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El violinista, al frente de su Johann Strauss Orchestra, convirtió al recinto en una fiesta de la música con el público entregado a un repertorio de varios estilos.

Con todo el público del Antel Arena —que minutos antes se había levantado de sus asientos para bailar un masivo "Danubio Azul"— cantando "Cielito lindo", André Rieu cerró el sábado su primer show en Montevideo. Este domingo 9 va el segundo y las pocas entradas que quedan se van a terminar con el boca a boca: lo que entregó el director holandés, al frente de su Johann Strauss Orchestra, fue una fiesta contagiosa.
El público, la verdad, parecía conquistado de antemano. A las 20.00, cuando Rieu ingresó al recinto —al son de la marcha militar “Entrada de los gladiadores” y caminando entre el público acompañado por sus músicos hacia el escenario, como es su costumbre— fue saludado por una ovación a la altura de las circunstancias. La euforia no bajó de esa intensidad durante las dos horas de un show que entregó todo lo prometido: un festival ligero de clásicos y melodías populares ejecutado con profesionalismo a rajatabla y sentido del espectáculo.
Eso es lo que hace de este violinista holandés una de las grandes estrellas de la música actual. Su llegada a Uruguay fue una producción de AM Producciones.
Rieu es, además, un maestro de ceremonias con recursos. Se burló de la impuntualidad uruguaya cuando algunos espectadores se acomodaban con el show empezado, y de cierta parsimonia, que señaló como rasgo nacional, cuando muchos se demoraban en llegar a sus asientos tras el intermedio. Haciendo caras de complicidad se comunicaba a través de la modelo Stefy Delay, quien hizo de intérprete aunque con algunas desinteligencias idiomáticas.
Pareció, en todo caso, un recurso innecesario porque Rieu básicamente lanza arengas en el lenguaje universal del entusiasmo. Celebra a sus músicos, el poder de la música y hace un par de chistes. La traducción le quitó espontaneidad a un show que está totalmente libretado.
Nada impidió, sin embargo, que se cumpliera la máxima proclamada de Rieu de que la música une, sana y trae felicidad. El espectáculo es una celebración de la música como un hecho colectivo y el público, que siente un fanatismo sano por el director, lo disfrutó como correspondía. Al final la platea terminó apretada frente al escenario saludando con vítores y con algún grito de “I love you” a la estrella de la noche, quien nunca perdió la elegancia incluso cuando saltaba de entusiasmo.

El repertorio es variado e incluye arias de Puccini (“Nessum Dorma”, “Babino caro”) y Verdi (“Libiamo”), tonadas populares (“Hava Naguila Hava”); canciones alemanas de los años 20 (“Veronika, der Lenz ist da”, por ejemplo); valses austríacos (el “Schneewalzer” con nieve cayendo desde el techo del Antel Arena); clásicos pop (“Tutti Frutti”, “Can’t Help Falling in Love”) y el “Danubio Azul” que terminó con toda la parcialidad entregada al embrujo del vals.
Así, el Antel Arena se llenó de parejas de espontáneos bailarines, un ritual clásico de los shows de Rieu del que por primera vez pudo participar el público uruguayo. O dejamos de ser tan tímidos o Rieu sabe hacer bailar a una parcialidad que uno creía más pacata.
Para muchos de los números que integran el espectáculo, Rieu tiene a su disposición a los Platin Tenors (Serge Bosch, Bela Mavrak, Gary Bennett), un trío de sopranos (Donij van Doorn, Anna Majchrzak y Micaela Oeste) y los Comedian Harmonists, un quinteto berlinés de cancionero de la República de Weimar. La Johann Strauss responde ajustadísima y tiene una disposición a la fiesta y la buena onda que es parte de la propuesta.

Todo está, claro, en su sitio, porque Rieu viene haciéndolo hace 35 años y su notorio perfeccionismo es parte del encanto del show. Los vestidos, los trajes y el ambiente recuerdan a un tiempo lejano, muchísimo más elegante y menos complicado, en el que la gente se reunía alrededor de la música y se imaginaba que todo podía ir mejor.
Eso suma a que en tiempos como estos, sea difícil no dejarse llevar por un espectáculo como el que trae Rieu. Si la música es sanadora, el sábado (y seguro que a los que fueron les pasó lo mismo) todos salieron rejuvenecidos y, a juzgar por las caras y los comentarios, recargados de felicidad.