100 años de Rubén Lena, el maestro rural que compuso "A Don José" y tuvo un rol crucial en la música uruguaya

Escribió “A Don José”, un himno popular uruguayo, y Braulio López asegura que Los Olimareños fue un trabajo en equipo con él. Una mirada a Rubén Lena, el hombre detrás de tantos clásicos.

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Rubén Lena.
Foto: Archivo El País.

Escribió “A Don José”, el himno cultural y popular uruguayo, y aportó una serie de clásicos al repertorio folklórico. Rubén Lena, nacido hoy hace 100 años, es una figura indispensable en la cultura local. Oriundo de Treinta y Tres, repartió su vida entre la enseñanza rural y la composición, dos oficios que vivió como uno solo. Como maestro, aspiraba a la igualdad y a la expansión del alma; como creador, convirtió esa vocación en canciones que dejaron una huella indeleble.

En 1959 viviría una experiencia que no solo transformaría su camino, sino el de toda la música uruguaya. Su esposa, Justa Lacuesta, y él fueron becados por la Organización de los Estados Americanos (OEA) para pasar casi un año en la localidad de Rubio (Venezuela), trabajando en el Centro Interamericano de Educación Rural. Allí entró en contacto con el folklore venezolano, especialmente con el repertorio de Juan Vicente Torrealba, y regresó a Uruguay en enero de 1960 con una idea que ya no lo abandonaría.

“Traía la intención de hacer canciones”, escribió en 1983 en el semanario Jaque. “A nosotros, como país, nos faltaba una identidad en ese aspecto, que se me había revelado sintiendo cantar a los compañeros de estudio de 21 países latinoamericanos durante ese año de convivencia”. En ese momento, el cancionero que se interpretaba en Uruguay estaba ampliamente dominado por el folklore argentino —Los Fronterizos, Los Chalchaleros y Atahualpa Yupanqui eran tres referentes—, aunque también existían voces locales fundamentales. Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillos y Amalia de la Vega eran tres autores clave en la búsqueda de una expresión auténticamente uruguaya.

Lena, que tocaba la guitarra desde los 7 años y ya había escrito varias canciones, encontró en Los Olimareños el vehículo perfecto para llevar adelante esa búsqueda. El histórico dúo formado por Pepe Guerra y Braulio López versionó “La uñera”, que Lena escribió en 1952, para su disco debut (Los Olimareños, 1963), y cuando el maestro la escuchó quedó cautivado. Poco después iniciaron una sociedad creativa que se extendería hasta su último disco, Canciones ciudadanas, de 1988. “Ellos son capaces de revelarnos los más complicados ritmos con sencillez misteriosa”, escribió Lena en Jaque. “Sencillez no es pobreza, falta de ideas, obviedad, fórmula o consigna. Es resolver con pocos elementos los más difíciles problemas”.

Esa definición también describe su motor artístico. Con un lenguaje directo y siempre atento al entorno, compuso canciones que podían ser cantadas tanto por un coro escolar como por un estadio lleno, como aquel que celebró la vuelta de Los Olimareños a Uruguay en 1984. Supo describir escenas de campaña (“De cojinillo”, “Isla Patrulla”, “El botellero” y “La ariscona”), dar voz a los olvidados (“¿No lo conoce a Juan?”, “Pobre Joaquín” y “Coplas al compadre Miguel”, interpretada por Zitarrosa), y convertir un sentimiento colectivo en letra. “Rumbo”, de 1973, anticipaba con claridad la “noche más dura” que se avecinaba.

En 2019, previo al último reencuentro de Los Olimareños, los músicos dialogaron con El País y contaron cómo trabajaban con Lena. “Él nos decía: ‘Yo les doy el esqueleto y ustedes le ponen la ropa’, pero a veces nos daba hasta la ropa”, recordó López entre risas. “Tenía unos dedos como macetas, pero agarraba la guitarra y creaba unas melodías preciosas. A nosotros nos encantaba vestir esos esqueletos”. Luego dio una definición crucial: “Los Olimareños fue un trabajo en equipo con él”.

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Los Olimareños. Foto: Archivo El País.

Guerra aseguró que en este largo camino de intercambio artístico, “todo fue pura intuición”, salvo Todos detrás de Momo, el disco de 1971 que se volvería escuela. “Esa fue la única cosa planificada y que tuvo investigación”, aseguró. Ese proyecto buscó hacer dialogar la murga con el folklore, y hasta con el blues. El resultado fue un álbum desafiante que se lee como símbolo de época.

Son 23 canciones unidas por el leitmotiv “¡Todos detrás de Momo!”, donde el humor y la ironía heredados del ADN murguero se vuelven herramientas para escupir, a ritmo de marcha camión, algunas de las verdades más amargas. Están las irreverentes “El gran remate”, “La Yarará” y “El Zorro Plum”, que conviven con la bellísima “Retirada”, una de las piezas más delicadas del dúo. Años después, en 1984, la reversionaron como cierre de su disco Donde arde el fuego nuestro, y allí tendría su revancha popular.

Es que Todos detrás de Momo fue un fracaso comercial. Su carácter experimental —gran parte del disco funciona como una serie de viñetas de poco más de un minuto— le jugó en contra al comienzo, pero el tiempo lo consagró. No solo López y Guerra lo han destacado en varias entrevistas como uno de sus trabajos más logrados, sino que se volvió influencia para toda una generación de artistas. Así como Lena había abierto camino un año antes con “Al Paco Bilbao”, de Cielo del 69, y luego El Sabalero con “A mi gente”, Todos detrás de Momo selló el nacimiento de un género: la murga-canción.

Su mayor éxito es, también, el ejemplo perfecto de su intención artística. “A Don José” surgió en 1961 cuando Lena se propuso componer un cancionero para la escuela rural No. 73, de Treinta y Tres, donde dictaba clases. “Cuando me presentó la letra me dijo que quería bajar a Artigas de la estatua para humanizarlo y traerlo de vuelta a la tierra”, le contó López a El País. “Y, al final, se convirtió en la canción que más caló hondo en los uruguayos porque se fue proyectando de generación en generación y tuvo el poder de romper esquemas políticos: la cantan blancos y frentistas, y hasta la tocaba la banda del ejército en dictadura. Yo me atrevería a decir que es el himno natural del país, porque nadie dijo que tenía que ser un himno, fue la gente la que dijo que le servía y la identificaba”, aseguró.

Aunque tuvo un éxito enorme como compositor principal de Los Olimareños —incluso firmó varias letras con el seudónimo Zenobio Rosas para evitar la sobreexposición—, Lena nunca dejó de lado la educación. Fue maestro en diversas escuelas, director e Inspector de Enseñanza Primaria. En diciembre de 1977, la dictadura lo destituyó a él y a su esposa, y la represión le dio un segundo golpe vital: el primero había llegado en 1974, cuando se prohibió la difusión del dúo. “Esos tristes hechos, para mi esposo, resultaron ser como una primera muerte”, reveló Lacuesta en el libro Rubén Lena. Maestro de la canción, de Guillermo Pellegrino.

Debió volver a empezar, se mudó a Montevideo y llegó a trabajar en una estación de servicio. Eso sí, nunca dejó de componer: sus letras fueron interpretadas por figuras como Santiago Chalar, Grupo Vocal Universo y Larbanois & Carrero. En 1981 grabó con Eduardo Larbanois el disco Presentación de Gabriel Guerra, dedicado al poeta olimareño.

En 1984, con el regreso de Los Olimareños, reactivó su trabajo con el dúo, y al año siguiente recuperó su cargo en la enseñanza. Pero esa nueva vida duró poco: en 1986 sufrió un ACV mientras se duchaba que lo dejó hemipléjico. Murió en octubre de 1995, a los 70 años, en su Treinta y Tres. Hoy, a un siglo de su nacimiento, su legado vive en sus canciones y en esa idea poderosa de que la cultura también se construye con la voz del pueblo.

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