Una charla con Eduardo Sacheri, el profesor que empezó escribiendo cuentos de fútbol y terminó ganando un Oscar

El escritor y guionista de la película El secreto de sus ojos estuvo en Punta del Este en el marco del ciclo Charlas Literarias en Enjoy y habló con El País sobre libros, procesos, fútbol, historia y Argentina.

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Escritor argentino Eduardo Sacheri
Foto: Ricardo Figueredo

Si nunca le hubiese visto la cara, si no lo conociera, igual hubiese sido fácil reconocerlo. Era 9 de enero, el primer día en el que el calor se sentía —eran las tres menos veinte de la tarde y el termómetro marcaba 28 grados— y las calles de Punta del Este estaban repletas. Las playas también. La gente caminaba con vestidos, con bikinis, con el torso desnudo, con sombreros, con bolsos y mochilas.

Sin embargo, entre todos, se lo podía ver desde la ventana de una cafetería en pleno centro. Si nunca le hubiese visto la cara, si no lo conociera, igual hubiese sabido que él era él.

Eduardo Sacheri eligió una mesa adentro, colgó una mochila en una de las sillas, se sentó a su lado. Cuando llegué a la entrevista, 20 minutos antes de la hora que habíamos acordado, escribía en un cuaderno, revisaba apuntes en otro, tenía papeles desparramados sobre la mesa. Vestía una camisa verde de manga larga, pantalones largos. No se parecía, en su vestimenta y en su aspecto, a ninguna persona de las que estaba alrededor.

Elescritor argentino había llegado a Punta del Este esa misma mañana. Al otro día daría una charla en el marco del ciclo Charlas Literarias en Enjoy Conrad, que organiza junto a Penguin Random House y la librería Libros Libros.

A Sacheri le encanta Uruguay, pero solo ha visitado el país por trabajo. “No soy el argentino que viene de vacaciones a Uruguay”, dijo. En esta conversación con El País, el escritor y licenciado en Historia habló del oficio de escribir, de la novela que le cambió la vida, de fútbol, de Argentina y de los libros de historia en los que está trabajando, después de haber publicado Los días de la Revolución (Penguin Random House, 2022) y Los días de la violencia (Penguin Random House, 2024), sobre la etapa revolucionaria de Argentina antes de ser Argentina.

—¿En qué estabas trabajando cuando llegué?
—Estoy alternando mis novelas con unos libros de divulgación de historia, porque soy licenciado en Historia. Estoy tratando de llevar el conocimiento de buena calidad que se genera en las universidades de mi país a un público en general. Hasta ahora se publicaron dos libros y estoy laburando en dos más, como para llegar a principios del siglo XX y dar por terminado el proyecto. Arranqué por la época revolucionaria y la idea es terminar en 1916, que es cuando la Argentinaentra en el siglo XX. Entonces estoy laburando con eso, como si fueran mis apuntes para dar clase en la facultad, estaba trabajando ahora en unos cuadernitos, armando unos cuadros, lo mismo que uso para enseñar es lo que uso para armar estos libros.

—¿El proceso de escritura en este caso es igual a escribir ficción?
—No. En lo que sí se parece es en que yo soy muy planificador, entonces, si fuera una novela, vos verías también estos cuadernitos pero con un contenido más anárquico si se quiere, listas de personajes, situaciones, encadenamiento y núcleos argumentales. Ese es un trabajo previo a la tarea de escritura, en eso se parecen los procesos de escritura de ambos tipos de libros. Yo creo que los escritores se dividen en general entre los que arrancan y ven para dónde va la cosa y los que planifican, yo soy más de ese grupo.

—¿Siempre usas ese método?
—Yo de entrada publiqué muchos cuentos, antes de empezar a publicar novelas. Con los cuentos no lo hacía, porque el cuento es más breve en el tiempo de ejecución, por más que después estés tiempo corrigiendo, entonces podes tenerlo todo en la cabeza, no necesitás un papel porque son pocos personajes, pocas situaciones, un remate. Desde que empecé a escribir novelas, si no usara ese método, me sentiría muy perdido, porque la novela son meses en el mejor de los casos, son años de trabajo, entonces hay un montón de días que vos levantás el cogote del agua y hay agua por todos lados.

—Sos licenciado en Historia y seguís trabajando en secundaria. ¿Qué te gusta de dar clases?
—Me parece que es un laburo útil para el que está estudiando. Capaz que yo soy demasiado anticuado, pero en Argentina se está dando esa cosa de “todos aprendemos juntos”, como una cosa muy horizontal y yo soy más de mirá, esto lo sé y te lo voy a explicar, la idea es que vos lo sepas y después lo expliques vos y te lo quedes. Es algo valioso el conocimiento, pero el conocimiento del pasado en particular sirve para saber qué pasa con las personas y qué pasa con las sociedades. Es importante y no por esto de que la historia se repite, la historia va cambiando, vivimos en un mundo que no tiene nada que ver con el mundo de hace 200 años, pero conocer el pasado te hace estar mejor parado en relación al presente.

—¿Cómo te sirve conocer el pasado de tu país para entender este presente que están viviendo ahora?
—Argentina es un país de proyectos irresueltos, de facciones enfrentadas y de proyectos totalizantes que se creen maravillosos. Y eso sucede desde hace un montón de años. Uno puede utilizar las mismas categorías para diferentes procesos políticos de la Argentina reciente o más o menos reciente, entonces a lo mejor yo veo mucho más continuidades que rupturas en la Argentina, y no son continuidades que me agraden, pero las puedo ver. Cambiamos mucho menos de lo que nos creemos que cambiamos.

—¿Cómo te vinculas con tus alumnos ahora?
—No sé, habría que preguntarle a ellos.

—¿Pero seguís dando clases igual que hace 20 años o hay algo que cambió?
—A lo mejor hay ciertas cosas que van cambiando, la incorporación de los celulares para que busquen cosas por ejemplo, hace diez años no existía. Pero hay ciertos pilares en los que yo sigo insistiendo porque me parece que son atemporales. Yo explico mucho, y necesito que estén callados, que me escuchen. También entra en juego cómo hacer la clase llevadera y cómo ponerle humor para que los estudiantes no se fatiguen, pero para mí es básico que si te estoy dando clase me escuches, que puede parecer re evidente, pero hoy en día no lo es. Yo llevo ya casi 30 años dando clase en Secundaria, el vínculo es cada vez más horizontal y eso tiene un costado bueno y un costado malo, porque tu autoridad está mucho menos consagrada con antelación y los estímulos que tienen los chicos hoy no tienen nada que ver con los que tenían hace 30 años. Están mucho más dispersos y eso es un desafío muy grande.

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Eduardo Sacheri, escritor argentino
Foto: Ricardo Figueredo

—¿En qué momento un profesor de historia decide empezar a escribir ficción?
—Empecé a escribir porque me hacía bien. Siempre me encantó leer. A los 20 y tantos estábamos con mi mujer pensando en tener hijos. Yo perdí a mi papá de muy chico, había sido una herida muy fuerte, entonces la paternidad inminente me movilizaba, y me empecé a dar cuenta de que escribir, no sobre lo que me pasaba sino inventar historias, era una manera de bajar la ansiedad y conectarme con esas cosas que me pasaban, sin pensar nunca en que podía ser una profesión. Es muy difícil. Ya es recontra difícil que te publiquen, y que además tus libros se vendan, tienen que pasar muchas cosas que no dependen de vos, que están por fuera de tu voluntad. Entonces, empecé a escribir unos cuentos, algunos eran de fútbol porque a mi me gusta mucho, los empezaron a difundir por radio en Buenos Aires, se viralizaron en una época en la que no había redes, ahí pude publicar porque la gente conocía esos cuentos y una editorial se interesó en eso. Juan José Campanella me empezó a leer y yo justo escribí una novela y a Campanella le copó esa novela y esa novela era El secreto de sus ojos. Son todas cosas que no entiendo cómo pasaron, que han sido externas a mi.

—¿Por qué se te dio por empezar a escribir de fútbol?
—Yo me imagino cosas y me hago preguntas que tienen que ver con mi vida, siempre son cosas muy cercanas a mi propia vida. Yo soy de Castelar, a 40 kilómetros de la capital, es un lugar de barrios de casas bajas, la gente tiene ciertos tipos de vidas, ciertos tipos de amores, ciertos tipos de trabajos, y tiene el fútbol. Y cuando sos chico, en aquella época si eras varón jugabas al fútbol, hoy si sos varón o mujer, jugás al fútbol. Y mientras jugás vas haciendo un montón de cosas. El fútbol, o más que el fútbol, el juego en sí, es un escenario donde los seres humanos hacemos aflorar cosas que de otro modo no sabemos hacer aflorar o nos cuesta más. El fútbol tiene, para nosotros, una cualidad universal.

—Tiene un componente muy fuerte de identidad también en nuestros países.
—Sí, a nivel de selecciones y de clubes. Yo creo que no está ni bien ni mal, tampoco lo celebro, es lo que es. Es una de las maneras de entender la sociedad, pero sobre todo de vivir en esta sociedad. Independiente es una de las cinco cosas que me importan en la vida. ¿Está bien? Y a lo mejor me tendría que importar más el hambre mundial que Independiente, pero está Independiente, no lo puedo cambiar.

—Mencionaste hace un rato El secreto de sus ojos. Esa novela y todo lo que pasó con ella —la película, el Oscar— ¿te cambió la vida?
—A nivel profesional sí, y a nivel material también. La masividad del cine no tiene nada que ver con el mundo de los libros, pero lo puede alimentar. Porque no es que hice una película, hicimos una película que la vio medio mundo y ganó el Oscar, entonces eso generó que todo después cambiara. De hecho, yo vine a Uruguay por primera vez al año siguiente de la película y del Oscar, y yo venía publicando libros en Argentina hace 10 años. Poder vivir de los libros, que es raro, tiene todo que ver con el cine, si no hubiera pasado eso no habría tenido semejante difusión.

—¿Vos fuiste a la ceremonia de los Oscar?
—Sí, estuve.

—¿Qué se te viene a la cabeza de esa noche?
—Yo no estaba en el recinto porque es un teatro muy chiquitito para poder poner muchas cámaras. Estaban Campanella, los productores y aGuillermo Francella le habían conseguido una entrada de protocolo en otro lado. Ricardo Darín estaba haciendo teatro en Buenos Aires. Yo no tenía ni idea, ni siquiera tenía pasaporte, lo había sacado para ir a los Goya a España en enero de 2010 y en marzo estábamos en los Oscar. Estábamos en un hotel al lado, teníamos una pantalla gigante, éramos como 25 del equipo de la película. Cuando subieron Almodóvar y Tarantino a decir la terna, yo estaba loco de los nervios y me fui como a un pasillo del hotel. ¿Sabés a qué se parecía? Como cuando en el estadio están por patear un penal y alguien no lo quiere ver y se va. Si escuchaba los gritos en mi espalda sabía que había sido gol y si no, me acomodaba, y volvía. Y fue lo que hice. De hecho escuché el alarido de todos y recién volví. Hay una imagen en la que están todos abrazados y yo llego como el número 2 que siempre llega tarde al abrazo de gol, bueno, así. De eso me acuerdo.

—Qué es para vos ese Oscar hoy, tantos años después?
— Laburo. Para mí el Oscar fue laburo, empecé a escribir series y televisión y los libros empezaron a viajar después del Oscar.

—Si pudieras volver a un solo momento: ¿volverías a la noche de los Oscar, a la primera Libertadores que viste con Independiente o a la final del mundo contra Francia en 2022?
—Qué difícil. La Copa Libertadores que yo fui realmente consciente no la elijo porque ya no lo tenía a mi papá. Y entonces por eso te digo el mundial del 22: porque estaban mis hijos y lo viví con ellos. Todos esos partidos finales, cuartos con Holanda, los penales, la final con Francia, yo los veía a ellos dos y decía: bueno, yo ya salí campeón del mundo, ahora que salgan ellos.¿ Viste cómo es uno con el fútbol? Yo no salí campeón del mundo, yo no jugué, pero uno se cree que sí. Y quería que mis pibes sintieran lo mismo. Así que creo que elijo ese momento. Espero que Campanella no lea esta nota.

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