Por Rodrigo Guerra
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"Yo quisiera saber si esta noche hay alguien con el corazón roto”, le pregunta Camilo a un Antel Arena repleto. “De ser así, me gustaría que en este momento levantara la linterna de su celular”. Enseguida, casi la mitad del recinto —que hasta hace unos segundos rozaba penumbra— se ilumina de flashes. “Upa, upa. Cuántos corazones rotos esta noche”, responde el colombiano ante semejante escena.
Es la noche del sábado 4 de marzo y ya cantó varias de las canciones de su debut en Montevideo. Ya entró al escenario descalzo y vestido de blanco, y tocó un bombo con el nombre de Índigo, su hija junto a Evaluna Montaner. Ya despertó el baile colectivo con “Kesi” e hizo que todo un Arena Arena parodiara a marcas como Gucci y Prada en el estribillo de “Ropa cara” (“De eso no tengo nada”, dice la letra). Y ya bailó, saltó y corrió por todo el escenario mientras cantaba “Pesadilla”, una ranchera bien enérgica y pegadiza.
Pero ahora decidió sentarse en una alfombra, justo en el borde del proscenio, y se toma los minutos necesarios para hablarle a todos los corazones rotos que levantaron sus celulares. El silencio es expectante. “Les tengo una noticia para todos, y sé que puede sonar como una tontería para los que ya sanaron”, dice. “El dolor que están sintiendo va a pasar, y ustedes no están solos. ¿Quieren que se lo demuestre?”, propone antes de despertar un entusiasta “sí” al unísono.
“Si alguien tuvo el corazón roto pero ya está sano, que levante la linterna con orgullo; si alguien dijo: ‘Yo de esta no salgo’, y salió, que levante bien arriba su celular”. Entonces, la otra mitad del Antel Arena se ilumina y el efecto conmueve enseguida. “¿Vieron? Guarden esta imagen para que sea un recordatorio de que no están solos y que esto va a pasar”.
Y ahí, descalzo, solo y en el borde del escenario, toma su teclado y comienza a tocar “Manos de tijera”, una de sus baladas más desgarradoras. “No te culpo, yo sé que vas a rehacer tu vida, / Lo único que quiero que tú sepas, / Es que yo no puedo rehacer la mía, canta con una delicadeza capaz de provocar varias lágrimas en la platea.
Pero, tal como le aseguró a su público —o, mejor dicho, a “La Tribu”, como los suele llamar—, uno siempre sana. “Y como los huracanes que se van y sale el sol, el corazón siempre espera por el verdadero amor”, comenta justo antes de invitar a Evaluna, su esposa, al escenario para cantar “Por primera vez” y “Machu Picchu”, dos canciones sobre un nuevo comienzo. “Yo tengo más ruinas que Machu Picchu (...) / ¿Y cómo fue que te fijaste en una cosa que era todo menos una obra de arte?”, dice la letra de la segunda.
Junto a la hija de Ricardo Montaner, Camilo vuelve a correr por el escenario como lo hizo en “Pesadilla”. Evaluna sonríe y saluda a los anillos, mientras el público levanta sus carteles lo más alto posible. “Eres el 50 de mi 50”, dice uno. “Este es mi primer concierto”, reza otro sostenido por un niño y la alegría vuelve a sobrevolar el Antel Arena. “Gracias a todas las familias que vinieron esta noche”, comenta luego. “Pareciera que fueron ustedes los que vinieron a vernos esta noche, pero yo sospecho que nosotros fuimos los que vinimos a verlos a ustedes”.
Entonces, una seguidilla de éxitos continentales domina el resto de la noche. Canta una versión acústica de “Desconocidos”, invita a que el público coree a todo volumen a “Vida de rico” y “Tutu”, e incluso logra que sus padres —sentados en el centro de la primera fila— se levanten de sus asientos para bailar la bachata “Ambulancia”. Eugenio Echeverry y Lía Correa mueven los hombros y la cabeza y se ríen mientras el equipo del cantante captura el momento con un celular.
Luego llegarán más hits como “Pegao”, con el que Camilo se pondrá la bandera uruguaya en los hombros, e “Índigo”, que cerrará el show con puro optimismo pop cantado con Evaluna, pero es en la previa de “Ambulancia” donde se da un momento clave. “Sé que hay un montón de niños que están en el primer concierto de sus vidas”, dice mientras una serie de fotos de fanáticos en la puerta del Antel Arena —todas tomadas en la previa del show— se proyecta en la pantalla gigante. “Espero que se lleven un solo mensaje. Si se les olvida todo con los años no importa, pero no se olviden del día en que alguien los miró a los ojos y les dijo: no hay nadie como ustedes, son únicos y vale la pena ser quienes ustedes son”.
Entonces, el aplauso se vuelve ensordecedor y unas cuantas familias se abrazan. La Tribu está más unida que nunca.