Los difíciles encuentros de los padres con sus hijos

Estreno. El próximo viernes llega "Al otro lado", un film que merece ser visto

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HENRY SEGURA

Son seis personajes que conforman tres parejas unidas por relaciones filiales. Entre ellas cruzan dos mundos, el alemán y el turco, envueltas en una historia que el director Fatih Akin narra en forma extraordinaria en "Al otro lado".

El único que tiene un vínculo con los otros cinco personajes es un joven turco que da clases de alemán en Hamburgo y mantiene relaciones conflictivas con un padre embrutecido que vive en la cercana Bremen. La distancia se hace mayor cuando ese jubilado causa accidentalmente la muerte de una ex prostituta turca que acepta vivir con él ante las amenazas de los fundamentalistas que custodian el respeto a la religión musulmana aún en las calles alemanas.

Más reacciones de amor y rechazo van descubriéndose cuando el profesor viaja a Estambul para buscar a la hija de la mujer que su padre mató. En ese mismo instante, la muchacha (una militante kurda) huye de su país rumbo a Alemania, donde conoce a otra estudiante que le da refugio pese a la silenciosa oposición de su madre, una ex hippie.

El director ha dicho que se trata de una historia con muchos componentes autobiográficos. Akin es de familia turca aunque nació en Berlín, ciudad que en 2003 le dio el Oso de Oro por su anterior película Contra la pared, y reconoce tener un vínculo conflictivo con el país de sus padres. "Turquía me fascina, cada vez soy más turco. Pero odio el nacionalismo y, cuando más conozco el país, más tristeza me provoca", confesaba en Cannes al presentar Al otro lado.

Las búsquedas entre padres e hijos es, de alguna manera, la búsqueda de ese otro país que no termina de encontrar probablemente porque ha desaparecido. En ese contexto hay una fuerte presencia de la muerte, hasta el grado de que un ataúd viaja desde Alemania a Turquía y otro hace el camino inverso. Pero es un elemento dramático no conclusivo porque Akin los convierte en nuevos puntos de partida, sobre todo a través del personaje que Hanna Schygulla interpreta maravillosamente.

La ex preferida de Rainer Werner Fassbinder y de Wim Wenders, que fuera identificada masivamente por papeles que hicieron historia (Lili Marleen, El matrimonio de María Braun), compone una madre que vigila en silencio a su hija rebelde, la que explícitamente le recuerda sus tiempos de "amor y juventud", de quien terminará recogiendo sus banderas de vida. Lo hace con una economía de recursos realmente impresionante, que convierten a su actuación en una verdadera lección. Casi no se mueve, toda la fuerza corre por la mirada y por ciertos gestos básicos pero sustanciales.

POLÍTICA. "Me gusta que Fatih no se haya fijado en el patriotismo, ese orgullo raro que no sirve para nada", confesó la actriz polaca de padres alemanes. "Él sabe que cuando las cosas se mezclan dentro de ti, o la tolerancia se impone o te niegas a ti mismo, surge una forma de enfermedad social por otro lado muy extendida hoy en día".

Aunque está poblada por referencias socio-políticas (el conflicto kurdo, la integración turca a la Unión Europea, la política neutral de autoridades alemanas respecto a perseguidos políticos turcos, militantes kurdas arrepentidas y consecuentemente acusadas de traidoras), la película no es necesariamente partidaria. El planteo que hace el director se parece mucho más a una reflexión de orden filosófico que pasa por el cruce (choque y encuentro) de culturas para finalmente apuntar a esa necesidad de reconciliación que termina anidando en individuos que en su fragilidad acaban abriéndose a la contemplación y a la espera del otro. Se trata, ni más ni menos, que de la necesidad de reconocerse en los demás, en una continuidad de ideas, costumbres y afectos que nunca se produce en forma lineal. No en vano, en el tramo final de la historia, se recurre a una metáfora religiosa que no conviene descubrir para conservar su poder de revelación.

Al otro lado ofrece una experiencia propia de un mundo de relaciones complejas, nacidas entre fronteras borradas por las propias necesidades humanas y que además se dejan ver a través de una diversidad en cuanto suma de países, religiones e identidades sexuales. El mayor mérito de Akin es haber partido de un guión construido con admirable inteligencia para dar cabida a las múltiples líneas de acción sin olvidar pausas y paisajes que todo lo abrazan. No es sorpresa que haya ganado la Palma de Cannes por ese guión que además dirige con una naturalidad que disimula su extraordinaria complejidad.

PALABRAS DE UN GRAN DIRECTOR

ORÍGENES. "Tuve durante algún tiempo la imagen de esa madre alemana que viaja a Estambul para buscar a su hija perdida. Esa imagen siempre la tuve relacionada con Hanna Schygulla. La conocí en Belgrado en el año 2004 y, simplemente, me encantó".

PARALELOS. "También sentía curiosidad, pues hay gente que ha comparado mis películas con las de Fassbinder, una opinión que no comparto necesariamente. Tiene gracia, pues en Turquía las comparan con las de Yilmaz Güney, algo que también dudo, porque si sigues los pasos de alguien, ¿cómo dejas tus propias huellas? He trabajado con Tuncel Kurtiz, uno de los actores habituales de Güney. Simplemente, me parecía bien".

IDEAS. "Todo sistema de opiniones tiene sus límites, incluso si es para separarlo de otros sistemas. Deseaba realizar una película sobre cómo el individuo puede separarse de sus ideales, cómo puede vencerlos y llegar `al otro lado`".

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