Fue una celebración de Colombia, pero también de la cultura latinoamericana, la raíz, el vínculo con la patria. Este domingo, Carlos Vives llegó por primera vez al Antel Arena —y por segunda a Montevideo— y durante dos horas ofreció la fiesta con la que festejó sus 30 años de carrera, una tierra que es muchas tierras y el título merecido e informal de embajador musical de su país.
Desde el principio de los noventa hasta ahora, Vives ha construido un camino artístico que ha tenido como propósito reivindicar los clásicos de la música popular colombiana para construir, sobre ellos, una nueva tradición. Con el vallenato como principal estandarte, el cantante le dio vida a un sonido moderno y contagioso —a veces llamado el rock de su pueblo, a veces "tropipop"— que le abrió las puertas de América Latina y lo convirtió en un referente.
Eso quedó probado no solo en lo transgeneracional del público que fue a verlo al Antel Arena —desde hombres y mujeres en el entorno de los 70 años a adolescentes que conocían el repertorio de punta a punta—, sino en las voces célebres que se hicieron presentes desde la pantalla.
De Luis Fonsi a Fonseca, de Juanes a Manuel Turizo, de Mau y Ricky a Sofía Vergara y de Alejandro Sanz a Fito Páez, un puñado de artistas latinos aparecieron en pantalla para referir, a través de videos variopintos, el impacto cultural de Carlos Vives en la música latina. Hubo consenso respecto a la forma en la que puso al vallenato a sonar en las radios más mainstream, y en su capacidad para demostrar que otra forma de honrar la tradición era posible.
Así, esta suerte de festejo de cumpleaños tuvo invitados virtuales estelares, algunas anécdotas e historias personales y sobre todo, la música de una vida. Vives abrió con "Pa Mayté", uno de sus mayores hits, y para cuando iba la mitad del recital ya había entregado "Déjame entrar", "La bicicleta", "Cañaguatera", "Fruta fresca", "La gota fría", "Baloncito viejo" grabada junto a su compatriota Camilo y así.
Luego vinieron más hits —"Volví a nacer", "La tierra del olvido", "El rock de mi pueblo", "Carito", "Robarte un beso"— y un cierre con "Cuando nos volvamos a encontrar", que fue lo último antes del regreso para un doble bis, con "El cantor de Fonseca" como una todavía vigente declaración de principios, y "La hamaca grande", una última bella serenata con música de acordeón.
Todo pasó como un gran baile latino, continental, sencillo, sostenido por una banda numerosa y enérgica que respaldó a Vives con una amplia gama de sonoridades, maderas, matices. Buena parte del protagónico, como durante años y años pasó con el histórico acordeonista Egidio Cuadrado, se lo llevó Christian Camilo Peña, su impecable y habitual reemplazo. El duelo de instrumento y voz en "La gota fría" fue uno de los grandes momentos del show.
El otro, quizás, fue el que antecedió a "La tierra del olvido", cuando Vives habló de Colombia pero también de Venezuela como dos tierras casi gemelas, y una emocionada ovación cubrió el lugar y dio cuenta de la fuerte presencia migrante que hizo de esta su noche de fiesta. Hubo banderas, bufandas y camisetas de fútbol como agitados símbolos de pertenencia y cercanía.
Porque al final eso, la pertenencia y la cercanía, fueron los grandes componentes del show de Carlos Vives, que volvió a Uruguay para divertir, emocionar y dejar una lección: la de cómo se debe tratar la cultura, la historia y todo eso que hace que un pueblo sea un cuerpo vivo, identitario, presente.