Estudiaba comunicación en la universidad y escribía fanfiction de Harry Potter cuando una editorial internacional llamó a su puerta. Así de abruptamente comenzó la carrera literaria de la chilena Francisca Solar: su primera novela, La séptima M fue lanzada en la Feria del libro de Frankfurt, en 2006.
Desde entonces Solar no solo terminó su carrera (e hizo masters en Neurociencias Aplicadas, Criminología y Psicología Forense que aplica a sus textos), también publicó 17 libros que están en 20 países y en cinco idiomas.
“Escribo para preescolares, primeros lectores, jóvenes adultos y adultos. Así que hay familias enteras en Chile que me leen porque tengo libros que son lectura obligatoria escolar. Y hay niños me leen, aunque no quieran”, dice Solar, entre risas, a El País.
El buzón de las impuras (Editorial Urano, 1.150 pesos) es su última novela, donde se cuenta una tragedia de su país, el incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Santiago, el 8 de diciembre de 1863.

La novela surgió, dice, del desconocimiento general en su país con su historia. “Han pasado generaciones y en la escuela te enseñan que el siglo XIX en Chile era muy poco interesante. Enseñan dos o tres cosas y eso sería todo, cuando la era victoriana en Chile fue muy entretenida, pasaron muchas cosas”, comenta.
En el incendio de “la Compañía”, donde murieron más de 2.000 mujeres y niños de la alta sociedad de Santiago. El hecho marcó el inicio de la secularización en el país.
Así, durante su investigación encontró cartas publicadas en la prensa, sobre el incendio, entre el arzobispo Joaquín Larraín Gandarillas y el intendente de Santiago de la época, Francisco Bascuñán Guerrero. Estaban en una pequeña caja llena de papeles, lo único que quedó intacto en el incendio. El intendente la encontró durante las pesquisas del incendio, y el sacerdote quería que se lo devolvieran.
“El nivel de carbonización de los cuerpos no permitió reconocer a nadie. Por eso hay más de 2.000 mujeres en una fosa común en Recoleta, en Santiago de Chile. Y fue extraordinario que una caja con papeles se salvara. Si no tuviésemos evidencia histórica de esto, uno creería que es imposible”. dice. “Pero ocurrió”,

—¿Qué tenía ese buzón para generar tanto revuelo?
—Confesiones de esas mujeres donde denuncian abusos de la Iglesia.
—Es una novela con base histórica, ¿cuánto le llevó encontrar los papeles que buscaba?
—No fue mucho porque, increíblemente, toda la información para escribir la novela estaba a vista y paciencia de cualquier chileno, y gratis. Lo más extraordinario es que nadie hizo esta investigación, nunca, en 160 años. Porque la información estaba en toda la prensa de la época. Había muchos periódicos circulantes y de distintas ideologías. Entonces el incendio de la compañía se cubrió muy bien. Hay crónicas minuto a minuto de 15 periódicos diferentes, entonces estaban todas las miradas y perspectivas. Básicamente, lo que tuve que hacer fue sentarme a leer el periódico de 1863. Ahí estaba todo.
—¿Por qué no se había escrito del incendio, siendo una de las grandes tragedias de Chile?
—Uno de los motivos es que como la mayoría de las víctimas eran mujeres, no suscitó la misma atención que si hubiesen sido hombres. De haber muerto 2.000 hombres, el hecho sería obligatorio en la currícula escolar, tendríamos museo y calles con los nombres de los mártires. Pero que hayan muerto 2.000 mujeres fue, básicamente, el equivalente a que se quemaran 2.000 sillas. Falleció el dos por ciento de la población de Santiago y más gente que en el Titanic, pero no se paró la Aduana, no se cerró ningún banco, ni el Congreso. No pasó absolutamente nada, porque las mujeres no existían, eran objetos, no sujetos. De acuerdo al relato oficial, “las mujeres murieron por sus vestidos”. O sea, las mujeres murieron por su culpa.
—¿Qué la hizo querer investigar lo ocurrido en ese incendio?
—Yo dudo porque cuando el relato oficial culpa a la víctima, es porque se está protegiendo al victimario. Y si el incendio fue por un accidente, ¿de qué te sirve culpar a la víctima? Esa es la pregunta que lidera toda mi investigación. Y es la misma prensa la que trata a los sacerdotes de asesinos y específicamente a los jesuitas de haber cerrado las vías de escape de la iglesia. Todo eso es real, los jesuitas prefirieron salvar los muebles de la sacristía antes que a las mujeres.
—¿Qué ha cambiado de ese relato gracias a este libro?
—La esquina donde estaba la iglesia hoy son los jardines del Palacio del Congreso Nacional que están enrejados todo el año. Nunca se abren al público. Y haciendo solicitudes al Senado, logré que nos los abrieron por primera vez en 160 años para poder conmemorar el 8 de diciembre en ese lugar, donde murieron esas mujeres. La convocatoria fue exitosísima y gracias a eso se logró ingresar un proyecto de ley que declare el 8 de diciembre como día de conmemoración nacional para las víctimas del incendio de la Compañía. El trámite está en el Legislativo, ojalá se concrete este año. Para mí, más allá de las ventas, lo más importante han sido los logros extraliterarios, esas marcas que se dejan.
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