HISTORIA DE UNA CANCIÓN
El 20 de marzo de 1991, el hijo de Eric Clapton falleció tras caer de un rascacielos de 53 pisos. El dolor de la pérdida lo ayudó a componer "Tears In Heaven". Esta es su historia.
Ahí está Eric Clapton, sentado en un sillón con almohadas floreadas. Viste un traje color crema, y usa los mismos lentes redondos y ese pelo corto que unos meses más tarde quedarían inmortalizados en la portada de su MTV Unplugged. “¿Podés tocar algo?”, le pregunta la entrevistadora Sue Lawley en otro de los sillones de ese típico living de comienzos de los noventa. “Sí, claro”, dice con un tono tan serio como melancólico mientras agarra su guitarra acústica. “Se llama ‘Tears In Heaven’”.
Aquel día de principios de 1992 era la primera vez que Clapton interpretaba en televisión la canción más desgarradora de su discografía. Y se nota. En el video disponible en YouTube se percibe su esfuerzo por no quebrarse mientras canta la frase: “¿Sostendrías mi mano si te veo en el paraíso?”.
El músico logra contener la emoción hasta el final, mientras la entrevistadora lo mira con ternura. “Es hermosa”, le dice a Clapton mientras se termina de extinguir el arpegio final del tema. “Vas a hacer llorar a mucha gente, ¿sabías?”, pregunta. “Bueno, no quiero negarlo”, responde con una sonrisa tímida. “Estaría bueno que suceda, pero no quiero ser empalagoso”.
Pero “Tears In Heaven” es cualquier cosa menos empalagosa. Es una de las despedidas más dolorosas —y también luminosas— de un padre hacia su hijo. Clapton se la escribió a Conor, quien falleció el 20 de marzo de 1991 a los cuatro años tras caer de la ventana del piso 53 de un rascacielos neoyorquino. Fue uno de los golpes más duros para un artista acostumbrado a enfrentar unas cuantas guerras internas.
“En mi relación con Conor había cierto grado de miedo. Después de todo, yo era un padre a tiempo parcial”, admitió el ex líder de Cream en su autobiografía. Mientras el británico disfrutaba del éxito de Journeyman, el álbum de 1989 que le dio paso a su primera gira mundial —esa que en octubre de 1990 lo trajo por primera vez a Uruguay—, seguía luchando con las secuelas de su alcoholismo. Pero apenas logró controlar su adicción, se sintió preparado para conectar con su hijo. “A medida que llevé más tiempo sobrio, empecé a sentirme más cómodo con Conor y a desear de verdad verlo”, agregaba.
Por eso, a mediados de marzo de 1991, Clapton viajó a Nueva York para visitar a su hijo, quien vivía con su madre, la actriz italiana Lory Del Santo. “Tenía que romper esa cadena y darle a Conor lo que yo nunca había tenido: un padre”, recordaba el músico. El 19 de marzo pasó por el Galleria, el rascacielos donde su expareja vivía desde hace algunos meses.
El británico lo llevó de paseo al circo de Long Island y charlaron durante horas sobre los elefantes del lugar. “Pasamos una noche genial”, recordaba. “Y aquello me hizo dar cuenta por primera vez de lo que significaba tener un hijo y ser padre. Recuerdo decirle a Lory, cuando lo llevé de vuelta, que a partir de ese momento, cuando me tocara tener a Conor en casa, quería ocuparme yo solo de él”.
Lamentablemente, Clapton no tuvo tiempo para profundizar en la relación con su hijo. En la mañana del 20 de marzo planeaba llevar a Conor al zoológico de Central Park, pero la llamada de su expareja sepultó los planes. “Alrededor de las 11.00, el teléfono sonó y era Lory. Estaba histérica y me gritaba que Conor estaba muerto. Me dijo que se había caído por la ventana”.
El músico fue hasta el Galleria con la esperanza de que todo hubiese sido un error. Apenas vio la cinta de policía y a una ambulancia, confirmó que era verdad. La sala principal del apartamento tenía unas ventanas sin rejas que iban del piso hasta el techo. Conor estaba jugando a las escondidas con su niñera, y mientras su madre estaba distraída, el niño fue directo a la ventana. Cayó 49 pisos hasta que impactó en el tejado de un edificio de cuatro pisos. “Fue una pesadilla, pero el estado de shock me impedía desmoronarme por completo”, reveló.
Para evitar una recaída con el alcohol, Clapton quiso alejarse de todo. Mandó a construirse una villa en Antigua y Barbuda, se radicó en la isla caribeña y volvió a usar a la música como medicina, como había hecho en 1974 con 461 Ocean Boulevard, su disco de regreso tras recuperarse de su adicción a la heroína. La primera cosecha fue “The Circus Left Town”, inspirada en aquella noche junto a Conor en Long Island.
Luego llegarían “My Father’s Eyes” —que Clapton dedicó a su padre ausente— y la bellísima “Tears In Heaven”. Inspirado en la secuencia de acordes de “Many Rivers To Cross”, de Jimmy Cliff, escribió la letra junto al compositor Will Jennings. Allí, Clapton se pregunta si algún día se volverá a encontrar con su hijo. “Su gestación y desarrollo me mantuvieron vivo en el período más difícil de mi vida”, comentó el británico sobre el tema.
La canción se editó a finales de ese año en el soundtrack de Rush (1991), acompañado por su banda y arreglos de acordeón. Pero la versión definitiva llegaría en 1992 con la íntima relectura que grabó para su MTV Unplugged. “Tears In Heaven” llegó al puesto dos de las listas estadounidenses e incluso le daría el Grammy a mejor performance vocal masculina, a mejor canción y grabación del año. Fue un éxito enorme que ayudó a que la carrera de Clapton renaciera.
"El MTV Unplugged fue el disco más vendido de toca mi carrera", recordaba Clapton sobre ese clásico instantáneo que vendió 26 millones de copias en todo el mundo y que incluía cálidas reversiones de "Layla", "Running On Faith" y "Before You Accuse Me". "Resultó además el disco más barato de producir y el que requirió de una menor preparación y trabajo. Pero si quieres saber lo que me costó de verdad, ve a Ripley y visita la tumba de mi hijo. Pienso que ese es, además, el motivo por el que se convirtió en un disco tan popular; creo que la gente quería mostrarme su apoyo, y aquellos que no encontraron otra manera compraron el álbum", aseguró en su autobiografía.
Luego de su salida, Clapton inició una gira de verano por Estados Unidos, pero el fenómeno le estalló en la cara. "'Tears In Heaven' estaba alto en las listas, y yo intentaba abrir los conciertos con ella frente a una multitud vociferante", relata. "El ruido no me dejaba concentrarme, no hablemos de oír la música. Todas las noches me iba del escenario destrozado y enfadado a causa de que no escucharan. Sentía que no le podía hacer justicia a la canción (...) era una situación sin salida, aunque al final conseguí que el público se tranquilizara".
Cuando logró que los asistentes respetaran el silencio durante su interpretación de "Tears In Heaven", su conexión con la canción cambió. Pasó a ser una forma de canalizar el dolor de la muerte de su hijo. En 2002, a 10 años de la salida del MTV Unplugged, Clapton le dio una entrevista a Rolling Stone y analizó su relación con ese clásico. "Antes estaba dolorido y no entendía nada", dijo. "Ahora, cuando toco la canción, no pienso en ese acontecimiento en particular. Respeto el estado de ánimo que tenía en ese momento, trato de reflexionar sobre eso y de tocar bien. Ahora ya no me resulta difícil. Lo paso bien", agregó.
Pero más allá del éxito y del dolor que le representó tocar “Tears In Heaven” en vivo, esa canción funciona como un ejemplo ideal para demostrar que la música es la herramienta perfecta para exorcizar el dolor y transformarlo en algo bello. Y ?ese es el mayor logro de Eric Clapton.