Jon Pareles, The New York Times
"Los 21 se tardaron toda una vida”, canta Billie Eilish, de 22 años, en “Skinny”, la canción que abre su tercer álbum, "Hit Me Hard and Soft".
Cualquier mujer de su edad podría decir eso; es solo matemáticas. Pero incluso antes de tener edad para votar, Eilish había acumulado toda una vida de logros en una carrera que comenzó en 2015 siendo una adolescente que subía canciones a SoundCloud. Desde entonces, Eilish ha acumulado miles de millones de reproducciones en las plataformas de streaming, un montón de premios Grammy, dos Oscary un documental. En Hit Me Hard and Soft, suaviza deliberadamente algunas expectativas pop mientras abraza con cautela otras.
Eilish tiene tanto la musicalidad que consagran las galas de premios, como la habilidad metanarrativa de su generación digital. Innumerables imitadores han aprendido -y se han envalentonado- de su mezcla de crudas revelaciones, elegantes melodías y astutas producciones, que consigue con la ayuda de su hermano y socio compositor, Finneas.
Su pop históricamente respaldado recombina el teatro musical, canciones de salón, punk, folk, electrónica, bandas sonoras, bossa nova, rock industrial y mucho más. Eilish aporta a todas ellas el aplomo de una crooner vintage: la capacidad de flotar por encima de ritmos y sacudidas, de tratar al micrófono como a un confidente. Su voz puede ser jadeante e íntima o cínica y sardónica; en momentos muy estratégicos, revela su capacidad para cantar con gran potencia.
El álbum debut de Eilish en 2019, When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, trazaba pesadillas góticas, obsesiones adolescentes y traumas persistentes junto con alguna risita ocasional. El segundo, Happier Than Ever, de 2021, reaccionaba directamente a la atención, la conmoción, la explotación, el acoso, el agotamiento y el nuevo poder que le proporcionaba el éxito.
“Skinny” es una actualización en voz baja del superestrellato de Eilish. “¿Ya estoy actuando de acuerdo a mi edad?/ ¿Ya voy de salida?”, canta, junto con reflexiones sobre la forma de su cuerpo, la búsqueda de un amor no tóxico, su sensación de aislamiento y una reacción resignada a las redes sociales: “Internet está hambriento del tipo más cruel de diversión / y alguien tiene que alimentarlo”.
Sin embargo, aunque “Skinny” conecta con Happier Than Ever, es una transición, una mirada de despedida cuando Eilish pasa de su situación individual a su versión de composición pop más general.
Para una creadora de éxitos artísticamente consciente de sí misma como Eilish, el tradicionalmente “difícil” tercer álbum exige una redefinición de sí misma, repensar el pasado y desafiar a los fans de siempre. En Hit Me Hard and Soft, Eilish y Finneas amplían aún más su territorio sonoro, deleitándose con la electrónica y las sutilezas inteligentes, mientras se alternan honrando y deformando las estructuras pop. Al mismo tiempo, Eilish asume una tarea más convencional: escribir canciones, sobre todo de amor, que no tengan que girar en torno a ella.
El álbum es un conjunto conciso de 10 canciones, un contraste deliberado con los prolijos álbumes como los publicados últimamente por Taylor Swift y Beyoncé. Eilish optó por no lanzar sencillos de adelanto, y ha instado a sus fans a escuchar el álbum en su conjunto, como un LP de la era analógica, en lugar de una lista de canciones aleatorias. En caso de que 10 canciones parezcan poco generosas, Eilish lanza un chiste preventivo; al final de la última canción, “Blue”, una Eilish aparentemente despreocupada pregunta: “Entonces… ¿cuándo podré escuchar el siguiente disco?”.
El álbum pega más suave que fuerte. Durante buena parte del mismo, Eilish sigue con sus susurrantes baladas ganadoras de Oscar, “No Time to Die” y “What Was I Made For?”. También retoma el arte de la canción de amor, aunque mantiene sus propios giros peculiares.
“Birds of a Feather”, una declaración de amor eterno, podría ser casi una canción de boda. “No creo que pudiera amarte más”, canta Eilish entre hinchados acordes mayores, un tintineante gancho de teclado y un ritmo constante pero discreto, acompañado de radiantes armonías de grupo de chicas. Pero una lectura más atenta revela la persistente vena morbosa de Eilish: “Quiero que te quedes hasta que esté en la tumba / Hasta que me pudra, muerta y sepultada”.
Eilish es aún más pop y optimista en “Lunch”, la cual tiene palmas y un ritmo pulsante mientras canta sobre estar encaprichada con una chica -“Ella es los faros, yo soy el ciervo”- y declara: “Ella baila en mi lengua / Sabe a que podría ser la elegida”.
Por supuesto, Eilish dedica el mismo tiempo a los aspectos negativos del amor. En “The Greatest”, intenta ocultar su dolor mientras es ignorada y rechazada por el objeto de su afecto. Canta con tranquila paciencia montada en un arreglo de cuarteto de cuerdas en pizzicato, solo para explotar hacia el final. “Todas las veces esperé a que me quisieras desnuda”, canta en un crescendo estremecedor. “Hice que todo pareciera indoloro, es que soy la más grande. ¡La más grande!”.
En la irónica “L’Amour de Ma Vie”, Eilish admite tardíamente que su ex no era el amor de su vida. “Te conté una mentira”, canta con un deje impenitente; aun así, parece un poco enfadada porque “seguiste adelante inmediatamente”. La canción empieza esquelética y tórrida, se convierte en un discreto pavoneo y luego muta por completo: primero con efectos electrónicos ahogados y luego, de la nada, con un pulsante ritmo EDM y voces con autotune, mientras Eilish se burla: “Fuiste tan mediocre y nos alegramos de que se haya acabado”.
Este es el giro hacia el tramo final del álbum, más experimental. En la multiparte “Bittersuite”, la cantante se encuentra en una aventura furtiva -“No puedo enamorarme de ti / Por mucho que lo desee”, mientras su voz es rodeada y finalmente engullida por elementos electrónicos inquietantes y espeluznantes.
“Blue” reúne las líneas maestras del álbum, recogiendo letras de otras canciones. Comienza como una melodía pop pegajosa sobre el amor perdido: “Me gustaría decirlo en serio cuando digo que te he superado / Pero aún no es verdad”, canta Eilish sobre los coros de apoyo. Pero a medio camino, la canción se disuelve en una balada inquietante y glacial sobre alguien marcado por una infancia dañada: “No te culpo / Pero no puedo cambiarte”, canta Eilish, mientras una sirena gime desde lo más profundo de la mezcla; al final, un cuarteto de cuerdas toma el relevo para una elegía sin palabras.
En esa canción, y durante buena parte del álbum, Eilish dirige su mirada hacia personajes ajenos a ella y deja de lado las fáciles satisfacciones pop. Se ha ganado las prerrogativas de una superestrella, y en Hit Me Hard and Soft, las aprovecha.