todos mis personajes, y un poco me cansé de eso. Entonces escribo ficción, no ficción, junto todo; si total, es un Frankestein que el lector se arma. Ya estás jugado”.
—Pronto se va a estrenar La uruguaya, sobre otra novela contada desde un masculino que, para la traslación al cine, le da más lugar a lo femenino. ¿Qué te pasó cuando la viste?
—Un montón de cosas. Disfruté mucho más de este proceso que cuando hicieron la adaptación de (la novela) Una noche con Sabrina Love, donde no participé y lo viví como una traición a mi historia. Esta adaptación me agarra más viejo y pude soltar, dejar que se ocupe la gente de cine y disfrutar, vivir esas diferencias. Confiar en (Hernán) Casciari, en (la directora) Ana García Blaya y participar de una manera más lúdica. Escribí un tema, hice una especie de cameo, fui al rodaje... La uruguaya tiene muy fuerte eso de la mirada masculina; es una subjetividad que en ningún momento se sale. Y la película le contesta a eso, casi como si fuera el contraplano de la novela, y eso es lo que más me interesa: que abre algo que en la novela no está. Y está buenísima. Hay películas que achican los libros, pueden reducirlos; esta película lo amplía.
—¿Tu relación con La uruguaya creció o se achicó?
—No la tomo como una sombra, tiene algo muy luminoso que me acompaña. Siempre me va a acompañar, porque además sucede muy cada tanto: pasaron 20 años en relación al otro “best seller”, así que el próximo vendrá después de 2030... Si yo pudiera escribir un libro como La uruguaya por año, lo haría. Pero no puedo: hay algo que se va en mí.